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¿La moda es arte?

La gran discusión entre diseñadores, historiadores y coleccionistas reaparece con fuerza. ¿Dónde está el límite que separa la genialidad de la artesanía? ¿Las colecciones son fruto de visionario?

¿La moda es arte?
Cordon Press

Parece que estemos hablando de la hija bastarda del capitalismo y de la vanidad femenina. Pero de lo que trata este debate en realidad es de nuestra lucha por ocupar el lugar que merecemos en el mundo de las artes», reivindica Valerie Steel, directora del museo Fashion Institute of Technology (FIT), en Nueva York.

Con la nueva edición de ARCO en Madrid, la primera muestra tras el fallecimiento de Óscar de la Renta, en el Museo Savannah College of Art and Design (hasta el 3 de mayo), en el estado de Georgia (Estados Unidos), y la próxima exposición sobre el vestuario de Lauren Bacall en el FIT (desde el 3 de marzo), regresan, más afilados si cabe, los argumentos que discuten dónde está el límite que separa la costura del arte.

¿Cuál es el escaparate acertado para exhibirla? El coleccionista y mecenas Han Nefkens intenta unir los patrones de este difícil traje: «Falta por determinar si hay moda que de verdad pueda tener una función en los museos, que tenga algo que expresar más allá de su interés como vestido». En 2006 Nefkens amplió su colección de fotografía, vídeo, instalaciones y pintura de autores como Jeff Wall, Sam Taylor-Wood, Bill Viola o Shirin Neshat y Félix González-Torres con los diseños de Hussein Chalayan y Viktor & Rolf, entre otros, como parte de su proyecto Fashion on the Edge. Una serie que ha crecido con tres nuevas incorporaciones: un trío de vestidos de alta costura del último desfile de los holandeses –según The New York Times el valor medio de cada una de estas piezas es de 20.000 dólares–. Con estos ya suman 20 los modelos creados por el tándem flamenco que Nefkens ha cedido al museo de Boijmans Van Beuningen, de Rotterdam. «Incluso para diseñadores tan reconocidos como ellos a veces resulta muy difícil financiar este tipo de creaciones, que además no venden, porque más que prendas comerciales, son una extensión de su universo creativo». Este febrero, Viktor & Rolf comunicaron su decisión de abandonar el prêt-à-porter para centrarse en la línea de haute couture. «Es en ese segmento donde están nuestras raíces, lejos del calendario de pasarelas, y donde los textiles funcionan como un vehículo de expresión artística», explica la pareja.

Capa cervatillo de C. Coppens (2006).

Marc Tops 2004

Giorgio Armani coincide con ellos y no duda atendernos para explicar su perspectiva: «Por supuesto, la moda es arte. La relación entre estos universos es muy estrecha. Ambos son medios de expresión de gran potencia, que crean objetos no solo bellos, sino también capaces de emocionar. De hecho, la industria de la confección se sitúa en el centro de la creatividad y es el mejor espejo de la sociedad y su cultura». Personalidades como Marina Abramovic apoyan este planteamiento. «Nuestros mundos están cerca», dice. «En ambos hay grandes nombres, imitadores y revolucionarios. Son estos últimos los que me interesan».

Defensa organizada. Según Diana Fernández, profesora de Historia de la Moda en el Centro Superior de Diseño de la Universidad Politécnica de Madrid, «se admite y reconoce que la indumentaria –como parte de la cultura material de los pueblos– estaría directamente vinculada con las artes aplicadas, por contener cada pieza o accesorio diversas de las llamadas artes menores (tejeduría, orfebrería, encajes bordados, incrustados, marroquinería). Una prenda podría ser considerada como objeto de arte en tanto que puede producir disfrute estético». Para el historiador Pablo Pena González la moda no ha conseguido ser reconocida como merece por motivos complementarios. «La historia del Arte nace en la Edad Contemporánea (siglo XIX) y la crean los hombres, que son precisamente esa mitad de la humanidad que por aquel entonces decidió renunciar a la brillantez de la indumentaria y convertirla en atributo femenino, con lo que esto tiene de peyorativo para una sociedad patriarcal: ‘cosas de mujeres’», justifica el autor de Indumentaria en España: el periodo isabelino (1830-1868) (Ed. Museo del Traje) y El traje en el Romanticismo y su proyección en España (1828-1868) (Ed. Ministerio de Cultura). Pilar Pasamontes, profesora de Historia especializada en los siglos XX y XXI en el Instituto Europeo de Diseño (IED) y vicepresidenta del ModaFAD, ambos de Barcelona, puntualiza: «Debemos ser sinceros. En 100 años de moda, arte hay, pero lo justo. Tampoco divinicemos esta forma de expresión. Hay pinturas y esculturas que son solo objetos».

Vestido que lució Kirsten Dunst, parte de la exposición de Óscar de la Renta en el SCAD. Hasta el 3 de mayo.

Oscar de la Renta Archive / NYC / Adam Kuehl / SCAD Museum of Art, Savannah.

Sobre la pasarela, toda una generación de diseñadores ha reivindicado su talento y su influencia en la cultura. Así Pierre Bergé, cofundador de Yves Saint Laurent y presidente de la fundación que lleva su nombre junto con el del modisto, se refiere a este último como «el mayor artista contemporáneo que ha dado Francia». Para reconfortar a aquellos que son menos creativos o afortunados, Pablo Pena González se apoya en el diccionario que define arte como «la habilidad para hacer algo». Y analiza: «El ser humano no puede ser más que artista, es su condición. Cada cual que escoja luego el eslogan que le acompañe según su proyección de marca».

Mitos, leyendas y tijeras. El paso de la consideración de modista a couturier no es reciente. A mediados del siglo XIX, los prerrafaelitas promovieron el Aesthetic Dress, un movimiento que exigía el reconocimiento artístico de hilanderos, bordadores y otros oficios implicados en la confección de las prendas victorianas que reproducían en sus obras. No lo consiguieron.

Quien sí alcanzó la celebridad fue Charles Frederick Worth, el primero en incluir su firma en la etiqueta de sus vestidos. «Se pasó del artesano anónimo al artista sublime que goza de notoriedad y renombre», nos cuenta Diana Fernández. La consolidación de esta figura llegó en el siglo XX. De sus primeras décadas hemos heredado nombres como el de Paul Poiret, quien decía «sentirse muy próximo a mis compañeros pintores», o Elsa Schiaparelli, famosa por su relación de amistad y colaboración con los surrealistas franceses. «Posiblemente ella es uno de los pocos casos en el mundo que consiguió convertir en arte la indumentaria. Aunque en mi sincera opinión, salvo excepciones como ella, este es un oficio bellísimo, pero un oficio», razona Pasamontes.

Pieza de la última colección de Armani Privé con la que el diseñador celebra sus diez años en la alta costura.

Imaxtree

Reforzar costuras. «En pleno siglo XXI, cuando los límites de lo que se considera arte se difuminan, el vestir parece acercarse a esta forma sublime de expresión sin llegar a serlo. Se nutren, se retroalimentan, pero la esencia de ambos es distinta», aclara Diana Fernández. «Hay una gran diferencia entre lo que es patrimonio cultural y el reciente interés de elevar el valor de la moda, dándole entrada en las galerías y convirtiendo al diseñador en artista y sus confecciones en piezas de museos».

Marc Jacobs comparte este razonamiento. «Nuestro trabajo solo tiene sentido cuando alguien lo lleva puesto. Hago ropa, bolsos y zapatos para que las personas los usen, no para colgarlos en una pared y admirarlos», defiende con vehemencia. «La ropa en un museo es la muerte absoluta. He visto exposiciones de prendas de Jackie Kennedy y no estoy interesado en su armario. Sí en la vida de las mujeres que la usaron», concluye Jacobs. «Para mí, la industria textil nunca será una forma de arte», coincide J. W. Anderson. «Es algo más mecánico. No puedes comparar un artista con un diseñador. Para empezar tienen objetivos muy diferentes. Quizá hoy ambos sean comerciales, pero mientras la moda lo es por definición (y por necesidad), el arte no tiene por qué serlo. No se ve limitado por el mercado. Yo no quiero ser artista, pero si existe la posibilidad de serlo, ¿por qué no aferrarse a ella?», concluye el actual director creativo de Loewe.

Caprile, Diana Fernández o Pilar Pasamontes reconocen que las soluciones de patronaje de Balenciaga (en la foto) o Lanvin rozan lo que académicamente se considera arte.

Horst P. Horst / Conde Nast Archive.

En nuestro país hay voces mucho más rotundas. «Son los acomplejados los que se autodenominan creadores, diseñadores, directores creativos y demás cursilerías. Somos modistas, que es el auténtico nombre de esta profesión», dice Lorenzo Caprile. «El arte tiene que ver con valores eternos, que no se contradicen cada temporada. Es algo que te hace cambiar la manera de pensar, que te sobrecoge. No conozco a nadie a quien le haya cambiado la vida un desfile. Como mucho puede decir que el show era espectacular o que ha visto unos modelitos que se pondría para la boda de una prima», comenta Caprile, que acaba de publicar el libro De qué hablamos cuando hablamos de estilo (ed. Temas de hoy). En cambio, «sí que incluyo esta disciplina dentro de la cultura. Como cuando vas al museo de artes decorativas para disfrutar de la maravillosa colección de azulejos esmaltados de España. Pero no por ello consideramos ni a aquellos ni a los que hoy hace Porcelanosa como arte».

Caprile comprende el porqué de las exposiciones de costura. «Hoy los museos son parques de atracciones que necesitan facturar. De hecho, la principal fuente de ingresos del MET es su gala de la moda (con cubiertos de 1.000 a 6.000 dólares). Además, para disfrutar de una exposición de un modista no hay que ser Einstein. Están hechas con mucho gusto, entran por los ojos y la comentas con facilidad con una amiga. No como con una de Rotko o Picasso, en la que sí es necesario haberse leído unos libros para entender su magnitud».

Una opinión similar tiene el diseñador español afincado en Nueva York Emilio de la Morena. «Es artesanía, no un vehículo para cambiar la vida a la gente. Aunque en ocasiones el precio sea parecido al del mercado artístico. Lo que sí es todo un arte es hacer dinero con el prêt-à-porter». Esa es la verdadera preocupación de muchos de sus colegas, como Karl Lagerfeld. El káiser llegó a contar que, «en una cena, conversando con una compañera, esta me soltó: ‘En nuestro mundo, el del arte…’. A lo que yo le pregunté: ‘¿Ya no haces vestidos?’. Creo que si te nombras a ti mismo como un artista es que en realidad juegas en segunda división». Miuccia Prada tampoco considera que su trabajo sea artístico, y se pregunta: «¿A quién le importa?» Como ella, Warhol también quitó importancia (y rimbombancia) a la cuestión: «No entiendo por qué la gente cree que es tan especial ser artista. Solo es otro trabajo».

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