Cuanto peor, muchísimo mejor
Mucho antes de que el adjetivo “empoderada” se convirtiese en una de las piedras de toque de la teoría feminista, ahí estaba Mae West.
Mucho antes de que el adjetivo “empoderada” se convirtiese en una de las piedras de toque de la teoría feminista, ahí estaba Mae West. Diva entre las divas, esta eterna mujer-bandera escribió, dialogó e interpretó No soy ningún ángel, la película que en 1933 salvó de la ruina a los estudios Paramount gracias a la avalancha de público femenino que la recibió con entusiasmo.
El explosivo talento de West es inmune al paso del tiempo. Con su inteligencia y picardía fue capaz de desafiar al entonces recién nacido Código Hays, cuyas tijeras empezaron a hacer auténticos estragos un año después, en 1934. Pero sobre todo popularizó un arquetipo que casi un siglo después sigue incomodando: el de la voraz coleccionista de amantes que disfruta de su cuerpo y libertad sexual sin pedir permiso ni disculpas.
West aterrizó en Hollywood con una maleta repleta de recortes de periódicos sobre sus escándalos sobre los escenarios del burlesque de Broadway. La más deslenguada e ingeniosa de las estrellas se mantuvo firme en su defensa de la homosexualidad, el mundo trans o las parejas interraciales. En 1926, acabó durante 10 días en la cárcel por el musical Sex, acusada de obscenidad. Pero los códigos morales neoyorquinos eran una broma al lado de los de Hollywood. West fue una adelantada a su tiempo y lo pagó. Diez años después de No soy ningún ángel, su carrera ya estaba sentenciada, aunque los censores no pudieron con la fuerza indestructible de su leyenda.
En el filme que la convirtió en leyenda, West urdió una comedia sobre una bailarina de circo que triunfa metiendo su cabeza rubia platino en las fauces de un león. Convertida en reina de la pista, viaja a Nueva York, donde se enamora de un joven multimillonario interpretado por un imberbe Cary Grant. Dirigida por el director de comedias Wesley Ruggles, la película es una suma de perlas verbales, algunas tan famosas como la célebre: “Cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor”. West regala frases para todo y para todos. Yo brindo por una entre las demás. Cuando a su personaje, Tira, le preguntan hasta dónde llega su implicación en un delito, ella se balancea sinuosa y suelta: “Estoy tan metida como una aceituna en un martini”.
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