Estampados propios: el arma de las firmas independientes para diferenciarse
Un sencillo cuadro vichy que agranda su tamaño, flores gráficas o una combinación particular de colores en un motivo a rayas: en la carrera por crear una identidad, los motivos personales suman.
Buscar inspiración, enfrentarse al papel en blanco, escoger el formato para plasmarlo, la composición o el taller en el que imprimirlo son solo algunas de las tareas que esconde un estampado propio. «Nacen de nuestras ilustraciones», dice de los suyos María de Miguel. Ella es la fundadora de la marca Emes, a la que ha dotado de una identidad particular precisamente gracias a las pinturas que navegan por sus piezas: «Utilizamos todo tipo de técnicas manuales: acuarelas, lapiceros, rotuladores, sellos carvados, tintas… esos dibujos son escaneados y tratados mediante diversos procesos digitales para obtener estampados textiles», explica esta creadora que dejó de lado su carrera como arquitecta y empezó en el mundo de la moda pintando a mano camisetas. Ahora gestiona una empresa que se extiende por todo el territorio nacional: produce en Barcelona, Girona, Madrid y Toledo y mantiene su almacén logístico en Galicia.
Desde un sencillo cuadro vichy que agranda su tamaño, hasta unas flores gráficas o una combinación de colores particular en un motivo a rayas. Frente a la estandarización de comprar un tejido ya existente, las firmas escogen entre pagar por un diseño en exclusiva (completamente fuera del alcance de las compañías más pequeñas) o idear uno ad hoc. Esta última alternativa, que requiere un ejercicio extra de inventiva y un mayor desembolso, se postula como la más individualizadora. En este sentido, la aproximación de Vittoria Bottasini en C’est la V es plenamente sensorial e intuitiva: «Un dibujo para mí transmite un sentimiento, si te gusta no te cansas nunca de observarlo. Puede incluso influir en tu estado de ánimo. Creo que una prenda con un print especial te permite vivir un sueño diferente cada día. Los míos son mi herramienta creativa para ser más feliz», defiende. Un libro de botánica, la portada de un vinilo, los pétalos de un flor o una tarjeta de visita le han servido como punto de partida para algunas de sus ilustraciones que digitaliza y más tarde produce en talleres de la región italiana de Lombardía.
Importa el qué, pero también el cómo. En la etiqueta Balakata, que ofrece ropa y productos para el hogar, Lola Benjumea explora las posibilidades de procedimientos tradicionales como el ikat: «Consiste en teñir las hebras antes de ser colocadas en el telar y crear así los distintos estampados. Lo hemos trabajado en Uzbekistán y en India». Ella ha desarrollado una relación a largo plazo con artesanos de varios países que dotan de personalidad sus bocetos. «Me enamoré del handblock printing, que consiste en estampar de forma manual con bloques de madera tallados. En India tuve la suerte de aprender de la mano de Gitto, una experta que me enseñó a distinguir tejidos, a hacer las cosas bien, a respetar los tiempos».
La forma en que cristalizan estos diseños puede ser la estampación, pero también otras fórmulas como el bordado, que es precisamente a la que recurre Natividad Pacheco en Michonet. «Mi historia de amor con él nace con una lectura sobre alta costura. De ahí el nombre de Michonet, que era la casa de bordados más prestigiosa que había en París, fundada en 1858». Sus coloridas puntadas crean marca. No en vano, como apunta la propia Pacheco, los logos suelen plasmarse de esta manera, «imagino que es una cuestión de durabilidad y de la presencia que le da a la prenda». Porque al final, de lo que se trata es de ofrecer piezas únicas.
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