Así funciona Camper, la empresa que apostó por hacer las cosas con calma
«Camina, no corras». Ese sigue siendo el lema de Camper. Visitamos el corazón de esta empresa familiar en Mallorca; y el estudio de su director creativo global en París. El legado y la nueva guardia de una marca que siempre ha ido un paso por delante, fiel al espíritu visionario (e internacional) de su fundador. Sin prisas y sin miedo para arriesgar.
Basta con echar un vistazo a los múltiples calendarios de la industria para comprobar que la única certeza es la incertidumbre. «Avanzar en diciembre la colección de primavera me parece bien. Pero he visto tiendas en Londres que en septiembre presentan la que, en teoría, es la colección de verano. La nueva era digital ha añadido complejidad al sistema. Los tiempos de hacer una única gran campaña por temporada hace años que quedaron atrás. Pero, claro, ahora también hay más ruido», cree Miguel Fluxà, CEO de Camper, una empresa que en 2001 popularizó el eslogan “Camina, no corras”. «Filosóficamente, ese sigue siendo nuestro lema, pero vivimos en un mundo en el que, por desgracia, se corre… y se corre mucho. Con todo, y aunque pueda jugar en nuestra contra, nunca hemos querido entrar en el fast fashion. Preferimos tomarnos la vida con calma y hacer las cosas bien. La calidad exige tiempo». Son reflexiones lanzadas al aire en una entrevista sin prisas, en la finca Son Fortesa que tiene la compañía en Alaró, al noroeste de la isla de Mallorca. Una plácida hacienda, reformada por Rafael Moneo, donde el único sonido que oímos es el de las hojas al moverse cuando se levanta un soplo de brisa.
«La idea inicial, en los años 90, fue comprar esta antigua fortaleza para construir un espacio dedicado a la creatividad. Un laboratorio de ideas para pensar hacia dónde queríamos evolucionar con la marca». Un enclave donde la recuperación agrícola podía convivir con la innovación. La sostenibilidad con el diseño. Higos, algarrobas y cebada con talleres experimentales sobre calzado. Al fin y al cabo, «‘camper’ significa campesino», recuerda. «Esta finca refleja y reivindica valores rurales que para nosotros siempre han sido muy importantes, como la sencillez, la humildad y la honradez del campo». De este centro creativo salió, por ejemplo, Wabi, un proyecto que, en el año 2000, recibió la Ecoetiqueta de la Unión Europea (era la primera empresa de calzado que conseguía esa distinción).
El estudio de Romain Kremer, director creativo global de Camper desde 2014, está a dos horas en avión, en París, junto al showroom que tiene la firma en la capital francesa. Para esta marca –que nació en 1975, cuando España entraba en el posfranquismo, y cuyo diseño corrió a cargo de un equipo anónimo durante cuatro décadas hasta el fichaje de este creativo francés–, Kremer podría haber marcado un punto de inflexión. Sin embargo, «con él recuperamos el espíritu rupturista de aquellos primeros años». Sus campañas mantienen la ironía, la originalidad, la ambigüedad y el inconformismo que hicieron de Camper un referente gráfico de los 80, la época dorada del diseño. La Transición marcó un cambio cultural y social. De aquellos años son creativos como Javier Mariscal, que, como tantos otros, entonces llevaba las míticas Runner (de 1982).
Romain (que fundó su propia firma en 2006 y fue responsable de la división de hombre de Mugler entre 2011 y 2013) llevaba colaborando con Camper desde 2009. «La relación ha ido creciendo orgánicamente», cuenta. «Primero tuve que adaptar mi proceso creativo a los plazos que impone la cadena industrial. Pero ese fue un reto meramente técnico. El auténtico desafío ha sido cambiar la forma de pensar del equipo. No todos entendían lo que significaba el cargo, ni estaban acostumbrados a tener un director creativo con una visión global, que diera directrices tanto de marketing como de comunicación, pasando por el departamento comercial o el diseño de las tiendas», explica. Conoció al padre, Lorenzo, en 2009, cuando le ofrecieron participar en el proyecto Camper Together, una fórmula de colaboración con diseñadores estrella como los hermanos Campana o Jaime Hayón. Miguel todavía no era CEO. Ese año Kremer viajó a la sede de Mallorca e hizo su propio tour de iniciación por el corazón (y el alma) de la empresa. También entró por primera vez en la zapatoteca que tiene la marca en Inca. Un archivo interno con prototipos y ediciones inéditas. «De todos, me quedo con los modelos de los 90. Quizá porque nací en 1982, y esa década trae consigo recuerdos de mis primeras salidas por Barcelona, los veranos en España, la música electrónica… Me gusta el aire de libertad y experimentación sin límites que transmiten los diseños de aquella época. También su sentido del humor y la diversión que, para mí, son dos grandes pilares de la casa».
Los 90 son también la década favorita de Miguel Fluxà, porque coincide con el boom en ventas. El zapato Pelotas es precisamente de 1995. Según la marca, «hoy más de 11 millones de personas en todo el mundo caminan sobre un Pelotas». Solo entre 1995 y 2000 se vendieron 2,5 millones de pares. ¿El modelo que mejor representa los nuevos tiempos? «Hace cinco años habría dicho, la zapatilla deportiva. Ya no. El sector evoluciona hacia versiones híbridas, orgánicas, en materiales ultraligeros. Gracias a los avances en desarrollo tecnológico, hemos encontrado un lenguaje propio, que fusiona tendencia y confort».
«Seguramente seamos una de las sagas familiares zapateras más antiguas de España. Incluso del mundo. Porque llevamos 140 años fabricando zapatos ininterrumpidamente. Eso obviamente da prestigio y es un orgullo; pero viene con sus responsabilidades», valora Miguel. La historia familiar se remonta a muchos años atrás. El pionero fue su bisabuelo, que en 1877 emigró a Inglaterra e hizo allí las Américas. Compró maquinaria y montó la primera fábrica de zapato mecanizado de España. «No se sabe muy bien cómo porque ni hablaba bien inglés ni tenía mucho dinero. Pero para nosotros fue un visionario porque en Mallorca no había industria. La isla pasó de la agricultura directamente al turismo».
Mi abuelo fue otro personaje interesante. Tenía solo 10 años cuando murió su padre; no asumió las riendas del negocio hasta que cumplió la mayoría de edad. Y para entonces la fábrica ya había quebrado. De manera que se vio obligado a empezar de cero. Él también fue un emprendedor visionario, y supo pasarse al sector turístico muy pronto, en los años 50». Su agencia de viajes convirtió Mallorca en el destino vacacional de moda de la época. Curiosamente hasta ahora, la historia de esta saga está escrita solo por hombres. «Probablemente veamos mujeres en el futuro. En nuestra generación, ya hay algunas. Tanto mi hermana como mis primas tienen un papel relevante en la empresa». Asegura que formar parte de una enseña familiar es gratificante porque te permite mirar a largo plazo. Pero, ¿las decisiones de empresa se toman también pensando en las siguientes generaciones? «Sin duda», responde al instante.
El año del milagro olímpico fue también el año de la internacionalización de Camper, que abrió tienda en París en 1992. A la que seguirían Bolonia, Florencia, Venecia, Milán… O Roma, en la emblemática plaza de España. «Siempre en los mejores enclaves: Covent Garden en Londres; Saint Germain en París», señala Miguel. «Desde el inicio nuestra voluntad ha sido competir con los mejores. Una inquietud que exige arriesgar. Y eso es lo que hicimos. Fueron tiempos complicados», reconoce. El éxito llegó al cabo de cuatro o cinco años «y un poco de rebote», gracias a los japoneses, que descubrieron la colección en París y quisieron llevarse la marca a Japón. «La sociedad nipona siempre ha sido una cultura abierta a la innovación. Pero me atrevería a decir que en los años 90 el país asiático era un mercado todavía más ávido de novedad de lo que es hoy».
En 2004, la firma de calzado mallorquina dio otro gran salto e inició su diversificación con la apertura de un restaurante en Barcelona. Era el primer paso de una estrategia de expansión que incluía la puesta en marcha de dos hoteles: el primero inaugurado en Barcelona en 2005, y el segundo, en Berlín en 2009. ¿Habrá un tercero? «Algún día», suelta. ¿En Mallorca? «Hubo un proyecto. Habría sido el primero. Por temas de licencia no salió adelante. Pero ¿por qué no? El turismo tiene dos caras. Una idea interesante sería darle la vuelta al concepto hotel de playa», bromea.
O quizá no. «Sería un reto», insiste. ¿Y qué opina Kremer de esa apertura imaginaria? «Para el 40 aniversario de la marca, yo mismo le propuse montar una fiesta en Aqualand El Arenal. En la isla conviven criaturas distintas: jóvenes e inconscientes, turistas pijos y activistas y proteccionistas, que intentan sobrevivir en verano».
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