Jil Sander: «La moda es una artesanía que debe aprenderse»
La diseñadora alemana creó el uniforme de una mujer moderna sin florituras. Una muestra repasa toda su valía.
«Menos es mas». Esta frase, acuñada por Mies van der Roche a principios del siglo pasado, es hoy una melodía comercial recurrente, para una generación que vuelve a apreciar la funcionalidad. Sin embargo, en 1977, cuando Jil Sander presentó en París su visión de la moda, purista y libre de cualquier elemento superfluo, pocos la entendieron. Era la era de Montana, Mugler y Ungaro. Años de exceso y opulencia. Jil llegó demasiado pronto. Hasta el 6 de mayo, la exposición Jil Sander Present Tense, en el Museo de Artes Aplicadas de Frankfurt, repasa la trayectoria de este visionaria. De la incomprensión al éxito. De la libertad creativa al yugo impuesto por las grandes corporaciones del lujo –legendarias e irreconciliables fueron las diferencias entre Sander y Patrizio Bertelli, CEO del grupo Prada, que compró el 75% de las acciones de la firma en 1999–. En una de las pocas entrevistas que ha concedido desde 2004, cuando se apartó de la firma que lleva su nombre, Sander reflexiona sobre la creación y los cambios de la industria.
Preparar esta exposición –y repasar el trabajo de 50 años de carrera– ha debido de ser un ejercicio de introspección sobre su aportación a la moda y el lugar que ocupa en la industria.
Así ha sido. Organizar esta muestra me ha servido para reflexionar mucho sobre mi trabajo. Por supuesto, nunca fue fácil competir en la escena internacional viniendo de Hamburgo. Pero viéndolo ahora, con perspectiva, he llegado a entender que esa decisión reflejaba mi visión, más amplia, como diseñadora. Para mí, el objetivo nunca fue diseñar moda exclusivamente, sino más bien una interpretación global de la vida contemporánea y sus posibilidades. Quería rediseñarlo todo. Una pasión que apliqué a los productos de belleza, a la arquitectura de las tiendas, a la fotografía de las campañas y al paisajismo. Por eso, esta muestra recoge aspectos tan diversos.
Muchos de los diseños incluidos en la muestra parecen actuales. ¿Cuál es la clave para crear una prenda que refleje el zeitgeist [el espíritu del momento] y a la vez sobreviva al paso del tiempo?
Una prenda así es el resultado de muchos factores. La calidad del material debe ser buena; la ejecución y la confección, excelentes; el patronaje debe dar forma y aportar dinámica tridimensional al cuerpo; las proporciones, armoniosas; y con pocos elementos ornamentales de los que podrías cansarte. Si tienes en mente todas estas directrices, también conseguirás capturar el zeitgeist, por la sencilla razón de que nuestro sentido de la belleza cambia con el paso de los años.
Sus diseños jamás cayeron en lo ridículo que hoy llena las redes. ¿Cree que Instagram está detrás de esta vuelta al lado feísta de la moda?
Llevo tiempo dando vueltas a este tipo de cuestiones. Desde mi punto de vista, los dos grandes pilares de la nueva era –la globalización e Internet– lo han cambiado todo. La globalización abrió el mercado a muchos consumidores nuevos. Gente que anhela probar por primera vez lo que nosotros consideramos nostálgico. Un factor que impulsó la tendencia vintage. En cuanto a Internet, es una máquina voraz que necesita ser alimentada con algo nuevo a todas horas. Sin embargo, es imposible diseñar sin parar algo nuevo que sea relevante. Una pieza debe envejecer para inspirar otra nueva. El feísmo no es original. Es solo una forma de generar impacto; y los grandes impactos sacuden las redes. Igual que un terremoto.
¿Cómo puede el sistema reducir la locura digital?
Todo podría desacelerarse por sí solo, cuando los usuarios entiendan que aquellas técnicas son herramientas de marketing.
Las melodías comerciales que seducen a los milénicos hablan de sostenibilidad, bienestar, experiencia y minimalismo. ¿Cuál es la diferencia entre su enfoque y el movimiento minimalista actual?
La moda dio un giro a finales de los 90, para concentrarse en la globalización y en las necesidades de los nuevos mercados. Tengo la sensación de que estamos volviendo atrás, para retomar el camino que dejamos entonces. Por supuesto, hay temas nuevos. Por un lado, la discusión en torno al género y por el otro, la polémica #MeToo. El minimalismo es la respuesta para aquellos que rechazan la sobrexposición del sexo biológico.
¿Puede ser la sencillez –y la vuelta a los básicos– también una reacción al consumo excesivo de referentes de décadas pasadas?
Totalmente. En estos momentos, se respira una sensación general de hastío, como si tuviéramos demasiado de todo.
De usted dijeron que formó parte de la revolución feminista de los años 70. En la era Trump, minimalismo y feminismo unen fuerzas para luchar por los derechos de la mujer con más fuerza.
Nunca fui una feminista. Jamás tuve tiempo para participar en el movimiento político. Aunque quizá fui política a mi manera, trabajando en mi atelier.
Creció en una Alemania desgarrada por la Segunda Guerra Mundial. ¿Hasta qué punto determinó aquel entorno su visión de la moda?
No hubo moda en mi infancia. La gente llevaba ropa de segunda mano remendada. Supongo que desarrollé un sentido de la belleza ligado a la escasez de la época. No asociaba la ropa a algo nuevo. Se trataba más bien de elegir lo correcto. Yo quería pantalones –y se suponía que una chica no debía llevar esa prenda–. Más tarde, empecé a trabajar de editora en una revista de moda. Pasé a vivir rodeada por el estilo de los 50, que era muy femenino. E instintivamente reaccioné contra aquella estética. Me parecía que era una visión demasiado restrictiva si querías que te tomaran en serio en el mundo de los negocios siendo mujer.
¿Diría que sus diseños también recogen la influencia del legado protestante alemán?
El protestantismo se preocupa más por el interior que por el exterior. Lutero enseñó a sus seguidores a hablar directamente con Dios a través del rezo. Yo siempre abogué por una cierta moderación en el diseño, que alejaba la atención del exterior hacia la expresión espiritual de quien llevaba la prenda. Quizá haya una conexión con mi fe.
Fundó la marca en 1973, ¿cuáles han sido los cambios más fascinantes que ha vivido la industria durante esos años?
El momento más estimulante fue a principios de los 90, cuando la opulencia de los 80 llegó a su fin. Pensé que habíamos dejado atrás todo tipo de ornamento… para bien.
El patronaje siempre fue la esencia de su proceso creativo.
Para mí, lo más importante desde el punto de vista formal no era repetir una y otra vez los mismos patrones con pequeñas variaciones, sino darles siempre la vuelta completamente.
El éxito comercial de los 90 atrajo al grupo Prada, que compró el 75% de las acciones en 1999. ¿Cómo analiza los mecanismos del sistema?, ¿la voracidad del negocio ha matado la creatividad?, ¿el modelo impuesto por los grandes grupos está realmente obsoleto?
La ola de adquisiciones de grandes empresas de los 90 no se repetirá. Fue un momento particular de la historia. Las condiciones actuales son distintas. Ahora sabemos que crecer no es la única respuesta. En muchos sentidos, ser una empresa pequeña es más interesante. Preveo alianzas entre extremos: compañías poderosas y startups brillantes. Y esto tal vez rejuvenezca nuestro interés en la moda.
Dejó la empresa en el año 2000. Volvió en 2003. Se apeó de nuevo dos años después. Habría otro regreso y otra despedida antes de que cortara los lazos definitivamente en 2013. ¿Qué hizo?
Viajé y diseñé una colección especial para Uniqlo, que se llamaba J+.
¿Por qué accedió a trabajar para una marca low cost?
Diseñar para una cadena nunca fue contrario a mi visión. Siempre soñé con vestir a todo el mundo, no solo a los pudientes. Fue emocionante desarrollar prototipos para una producción tan importante. Fue casi como diseñar el look de la democracia global.
Internet se ha convertido en una pasarela electrónica anárquica. ¿Es hoy el estilo más personal y egocéntrico?
Las tendencias globales han muerto, salvo en el caso de algunas propuestas street, como el normcore o los tatuajes. La moda es una artesanía que debe aprenderse. No es fácil traducir el «yo» en prendas originales y relevantes.
El oficio ha cambiado mucho. De couturier a director de orquesta.
Muchísimo. De genio a mánager. Pero no es algo que me sorprenda, porque siempre tuve una imagen global y consistente de mi marca.
Siempre le ha interesado el guardarropa masculino. En sus diseños la delicadeza femenina se funde de una manera silenciosa con formas masculinas. En la pasarela, las nuevas generaciones gritan un nuevo concepto de género e identidad.
Mis diseños nunca fueron de género neutro. Los patrones para hombre y mujer eran muy distintos. Incluso me atrevería a decir que la feminidad y la masculinidad brillan más cuando se expresan en las prendas de una manera menos explícita.
¿Nunca se planteó la posibilidad de trasladar su estudio a París?
Lo consideré, e incluso me compré una casa en la capital francesa y trabajé allí en la licencia cosmética. Abrí mi primer buque insignia en el número 50 de avenue Montaigne. París fue mi hogar en cierto modo.
Como hace unos años sucedió con Los Ángeles, ahora Berlín atrae a muchos talentos creativos. ¿A qué se debe?
Berlín está en un cruce de caminos, entre occidente y oriente, entre el capitalismo y el antiguo mundo comunista. Hay un gran influjo de idealistas del este. En cierto modo, también parece una ciudad escandinava –la más austral–. Para los jóvenes del sur de Europa, Berlín resulta exótica por su aspereza y la falta de estilo. De ahí su riqueza cultural y étnica entre los más jóvenes, que a menudo se instalan allí porque los costes de vida no son tan altos.
¿Qué le apasiona además de la moda?
El arte, la literatura, viajar y la jardinería.
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