De la porcelana de Jake Gyllenhaal al sofá de Rosalía, la decoración es el nuevo lenguaje del estilo
Las estrellas ya no solo firman perfumes o ropa: ahora diseñan sofás, vajillas y lámparas. El hogar se ha convertido en el nuevo territorio del estilo, un espacio donde proyectar identidad y deseo

Jake Gyllenhaal posando entre vajillas de porcelana fina para Ginori 173, Rosalía diseñando un sofá escultórico para el cincuenta aniversario de Zara o Lenny Kravitz firmando una colección de mobiliario con CB2. Robbie Williams incluso se ha atrevido a diseñar un sillón para Mooi para “aquellos que anhelan un refugio en un mundo que nunca deja de hablar”. Incluso el propio Jonathan Anderson, el niño prodigio de la moda británica y actual director creativo de Dior, se ha atrevido a trasladar su imaginario artesanal a objetos del hogar. Hay algo simbólico en que Gyllenhaal protagonice una campaña de porcelana o en que la autora de Lux diseñe un sofá para Zara: el hogar se presenta como un espacio de estilo tan legítimo como el guardarropa.
Todo esto habría parecido extravagante hace una década, en un mundo que ya convivía acostumbrado a las colaboraciones de famosos con el mundo de la moda y la belleza, y, sin embargo, hoy no sorprende a nadie este cambio de paradigma. Aunque nos parezca un fenómeno reciente, algunas casas de moda ya habían explorado antes este territorio. Versace lanzó su línea de decoración en los años noventa y Armani creó Armani/Casa en el año 2000, marcando un precedente en el que la estética de la pasarela se trasladaba al hogar. Aquello que entonces parecía un gesto aislado —vestir la casa como quien viste el cuerpo— es hoy la norma. La decoración se ha convertido en el territorio donde la moda, el diseño y la identidad conviven sin fricciones y con una clave de éxito asegurada. Un espacio donde los creadores han encontrado una nueva dimensión estética y donde las marcas ven una oportunidad de extender su universo más allá de nuestros armarios. Este desplazamiento no ha sido repentino. Es el resultado de un cambio cultural profundo en cómo miramos, mostramos y habitamos nuestros espacios. Pero, por supuesto de cómo los consumimos.
Este giro estético no puede entenderse sin el nacimiento de Pinterest en 2010. Lo que empezó como un tablón digital para guardar imágenes se convirtió en el primer gran archivo global de aspiraciones domésticas. Antes de que Instagram o TikTok transformaran el hogar en un escenario público, Pinterest ya había impuesto una forma de mirar: interiores luminosos, cocinas nórdicas, estanterías ordenadas con precisión casi editorial. Su lógica —coleccionar, clasificar, construir un imaginario propio— moldeó una relación nueva con la decoración. No era tanto replicar una estética concreta como proyectar quién queríamos ser a través de los espacios que guardábamos. Así, millones de “pines” comenzaron a fijar patrones visuales que hoy reconocemos sin esfuerzo: maderas naturales, textiles suaves, colores neutros. Pinterest no solo popularizó tendencias, las normalizó, asentando una sensibilidad homogénea que alimentó la obsesión contemporánea por decorar, renovar y perfeccionar cada rincón, como si cada tablero fuera una versión editada de nuestra vida futura.

El hogar, el escenario global
El confinamiento supuso, sin duda, un punto de inflexión. Hasta 2020, la casa seguía siendo un espacio esencialmente privado, apenas insinuado en redes. Pero las videollamadas, las entrevistas improvisadas desde salones, las clases virtuales y los directos de celebridades cocinando o ensayando desde sus dormitorios cambiaron ese pacto tácito de intimidad. Por primera vez, millones de personas miraron —y fueron miradas— desde dentro. El hogar se convirtió en escenario global. Como explica Tessa Muga, co-fundadora de la inmobiliaria The Home Hunter y el estudio de interiorismo Somos Nido, uno de los pioneros del fenómeno del home staging en España, “el espacio dejó de ser algo externo y pasó a ser parte de nuestra experiencia diaria, de nuestro estado de ánimo, de nuestra salud”. Ya no basta con que el lugar que habitamos sea funcional, tiene que hablar de nosotros de puertas para afuera y sostenerse frente a la mirada externa, a los voyeurs de las redes.

Esa exposición no solo alteró la forma en la que vivimos los espacios, sino también la manera en la que los diseñamos. Kar Durán, de Gazpacho Studio, ha diseñado muebles para Kave Home o Restoration Hardware, y lo ha observado en su propia práctica: “Antes diseñabas para resolver un problema; ahora, muchas veces, diseñas para provocar una reacción”. La pieza debe tener presencia, fotogenia, personalidad, porque habitar se ha vuelto también un acto de comunicación. “Diseñar un zapato o una silla es esencialmente lo mismo: ambos son objetos relevantes en la vida cotidiana que buscan funcionalidad y, al mismo tiempo, cuentan una historia sobre la personalidad de quien los usa”, afirma.
El salto a Instagram, TikTok y YouTube aceleró ese proceso. Para muchos, la casa se convirtió en un escenario permanente. Aleks Gallardo, periodista especializado en diseño e interiorismo identifica ahí el verdadero punto de inflexión. “Las redes sociales empezaron a mostrar los interiores como una extensión del estilo personal. El salón empezó a ser un escaparate, igual que lo es un look”, explica. Lo que antes era un espacio íntimo comenzó a operar con los códigos del street style: poses milimetradas, rincones estudiados, luz filtrada. La popularidad del home tour lo confirma. “El home tour o room tour es el nuevo street style”, afirma Gallardo. La casa se convierte en narrativa y en marca personal.

No solo ha cambiado la forma en la que enseñamos nuestros hogares, sino también la manera en la que los imaginamos. Y las marcan han sabido leerlo con rapidez. Si la moda llevaba décadas construyendo estilos de vida completos, el siguiente paso lógico era colonizar la casa. No se trataba solo de vender muebles o textiles, sino de trasladar a lo doméstico el mismo lenguaje emocional del prêt-à-porter. Campañas que evocan paisajes oníricos, grandes nombres que colaboran en piezas exclusivas, paletas cromáticas asociadas a estados de ánimo, creando un protagonismo sobre las piezas casi como figuras de coleccionismo. Gallardo lo explica con claridad: “Los materiales y colores ya no se eligen solo por su durabilidad, sino por su mood. El interiorismo está adoptando la misma estrategia emocional que la moda utiliza para vender identidad”. El diseño de interiores se ha vuelto aspiracional, narrativo, fotogénico. Un género más del universo lifestyle.
El desplazamiento al interiorismo, que comenzó en el mundo del lujo, se ha democratizado rápidamente. Gucci Décor, Dior Maison o las colecciones de Jonathan Anderson para Loewe marcan el tono, pero enseguida esta tendencia se tradujo al segmento accesible para la gran mayoría de públicos: Zara Home, Mango Home, H&M Home, incluso Primark. “El público ya no quiere esperar diez años para cambiar la estética del salón; quiere actualizarlo casi como quien renueva el armario”, apunta Gallardo. La decoración se vuelve cíclica, estacional, casi impulsiva. Se compra una lámpara como quien compra una chaqueta: porque encaja con un tono, un clima emocional o un algoritmo.

La influencia y protagonismo de caras conocidas que se asocian a marcas decorativas amplifica aún más si cabe este movimiento. Los rostros que antes prestaban su imagen a bolsos o perfumes ahora firman sillones, mesas o vajillas e incluso van más allá, creando sus propias marcas de decoración. Un ejemplo claro de este salto es Gwyneth Paltrow que lanzó una línea de hogar con Goop; también Courtney Cox, en una especie de homenaje a su icónica Monica Geller ––una gran maniática del orden y la limpieza–– lanzó Homecourt, su línea de productos para el hogar. Incluso la cantante californiana Becky G, desde otro ángulo y junto a su madre, ha lanzado una línea de menaje y accesorios que reivindica identidad cultural desde lo doméstico para los grandes almacenes Wallmart.
Pero esta fiebre por las caras conocidas e influyentes también opera desde lo local. El ejemplo de Blanca Miró como embajadora de Mango y Mango Home es revelador: no se trata tanto de diseño como de la atmósfera que la consultora de moda e icono del buen gusto ha marcado a lo largo de los años; su estilo —colorista, mediterráneo, vital— encaja con el relato que la marca quiere construir en el hogar: una estética que trasciende a la ropa y habita en los objetos. Incluso con su propia marca, La Veste, fundada junto a María de la Orden, ha creado una colección de menaje de cocina que refleja toda su personalidad.
Sara Lloris, prescriptora e influencer experta en decoración (en redes seguro que la conoces como Honolalab) es una de las voces más influyentes en interiorismo y tendencias. Ella observa esta vuelta de tuerca desde la proximidad a su audiencia. “Creo que si te gusta un chaleco colorido de Ganni, te gusta también una lámpara de Hay; si te gusta un bolso de COS, quizá te guste un casillero metálico de Montana”. Esa idea explica el éxito de tantas colaboraciones. Para Lloris, además, la clave del buen diseño firmado ––o protagonizado–– por celebrities está en su permanencia: “El ADN de la celebrity debe estar en esas piezas. Que prometan un futuro y dentro de veinte años quien lo compre pueda decir: este candelabro es mi objeto más preciado”. No se trata de viralidad, sino de herencia emocional. Las colaboraciones más valiosas son aquellas que trasladan una sensibilidad reconocible a la materialidad del hogar.
La dictadura estética de lo viral
Otro elemento clave completa este retrato: la crisis inmobiliaria global y el acceso cada vez más precario a la vivienda. En un momento en el que comprar casa –o alquilar– es una posibilidad remota para buena parte de la población, el hogar ha dejado de definirse por la propiedad y se construye desde el vínculo emocional. Muga lo formula con precisión: “Ahora que cuesta más que nunca tener un lugar propio, también lo valoramos de otra forma. El hogar ya no se define por la propiedad, sino por el vínculo emocional que generamos con el espacio”. Decorar, invertir en objetos o cuidar los detalles no es solo un gesto aspiracional, sino una manera de reafirmarse frente a la incertidumbre. “En ese sentido, lo simbólico cobra fuerza: cómo habitamos, cómo cuidamos lo que tenemos, cómo lo transformamos en algo que nos representa”. Y eso, en definitiva, es lo que crea esa sensación de poder, porque “vestir” la casa es posicionamiento: si el exterior es inestable, la identidad se refugia puertas adentro. Y, en paralelo, se proyecta hacia afuera.
En un mercado saturado de imágenes, la decoración funciona como carta de presentación, como territorio de estatus simbólico. Durán comenta que Ikea hizo un gran trabajo democratizando el diseño, pero que llegó un momento en que todo el mundo se cansó de tener la casa decorada igual que su vecino. Y fue entonces, con la entrada de lo viral, cuando nuestra relación con los objetos cambió por completo, queriendo piezas únicas que podemos mostrar en nuestro móviles ––y de las que sentirnos orgullosos dentro del algoritmo––. Una silla, una lámpara, un sofá —como señala Durán— pueden hablar tanto de alguien como su armario: “Ahora ese sofá lo va a ver absolutamente todo el mundo y tiene que hablar de ti”. En este cruce entre precariedad, exposición constante y deseo de bienestar, la decoración se ha convertido en la nueva moda no por superficialidad, sino por necesidad.
El mayor riesgo, sin embargo, es justo el contrario. La viralidad puede desgastar incluso los iconos. Lloris lo resume así: “La búsqueda de la viralidad es lo que ha acabado con el sofá Togo, el Camaleonda o la Flowerpot. Hemos aborrecido piezas que llevaban décadas en el mercado en cuestión de un par de años”. TikTok es capaz de elevar una lámpara al estatus de objeto de deseo y, meses después, agotarla visualmente. Lo inquietante es que este fenómeno está produciendo una estética global homogénea. Gallardo lo llama “dictadura de lo neutro”: espacios beige, maderas claras, luz suave, líneas limpias. Casas pensadas para gustar, no necesariamente para vivir. “Se crea un lenguaje visual global, una especie de dictadura estética carente de creatividad”, advierte. Frente a ello, surge una reivindicación de la profesionalidad. Aunque parezca lo contrario —porque todos decoramos, todos guardamos inspiración en nuestro favoritos de Instagram—, la figura del interiorista se vuelve más valiosa que nunca. Como concluye Gallardo: “Un profesional sabe leer un espacio con una profundidad diferente. Sabe anticipar cómo convivirán los materiales, cómo se moverá la luz, qué necesita cada estancia para funcionar”. En un mundo saturado de imágenes, esa mirada pausada es casi un acto de resistencia.
La decoración es la nueva moda porque ocupa su mismo lugar en la cultura: es lenguaje, es narrativa, es identidad. Pero también porque señala quiénes somos cuando nadie mira. El hogar, en apariencia un espacio íntimo, es hoy un territorio público donde proyectamos aspiraciones, deseos y estilo. Quizá por eso, más que nunca, la pregunta ha cambiado: ya no es qué llevamos puesto, sino cómo habitamos.
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