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¿Matará Steve Bannon a la chaqueta Barbour?

La han adorado por igual Isabel II, Steve McQueen, Alexa Chung y Tamara Falcó. Ahora la icónica cazadora encerada se enfrenta a un problema de imagen.

Steve Bannon con la chaqueta Barbour en un acto de la ultraderecha francesa el pasado mes de marzo.
Steve Bannon con la chaqueta Barbour en un acto de la ultraderecha francesa el pasado mes de marzo.Getty

“Creo que Steve Bannon ha matado personalmente a la chaqueta Barbour”, declaró con solemnidad el periodista Matt Zeitlin en Twitter el pasado agosto. El ex consejero de Donald Trump y ángel de la guarda de la ultraderecha alternativa, alguien de quien Politico dice que es “el hombre que quiere deshacer Occidente” y a quien Saturday Night Live acabó representando como la muerte con una guadaña porque no encontraba un maquillaje lo suficientemente repulsivo (Seth Meyers dice de él que no es correcto llamarle “controvertido” como si fuera “poner piña en la pizza”, sino que es más correcto llamarlo supremacista blanco antisemita), ese hombre ha hecho de la chaqueta Barbour de toda la vida, con su encerado verde escupeaguas, su cuello de pana y su forro de cuadros, su prenda fetiche. La llevó durante toda la campaña que llevó a Trump a la presidencia y no se la ha quitado tampoco ahora que ya no forma parte del organigrama de la Casa Blanca. En un mítin el noviembre pasado incluso se refirió a ella como “mi chaqueta de la suerte”. La luce también durante gran parte de las entrevistas que forman American Dharma, el documental que le ha dedicado Errol Morris y que se estrenó en el pasado festival de cine de Venecia. Ahí la lleva, arrugada como es su costumbre, encima de su combo habitual de dos camisas negras ,una encima de la otra, un truco de estilo que al parecer adoptó en la escuela militar (a veces se pone hasta tres).

Que se sepa, el ejemplo de Bannon no ha cundido y las marchas de supremacistas blancos en Estados Unidos, como la que tuvo lugar en agosto en Washington (y en la que al final sólo hubo 20 participantes, frente a mil personas protestando por su presencia) no se han llenado de parkas como las que le chiflan a la Reina de Inglaterra, lo que daría a una manifestación neonazi un perturbador aspecto de cacería del zorro. Pero la afición del ex ideólogo de cabecera de Trump a la prenda sí pone a la marca en un brete, comparable al que vivió Lacoste cuando no dejaban de aparecer imágenes del asesino de Utoya Anders Breivik con sus polos. Al parecer, la firma francesa llegó a pedir a las autoridades noruegas que dejasen de difundirlas.

Steve McQueen, uno de los primeros embajadores de la firma.
Steve McQueen, uno de los primeros embajadores de la firma.

Como los propios polos Lacoste, el modelo Bedale de Barbour siempre ha tenido tendencia a emitir múltiples señales, a ser más que una chaqueta de entretiempo apta para climas húmedos. Asociado siempre con el estilo británico, la empresa la fundó un escocés, John Barbour, en 1894, un productor de algodón encerado, que se dio cuenta de que los pescadores y los pastores de ovejas del Noreste de Inglaterra necesitaban ropa de abrigo resistente. La prenda se mantuvo en ese nivel meramente práctico hasta que al hijo de John, Malcolm, se le ocurrió empezar a venderlas por catálogo, incluso fuera de Inglaterra, lo que disparó el alcance de la marca hasta en un 75%. El nieto, Duncan, era aficionado a las motocicletas y lanzó la colección de ropa para carreras en 1936. Esa asociación de la Barbour con el motor quedó sellada para siempre en 1964 cuando Steve McQueen, de camino a Alemania del Este para unas carreras, paró en Londres específicamente para comprarse una Barbour y su adquisición fue muy publicitada. Paralelamente, la marca se convertía también en la encargada de vestir a los soldados británicos en los submarinos.

Tamara Falco fue imagen de la firma. Aquí, con la chaqueta de compras en 2009.
Tamara Falco fue imagen de la firma. Aquí, con la chaqueta de compras en 2009.Cordon Press (© TELEOBJETIVO / Cordon Press)

A pesar de estas asociaciones con lo masculino, fue una mujer, Margaret Barbour, la que hizo crecer la marca y la convirtió en algo reconocible en todo el mundo. En 1968 Margaret quedó al frente de la firma por accidente, cuando falleció su marido John Barbour (bisnieto de fundador) con sólo 29 años. Ella tenía 28 y ninguna formación en negocios, pero logró multiplicar por diez el número de empleados de la empresa y por bastante más los beneficios y el número de países en el que la marca tenía presencia. En 2002, la que es probablemente su mayor fan, la Reina de Inglaterra, a la que se ha fotografiado en incontables ocasiones con su Bedale, le concedió el título de Dama del Imperio Británico. Unos años más tarde, con motivo del Jubileo de su reinado, Margaret Barbour le ofreció a la soberana una chaqueta nueva como regalo. Ésta, fiel a su fama de ahorradora, le contestó que prefería que le encerasen la vieja que ya tenía.

Aun así, fue la nuera de la reina, Diana de Gales, quien hizo de la Barbour algo deseable para ponerse fuera del campo. Diana las llevaba desde la adolescencia y se la vio con ellas muy a menudo en sus primeros años de casada (en su era pre-Versace), cuando la prensa enloquecía con cada una de sus fotos. Se convirtieron en una pieza clave en el vestuario de las Sloane Rangers, las pijas londinenses (llamadas así porque su hábitat natural eran las inmediaciones de Sloane Square en Londres), junto con el collar de perlas, la diadema acolchada y los jerséis de punto con motivos naïf.

En esa época fue también cuando las Barbour traspasaron fronteras y llegaron a lugares como España ya como símbolo de estatus. Una cosa era tener cash para enviar al niño a Inglaterra los veranos y otra para que además se comprase una Barbour. Y quien tenía tierras o caballos ya las conocía de lejos. En ¡Hola! no solían faltar imágenes de la infanta Elena en competiciones hípicas vistiendo una Barbour y en 2007 la marca incluso fichó a Tamara Falcó como embajadora. Ella no llevaba la suya a la inglesa, ancha y desabrochada, sino marcando cintura y arremangada, dejando ver una retahíla de pulseritas de oro; un styling bastante más propio del vestir conservador en España.

Ya en los noventa, muchas adolescentes españolas se las ponían encima de sus “conjuntos de salir” (las falditas de línea A con botas o mocasines) los fines de semana, con lo que fueron involuntarias pioneras de la siguiente encarnación de la Barbour: la descontextualizada. Oficialmente, la inauguró Lily Allen, que se calzó una Bedale encerada encima de su vestido de baile fucsia para actuar en Glastonbury en 2007, un día que, como es habitual en el festival, jarreaba. Ese mismo año se la pusieron Kate Moss, Alexa Chung y su ex pareja, Alex Turner de los Arctic Monkeys. Ahí arrancaba una década que ha visto varios intentos de hacer de la Barbour un icono para modernos y asimilados. Quienes no necesitaban que les dijesen que ahora molaban, las sacaron también con orgullo (de clase): Kate Middleton para pasear al perro por St. James Park, Olivia Palermo para dejarse fotografiar por Nueva York, que era su principal ocupación en 2014, con un modelo Beaufort desabrochado pero con cinturón por encima.

Tras un par de años en los que la Barbour había vuelto al campo y a los armarios de los que nunca salió (dicen que duran toda una vida), ahora reaparece sobre los hombros hundidos de Steve Bannon. Como portavoz sin sueldo, no sería lo mismo que una Diana de Gales, pero lo más probable es que, como dijo Mark Twain cuando le dieron por fallecido, las noticias de la muerte de la Barbour hayan sido groseramente exageradas.

Lily Allen y Alexa Chung luciendo Barbours en Glastounbury durante la pasada década.
Lily Allen y Alexa Chung luciendo Barbours en Glastounbury durante la pasada década.Cordon Press

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