De refugiados a diseñadores: cómo Coloriage supo aprovechar el talento en moda de los inmigrantes
La cooperativa y boutique Coloriage, en Roma, demuestra que es posible aprovechar el talento de los inmigrantes para crear empleo y contribuir a un modelo de industria sostenible

En la Italia de la ultraderechista Giorgia Meloni, impulsora del primer centro de deportación de inmigrantes de Europa, también hay iniciativas y espacios que desafían la creencia gubernamental de que el mejor inmigrante es el que no está. En Coloriage, una escuela de moda gratuita y boutique ubicada en el barrio de Trastevere, en el corazón de Roma, Valeria Kone demuestra desde 2019 que acoger a refugiados e inmigrantes con experiencia en la sastrería puede ser no solo un incentivo para la integración, sino también una forma de crear empleo y de sensibilizar a la sociedad sobre la importancia de la multiculturalidad. Además, Coloriage es la prueba de que es posible hacer moda sostenible, que no dañe al medio ambiente, a la vez que se respeta a los trabajadores —con sueldos dignos— y a los consumidores, con precios asequibles a todos los bolsillos.

Casada con un maliense y, por tanto, conocedora de la realidad de Mali y otros países del entorno africano, Valeria se dio cuenta de que el conocimiento de los sastres de ese continente, donde el prêt-à-porter aún no es tan popular como en occidente, se perdía cuando llegaban a Europa. “Muchos inmigrantes han trabajado durante años como sastres en empresas familiares, pero al llegar aquí acaban haciendo cualquier cosa para sobrevivir y eso significa desperdiciar mucho talento”, explica Valeria animadamente mientras nos muestra Coloriage.
La tienda llama la atención desde el exterior por su colorido escaparate, que contrasta con el aire clásico de los restaurantes cercanos. En Coloriage se mezclan pantalones, faldas, camisas, vestidos —todo etiquetado con el nombre del diseñador que las ha cosido y el tiempo que ha tardado en realizar cada prenda— con un pequeño taller lateral en el que los clientes pueden hacerse ropa a medida y en el que durante nuestra visita había dos personas entregadas a la máquina de coser: Fara Deme, un senegalés de 28 años, y Nosa Khare, un nigeriano de 26. Ellos son dos de los becarios salidos de la escuela Coloriage, situada en otro barrio cercano, Testaccio, y por la que han pasado ya casi 50 inmigrantes o refugiados a los que Valeria y su equipo además han ayudado a conseguir trabajo cosiendo o diseñando. Fara Deme entró como becario hace años y acabó con un contrato permanente como diseñador. Nosa Khare en cambio, regresa para una colaboración puntual y nos lo explica mientras trabaja sobre un fabuloso tejido amarillo.

“Llegué a Italia hace ocho años, pero en Nigeria ya había trabajado con telas y con tintes, siempre me gustó experimentar. He tenido la suerte de encontrar a la gente justa en el momento justo. Coloriage fue fundamental para arrancar en Italia, conseguir los papeles y después acceder a una beca para estudiar en la Accademia Costume e Moda de Roma y eso me ha dado alas, un nuevo lenguaje que desconocía porque yo sabía coser, pero ahora he aprendido a comunicarme con la moda, y la veo como una forma de arte pero también de política. La Accademia a su vez me ha dado otra beca para trabajar en Coloriage en un proyecto propio y estoy feliz de haber vuelto”.
Nosa Khare lo cuenta en perfecto italiano, ya que parte de la integración también consiste en aprender la lengua y en eso Coloriage también ayuda, aunque otra de las claves del éxito de este laboratorio de sastrería social, como le gusta llamarlo a Valeria, es ayudarles a establecerse legalmente en Italia, aunque lo significativo es empoderarlos a través del trabajo.
“Hay varios abogados que nos ayudan con el tema de los papeles y desde hace ya varios años los centros de acogida de la región Lazio (a la que pertenece Roma) cuentan con nosotros para ofrecernos becarios para la escuela. Siempre son inmigrantes con conocimientos de sastrería porque como escuela no tienen aún capacidad de enseñar desde cero y cuando les aceptamos podemos empezar a procesar sus permisos de residencia. El problema es que solo podemos acoger 6 al año, mientras que nos llegan al menos 10 propuestas al mes. Mi sueño es poder crecer para poder crear más trabajo y que no se pierda todo ese talento”, explica Valeria.

Los centros de acogida pagan a los estudiantes de Coloriage 600 euros al mes por trabajar diseñando y cosiendo y además recibir clases. “Es fundamental que cobren porque si no dejarían de venir. Ellos también tienen gastos que pagar, como todos nosotros. Trabajan y contribuyen a producir nuestras colecciones, pero también aprenden nuevas técnicas en la escuela, que utiliza maquinaria que nos donó una empresa que iba a cerrar”.
Y es que en Coloriage, que hoy funciona como cooperativa, todo se concibe a través de la economía circular. “Utilizamos tejidos 100% naturales que han sobrado de grandes producciones de moda del norte de Italia y también tejidos artesanales pintados a mano en diferentes países africanos y tintes biológicos”. Además de los becarios, Coloriage ya tiene a ocho personas salidas de la escuela en su plantilla fija. La media de edad no supera los treinta años y hay hombres como Fara Dame o mujeres como Urmi Kulsum, bangladesí especializada en bordados o Sayon Sissoko, senegalesa.

Valeria y su colaborador principal, el sastre maliano Kassim Diague, se embarcaron en el proyecto con apenas 5.000 euros y poco a poco, a través de crowdfunding y de instituciones que creyeron en ellos pudieron crecer. Cuentan también con contribuciones como la del profesor Anthony Knight, londinense de origen jamaicano que enseña diseño de moda en Venecia y que acudió a dar un taller cuando arrancó Coloriage y se sintió tan identificado con el proyecto que repite varias veces al año desde entonces. Y no es el único que reconoce su valor: en 2024 la agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados ACNUR premió a Coloriage por “ser una empresa que se ha distinguido por su acogida de creativos y artesanos llegados a Italia como solicitantes de asilo”.
“Fue un reconocimiento muy importante para seguir trabajando con entusiasmo”, reconoce ahora Valeria, que concibió Coloriage tras un viaje profesional y personal que ha durado décadas. “Yo tenía años de experiencia en una empresa que producía ropa en Asia y he visto en directo todo lo que está mal la industria de la moda”, afirma esta doctoranda en filosofía, que quiso replantearse su trabajo en clave ética. “Detrás de cada prenda hay una historia de explotación laboral, contaminación, degradación del medio ambiente, es un círculo vicioso y yo quise romperlo. Coloriage es la respuesta a esa realidad”.
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