Cuando el humor se pasa de gracioso, ¿dónde están los límites?
Una pregunta que lleva acompañando durante siglos a cómicos y público. El autor de ‘La risa caníbal’, Andrés Barba, y el guionista Diego San José reflexionan sobre sus líneas rojas.
Aristóteles, Kant, Hegel, Freud… Algo de singular tiene que tener ese fenómeno inabarcable llamado risa para que ni los más grandes pensadores hayan podido sino admirarla desde la superficie. “¿No es marciano que ante una situación reaccionemos con un gesto físico tan improcedente, rudo y extraño como llenar los pulmones de oxígeno y expulsarlo abruptamente?, se pregunta el escritor Andrés Barba, al meditar sobre la misma fisicidad de la carcajada. Una fascinación digna de libros como el suyo, La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder (Alpha Decay), un viaje a través de pasajes históricos relacionados con la comedia y algunos de sus ilustres protagonistas, que acaba de publicarse. Porque descubrir qué nos hace reír nos atañe más de lo que pensamos. “Hay un gran secreto de lo humano escondido en la risa, un pozo sin fin que nunca conseguiremos delimitar y que siempre nos dará una tremenda información sobre nosotros mismos”, señala el escritor. Su libro ve la luz en un tiempo de incertidumbre. Los ataques a Charlie Hebdo, los chistes de Guillermo Zapata, o los polémicos monólogos de Dani Rovira y Chris Rock en los premios Goya y Oscar respectivamente, abrieron la puerta al debate sobre hasta qué punto es lícita nuestra propia risa.
Diego San José, el guionista nacional del momento gracias a la saga Ocho Apellidos Vascos, comenzó su carrera en una cantera tan brillante como exigente. San José formó parte del equipo de Vaya Semanita, el programa de ETB que fue pionero en bromear sobre el terrorismo de ETA. Durante aquel tiempo desarrolló una capacidad personalísima para filtrar la crítica social en gags para todos los públicos, siendo más tarde una pieza clave en el éxito de la película más taquillera de nuestra historia. San José explica a S Moda sus dos únicos límites a la hora de trabajar comedia. “La propia gracia, porque no hay cosa más lamentable que el humor que solo provoca y no consigue ni media sonrisa. Y que lo soporte tu sentido común, porque nadie con dos dedos de frente va a buscar el lado cómico de una tragedia burlándose de la víctima”. Andrés Barba no tiene tan claro dónde poner el cordón sanitario: “Si fuera tan sencillo responder a esa pregunta no llevaríamos casi tres mil años haciéndonosla…”.
El humor es ficción y, en una sociedad madura, esta no debería tener límites. Pero como también deberíamos poder dejar la puerta de nuestra casa abierta, las llaves dentro del coche y el dinero en una caja de ahorros. Nuestra sociedad es como el crío de la noventera Cariño, he agrandado al niño; por muy grande que se haga, sigue llevando pañales. Las líneas rojas del humor son vagas y cambian dependiendo del tiempo, lugar y tolerancia del propio país. Por poner un ejemplo cercano, Martes y Trece nos hicieron reír durante años con sketches como Mi marido me pega y Maricón de España, que difícilmente podrían emitirse ahora. Aunque siguen siendo piezas de irreprochable construcción e ingenio, han quedado fuera del ámbito de lo gracioso, sumergidas por el progreso de su propio público. “El humor es siempre el termómetro de la conciencia social y ha evolucionado moralmente de tal manera que ya no son oportunos. Es maravilloso que no nos riamos ya con Mi marido me pega, porque el haber entendido ciertas cosas como sociedad ha provocado que se desarticule lo que nos hacía gracia”, apunta Barba. “No somos menos tolerantes que antes, sino que los tabúes cambian. Por ejemplo, nunca antes habíamos escrito tanto humor respecto a nuestra clase política, la monarquía o el nacionalismo”, concluye el guionista, cuyo último trabajo en cartelera, Tenemos que hablar, es una comedia sobre la crisis económica y sus consecuencias en las relaciones de pareja.
Como tantos otros aspectos de nuestra vida, el humor también ha encontrado en las redes sociales un nuevo punto de partida. Internet supone una cascada de información tan torrencial y plural que nos ha descubierto nuevas formas de hacer reír y mentes cómicas brillantes, pero también ha servido como altavoz de ofendidos y boya para la intolerancia. Recientemente se ha cobrado una nueva víctima. Dani Rovira, que presentó por segunda vez la gala de los Goya, confesó que no le merecía la pena repetir tras recibir furibundas críticas al bromear sobre el IVA de los yates, que provocó las protestas de la Asociación Nacional de Empresas Náuticas. Asimismo, Chris Rock decidió responder con humor a un problema tan serio como la discriminación racial en Hollywood. “Fue una estupenda reacción a una realidad”, expone Barba. “Una sátira sobre su ausencia es mucho más eficaz e interesante que unas pancartas indignadas. Cuanto más importante es un tema más necesario se hace bromear sobre él para no morir aplastados bajo el peso de su gravedad”.
En las páginas de La risa caníbal también encontramos una reflexión acerca de la estrecha relación entre la comedia y la política, y como una legitima a la otra. El propio Adolf Hitler fue plenamente consciente de su poder en Estados Unidos al descubrir como una estrella como Charlie Chaplin se molestaba en parodiarle en El gran dictador. A George W. Bush, el autor lo denomina de “payaso involuntario”, por la dignidad con la que afrontaba los terribles y humillantes sucesos a su alrededor. Una torpeza de la que se beneficiaron para hacer carrera grandes intérpretes (Will Ferrell) y realizadores como Michael Moore, Palma de Oro en Cannes por Fahrenheit 9/11. Este mismo documental es un ejemplo de cómo bañar con dosis de comedia una tragedia de la magnitud de los atentados del 11 de septiembre en las Torres Gemelas. El humor es contexto, estructura, oportunidad, y sí, como dijo Mark Twain y repitió Woody Allen, la suma de tragedia y tiempo. ¿Pero cuánto dura el duelo tras un episodio así de terrible? En el caso norteamericano, exactamente 18 días. Un 29 de septiembre, el por entonces alcalde de la ciudad, Rudy Giuliani, levantó la restricción a la risa en Saturday Night Live. “¿Podemos volver a bromear?”, le preguntó el creador del formato, Lorne Michaels. A lo que el político contestó con otra pregunta: “¿Por qué no ahora?”.
Este mítico show ha servido como medidor de la tolerancia del público durante sus 41 años de emisión ininterrumpida. Hace solo unos meses, Louis C.K., el cómico mainstream que más estira de la cuerda, protagonizó una gran polémica por su aparición en Saturday Night Live. En menos de diez minutos comprimió en un mismo monólogo sus corrosivas reflexiones sobre la pederastia, el conflicto árabe-israelí y el racismo. Las redes sociales clamaron contra su emisión y decenas de asociaciones (de esas que solo parecen existir cuando se sienten insultadas) se quejaron a la cadena. Él parece tenerlo claro. «La gente tiene la ridícula opinión de que no deberían ser ofendidos. No sé de dónde han sacado esa idea», sostiene el cómico. ¿Cómo saber si es el humor el que se pasa de gracioso, o somos nosotros los que nos pasamos de susceptibles? Barba destaca la “extraordinaria cursilería” de nuestra sociedad debido al predominio del sentimiento sobre las ideas. “Las ideas pueden discutirse, pero los sentimientos solo pueden respetarse. Por eso los discursos nacionalistas, o puritanos, son siempre sentimentales: es la estrategia perfecta para volverse inexpugnables”. Pese a lo intrincado de la cuestión, podríamos decir que el humor es como un buen desamor. Si ha sido real, duele. De nosotros depende el soportarlo o no. Diego San José apunta también que este siempre debe escocer a alguien. “Hasta el chiste de Lepe más inocente molestará a alguien de Lepe, pero no podemos otorgar a nadie implicado en un chiste el privilegio de ponerle tope a la comedia. El gran damnificado sería el humor, y ahí sí que estaríamos definitivamente perdidos”. Vayan buscando bengalas.
https://www.youtube.com/watch?v=eSkbKN-Ir2Q
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