Por qué decepciona ver a Daenerys reducida al mito de cabeza de medusa
La cuestionada transición de heroína feminista a supervillana sin piedad enmarca al personaje de Juego de Tronos en esa narrativa mitológica que quiere decapitar a las mujeres que ponen en peligro el orden del poder masculino.
Acordarse de todas las madres que han llamado Daenerys a sus niñas (57 en España según el INE, la media de edad de las pequeñas es 2,2 años) está siendo una de los bromas más recurrentes tras la emisión de Las campanas, el quinto capítulo de la octava temporada de Juego de Tronos. A pocos días del final, el fandom gestiona como puede ese acelerón de maldad y locura en la madre de dragones y, para aliviar su frustración, rescata del olvido las fotos de Pablo Iglesias o Cristina Cifuentes vistiendo camisetas con el lema Yo no soy una princesa soy una Khaleesi. Míralos, jaja, qué ilusos eran, nos decimos con el rictus todavía tenso y apretando mandíbula, intentando asimilar el brutal despliegue de fuego y furia visto en el último episodio. Mientras los más entrenados en las tragedias cíclicas de los Siete Reinos recuerdan que las pistas de que esto iba de la balada triste de la reina chalada siempre estuvieron ahí pero no quisimos mirar, no hay nada que resuma mejor esta bofetada de realidad entre los que llegan a través de la televisión que el sonrojo que produce ver a todos esos políticos ahora descontextualizados. Que se lo pregunten a Elizabeth Warren, esperanza demócrata para enfrentarse a Trump en 2020, que no hace ni un mes defendía en una viral columna de opinión por qué la política estadounidense necesitaba más Daenerys y menos Cerseis. De material para ensañarse con los incautos seguidores de la rompedora de cadenas, Internet va sobrado.
¿Andaba toda esa gente cegada por los destellos de liderazgo femenino acordes a un despertar feminista global? ¿Habíamos proyectado nuestras esperanzas de progreso social en un personaje (¡de ficción!) fiel a su supuesto destino? Cuando Emily Nussbaum, crítica de televisión de The New Yorker, introdujo la teoría de los»malos fans« –señores que se equivocan al convertir en héroes y tratar de redimir a auténticos antihéroes, como pasó con Walter White en Breaking Bad–, también repartió estopa para las mujeres: la mala fan es más animadora que espectadora crítica y malinterpreta a la supuesta heroína por su propia proyección personal. La mala fan se sube al «¡Dale duro, tía!» por encima de otras complejidades y se mosquea cuando su ídola toma atajos morales y se torna maquiavélica en sus objetivos. Pasó con Alicia Florrick (The Good Wife), con Carrie Mathison (Homeland) y hasta con Carrie Bradshaw en Sexo en Nueva York. Lo de Daenerys supuestamente estaba escrito en su ADN. Hija del Rey Loco, la hemos visto ejecutar a los amos de Meeren o a los Tarly y dejar calcinados a una buena panda de khals. Hasta tuvo una visión en Qarth donde llegaba a un salón del trono arrasado y cubierto de cenizas. Pero aún así, la decepción con este viraje ha sido histórica y los stans siguen atónitos. Especialmente en una era donde los medios siguen juzgando a las candidatas a gobernar en función de si son simpáticas o agradables. Como resumió Varys a Tyrion sobre su predilecto al trono de Hierro: «Porque es un hombre y las vergas importan, me temo».
Aunque estuviese delante de todos, esa encarnación del mal que nadie vio venir hasta capítulo y medio atrás ha dolido. La que fuese Khaleesi, rostro y meme de la filosofía empoderadora de los últimos años, reducida a otra cabeza de medusa de la cultura pop. A la espera de la catarsis final y con las esperanzas puestas en las Stark, las mujeres que más poder han rozado en la serie (Melisandre, las Tyrell o Cersei) han sido afectadas por esa maldición mitológica que describe Mary Beard en Mujeres en el ejercicio del poder. La misma que urge a aniquilar a las figuras femeninas que cuestionan el orden masculino, a decapitarlas, para poder mantener las jerarquías preestablecidas. Cuenta Beard que la cabeza de medusa es «uno de los símbolos más potentes de la Antigüedad de dominio masculino sobre los peligros destructivos que implicaba la mera posibilidad del poder femenino». Esa melena con serpientes ha servido para caricaturizar la ‘amenaza’ de Angela Merkel o Hillary Clinton en nuestra vida alejada de la ficción. A Daenerys, a la que también han violado como a la Medusa del mito, no le hacían falta serpientes para convertir en piedra a todo aquel que le mirase a la cara. Ya tenía a su dragón para transformar en cenizas todo vestigio de humanidad restante en Desembarco del Rey.
Emilia Clarke merecía más que un par de míseros primeros planos de rabia contenida en un capítulo agónico. No pudimos verla. El rugido de su dragón, esa simbólica metamorfosis animal de la Reina Loca, fue prácticamente la única información que tuvo el telespectador en su giro maléfico. Puede que nunca necesitara ser la heroína feminista que todos creíamos, pero un giro de guion apresurado bien vale la decepción global que arrastran los que soñaron con ser Khaleesi antes que princesa.
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