Jonathan Anderson, de Loewe: «Nuestros clientes se merecen el 100% de mí»
El diseñador edita su tercera edición de muebles, Loewe, this is home, inspirándose en Arts & Crafts, el movimiento que devolvió humanidad a la revolución industrial.
Con palabras de Jonathan Anderson: «Desde sus orígenes y a lo largo del siglo XX, Loewe ha sido una marca eminentemente cultural. Una firma de artesanía con un talento increíble para hacerla. Ese es su poder. Mi ambición es convertirla en hecho cultural: crear un marco de ideas en el que el diseño sirva para modelar un mundo físico y también emocional».
Alcanzar la misma credibilidad estética que un museo parece la primordial de las ambiciones del diseñador desde que, hace cuatro años y con tan solo 22, fuera nombrado director artístico de Loewe. En la revolución de imagen que ha operado en la marca española por antonomasia –desde cambios en el packaging hasta incorporar floristería a los servicios de sus tiendas– el norirlandés ha terminado por incluir objetos de diseño y muebles a la firma, «porque si antes la gente vivía más en la calle y la ropa enseñaba su mundo, ahora lo importante es invitar a amigos a tu casa: utilizarla para enseñar tus gustos, conseguir una comunión entre lo que somos y el espacio en el que habitamos».
Lo ha hecho, además, aplicando un criterio muy personal: trasladar su universo referencial al de la firma, el mismo que comparte con sus amigos en su casa londinense, cuyos elementos decorativos se pueden rastrear, convenientemente estilizados, en los escaparates de la enseña por el mundo: «Era importante aportar algo de mi sustancia y este proyecto lo he desarrollado personalmente porque nuestros clientes se merecen un 100% de mí».
Si Loewe nació en 1846, no es de extrañar que Anderson haya terminado acudiendo al siglo XIX para completar ese camino que parece convertir a la marca en una «casa de oficios artesanos», al modo de sus coetáneas Hermès o Louis Vuitton. «No se trata de un corta y pega del pasado –avisa–, sino de traer unas ideas al presente. Las firmas han de ser conscientes del momento que se está viviendo. Y tiene mucho de inmediatez, de poder compartirlo todo por las redes, y de espontaneidad: hacerlo casi sin pararse a pensar. Cuando uno está demasiado pendiente de la construcción del concepto, se vuelve irremediablemente predecible. Y eso es el fin de una marca», establece.
Anderson, conocido por sus afinidades con el siglo que cambió la faz de Europa –muchos de sus diseños de moda, tanto para su propia firma como para Loewe, se inspiran en los periodos georgiano, victoriano y eduardiano; él mismo es coleccionista de mobiliario del XIX y también de porcelanas de esa época–, apela en esta colección, presentada en el Salone del Mobile de Milán, al movimiento Arts & Crafts, impulsado en el siglo XIX por intelectuales y artistas como respuesta a la uniformidad impuesta por la producción industrial. Sin embargo, lejos de acudir a sus miembros más notorios, como William Morris, el creador recurre a otros menos conocidos.
El primero Robert Mouseman Thompson (1876-1955), en una serie de platos, candeleros y hasta una escalera decorativa por la que bullen ratoncillos. Seguidor tardío del movimiento, este ebanista británico fue conocido por esconder un pequeño roedor tallado en las piezas de mobiliario que realizaba, sobre todo para iglesias. Su empresa sigue viva, y a ella se le ha encargado la ejecución. «Tenemos aquí un artesano que se definió a través de una brillante herramienta de marca, muy moderna además», reconoce admitiendo, de paso, otra de sus obsesiones: el branding como lenguaje en sí mismo. De hecho, el ratón incluso se ha trasladado a monederos y otros elementos de marroquinería.
De estas en apariencia toscas piezas esculpidas a mano sobre roble, la colección se amplía hacia sillas y bancos de aspecto mucho más sencillo. «Están inspirados en una exhaustiva investigación en torno al arquitecto y diseñador Baillie Scott (1865-1945), que fue de los primeros en empezar a usar formas lineales reducidas, influencia fundamental del minimalismo o de artistas y diseñadores contemporáneos como Donald Judd», explica. La complejidad del entramado referencial de Anderson se amplía desdibujando los límites históricos: los bancos incluyen, a modo de cojín, retales de cuero apilados uno sobre otro, por influencia directa y asumida «de uno de mis artistas contemporáneos favoritos: el cubano Félix González-Torres (1957-1996)», conocido por sus esculturas o instalaciones que funcionaban como torres de papeles impresos que el espectador podía deshojar y llevarse consigo.
No es la única referencia: otros incorporan siluetas de rostros y hasta figuras humanas tejidas, a modo de mantas o tapices de pared. Estas parecen aludir a Anthea Hamilton, artista nominada en los últimos Turner, de la que Anderson posee alguna pieza. «Lo incluí porque quería algo que definiese dónde está el ser humano hoy. La idea del contorno y la del retrato como recipiente. Me intrigaba formular el cuerpo humano en punto, tejer humanos… hay algo que se pierde cuando extraemos el cuerpo real a esa idea de pura silueta», reconoce. Como también que su disposición, en trío, muestra «una sexualidad abierta. Es algo que siempre me ha obsesionado: cómo definimos la sexualidad y cuánto nos puede llegar a asustar. Efectivamente, este proyecto me explora a mí mismo como persona».
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