La pesadilla de Frances Farmer: la actriz «comunista» que el Hollywood dorado internó en psiquiátricos
‘Mujeres recluidas’- capítulo 5: el macartismo se propuso hundirla con una reputación de borracha y loca. Décadas más tarde, Kurt Cobain la rescataría como musa.
Toda mitología tiene un momento fundacional. Si hubiera que contar la historia de la actriz Frances Farmer quizás podríamos empezar por un instante, en su adolescencia. Es mayo de 1931. La joven, rubia y esbelta tiene dieciocho años y sostiene un premio de ensayo que acaba de ganar. Le ha tocado, además, una fortuna, cien dólares. El título de su texto: Dios ha muerto. Frances ha negado la existencia de Dios en una argumentación en el grupo de debate de su escuela y se ha convertido en una celebridad.
Los medios de comunicación de la zona se centran en el título provocador de su texto. “Una chica de Seattle niega la existencia de dios y gana un premio”. Frances recibe cientos de cartas de indignación por su ateísmo y se convierte en el terror de los religiosos. En palabras de un ministro bautista a su congregación: “Si los jóvenes de esta ciudad van al infierno, será bajo la guía de Frances Farmer”.
Acaba de nacer el mito de la mujer rebelde e incomprendida, que no haría otra cosa que aumentar. Frances Farmer es, para la cultura popular, la imagen de la mujer desatada e incontenible, que debe ser confinada en psiquiátricos, una y otra vez. Una actriz que hizo apenas quince películas que casi nadie recuerda pero que aún así pasó a la historia como sinónimo de loca, borracha y comunista, sin duda los pecados capitales del maccarthismo.
Frances Farmer se convirtió en figura de culto gracias a cómo fue narrada, primero en diversos libros, y más adelante en una película, que cimentaron un mito de tal envergadura que Kurt Cobain haría de su nombre un sayo, y le dedicaría una canción en su disco In Utero, Frances Farmer will have her revenge in Seattle y la encumbraría como mártir punk de Hollywood.
Pero para entender la ficción y el mito de Frances Farmer hay que intentar desentrañar los hechos reales.
Farmer nació en una familia de clase media en 1913, en Seattle. Tras una infancia y adolescencia marcada por la separación de sus padres, Farmer dio muestras de un carácter independiente y pensativo, y decidió estudiar teatro. Después de graduarse en el instituto y declararse agnóstica -de ahí su ensayo, inspirado en la obra de Nietzsche- realizó una beca en la Unión Soviética y, aunque su vocación era ser una seria actriz de teatro, se dio cuenta que Hollywood es una manera rápida para conseguir dinero, así que viajó a Los Ángeles, dónde su belleza clásica y un talento evidente hacen de ella una starlet en alza. Frances rápidamente consigue papeles de partenaire de estrellas y trabaja con Bing Crosby, Cary Grant y Tyrone Power, y bajo las órdenes de William Wyler y Howard Hawks.
Su estrella solo crece: se la bautiza como la nueva Greta Garbo, porque se toma muy serio su oficio, pero también corre el rumor de que es una actriz difícil. Frances detesta el sistema de los estudios, que trata a los actores como poco más que ganado de su propiedad. Entre las disputas con los estudios y después de un desengaño amoroso, comienza a beber compulsivamente. Y ahí empiezan sus problemas: entre 1941 y 1943 es arrestada repetidas veces por conducir borracha, y durante las audiencias ante el tribunal agrede físicamente a los policías y al juez. Para evitar que vaya a prisión, es confinada en un sanatorio donde es diagnosticada con psicosis maníaco-depresiva y más tarde de esquizofrenia paranoide. Allí fue sometida a inyecciones de insulina y permanece recluida nueve meses hasta que se escapó del centro.
Poco tiempo después, su madre asumiría su tutoría legal, y haría que la internaran de nuevo. Entre 1944 y 1952, Frances transitaría por diversos hospitales y centros de salud mental dónde le administrarían electroshocks y sería considerada una paciente violenta y problemática. Finalmente, en 1953 recuperaría sus derechos como ciudadana y quedaría en libertad. Pasaría los últimos años de su vida plácidamente, con ocasionales funciones de teatro y programas de televisión que le darían una segunda carrera, mucho más satisfactoria.
Tras su muerte, en 1970, comienza la ficción. ¿Cómo una actriz semi desconocida se convierte en el símbolo de la rebeldía y el martirio hasta bien entrados los años noventa? En gran parte por una serie de narrativas alteradas y plagadas de mentiras. La primera es “Hollywood Babilonia”, el mítico libro sobre los escándalos hollywoodienses de Kenneth Anger, que incluye un capítulo sobre Frances. En él, se detallan los arrestos de la actriz, su confinamiento en psiquiátricos y su malísima relación con su familia, a quien ella achacó de la mayor parte de sus problemas. En el libro, Farmer queda reducida a un un personaje conflictivo al que toda la industria quería quitarse de encima y lo logró de un plumazo gracias a los encierros, que acabaron con ella.
Pero el peor sería “Shadowland”, una biografía no autorizada con tantos errores de bulto como fabulaciones. Sí, Frances acabó no en uno sino en varios psiquiátricos. Pero el autor, William Arnold, describe una serie de violaciones y abusos sexuales dentro de las instituciones jamás confirmados y se inventa que Farmer fue lobotomizada, algo que simplemente no ocurrió. Años después, el autor tuvo que admitir que se trataba de una “biografía novelada”, en parte por su desprecio por la psiquiatría. Arnold era cienciólogo. Aún así, esta es la narración que pervive de ella y que fue la base de “Frances”, la película que protagonizó Jessica Lange, que repite punto por punto las bases del mito: una actriz difícil, de izquierdas, antisistema, que es encerrada contra su voluntad por su desafío a la autoridad y que acaba lobotomizada, violada y vejada durante lo que le queda de vida.
Ese es el mito que recoge Kurt Cobain, que pasó al menos el último año de su vida obsesionado con Frances Farmer. Ella era de Seattle, como él. Ella había pasado el tiempo en instituciones mentales, él recorría centros de desintoxicación. Frances había sido abucheada por la prensa conservadora y Courtney Love, su mujer, era vapuleada por su adicción a la heroína durante, al menos, una parte de su embarazo. Love se casó con un vestido que pudo haber pertenecido a la actriz y nombraron a su hija Frances. Cobain había leído “Shadowland” y, como muchos otros, lo había tomado como el santo grial de la vida de Frances.
Y Cobain cimenta el mito. Hay declaraciones del que era en ese momento el músico más famoso del mundo sobre las violaciones a las que fue sometida Frances, y la conspiración de jueces importantes para encerrar a una izquierdista que odiaba el sistema. El entusiasmo de Cobain y su canción en homenaje traen a toda una nueva generación a una mártir proto-punk, digna de la década de los noventa, una nueva Sylvia Plath rockera. La leyenda de Frances Farmer había sido sido impresa tantas veces que se había tragado la verdadera historia de Farmer.
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