Ya nadie cree en las ‘peleas de gatas’: oda a la pandilla femenina
Reivindican y ensalzan la amistad femenina y la sororidad es su creencia. 30 personalidades de nuestro país rompen tópicos que hablan de rivalidad y se muestran unidas, enérgicas y creativas. Las mujeres unidas no serán vencidas.
Entre ellas hay química. Algunas, como Marta Robles, Mabel Lozano y Carmen Valiño, comparten risas, cenas y proyectos desde hace más de 20 años. Otras, como Bárbara Santa-Cruz y Soleá Morente, se acaban de conocer en la sesión de fotos de este reportaje, al que acudieron ante la llamada de una amiga común, Ariadna Paniagua, cantante de Los Punsetes, que las ha incluido a ambas en el proyecto creativo que desarrolla desde hace dos años en su cuenta de Instagram (@ariadnapunsetes), donde distintas personas posan con los vestidos que ella diseña y crea para sus conciertos. Porque, según la RAE, la amistad es «afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato», pero también es «afinidad, conexión entre cosas». Estas 30 mujeres reflejan esas dos vertientes, rompen tópicos que hablan de rivalidad y se muestran unidas, enérgicas y creativas. Un orgullo femenino que ha reforzado el 8-M y que constata que, juntas, las barreras son menos y que la empatía es una poderosa herramienta para el cambio.
La red de las Magnolias
«¡Subid la música!», grita Mabel Lozano, porque suena como un himno Stop in the Name of Love de las Supremes y las Magnolias quieren bailar. Así se autodenomina este grupo de ocho mujeres que comenzaron a reunirse en unas cenas que organizaba –y cocinaba– en su casa la directora de documentales. En 2009 llegó el grupo de WhatsApp que afianzó su amistad. «Nos vemos menos de lo que nos gustaría», reconoce Charo Izquierdo, directora de MBFW Madrid, «pero hablamos a diario en el grupo, nos mandamos fotos y nos implicamos todas en los temas del resto». Añade que «es necesario reivindicar la amistad y ejemplos como este se cargan ese tópico maligno de que las mujeres somos nuestras peores enemigas. Al contrario, somos nuestras mejores amigas». Lozano precisa que «es un estereotipo que han creado los hombres porque juntas somos imparables, nosotras hemos tejido una red de sororidad y de hermandad, y nos apoyamos y nos animamos muchísimo».
Si Rossy de Palma estrena una obra, allí van todas. Si Marta Robles presenta un libro, también. «Usamos un hashtag que es una frase que le robamos a Mariola Orellana, ‘Qué sería de nosotras sin nosotras’; con él, reivindicamos lo importantes que son las amigas, tener ese refugio donde no necesitas ninguna guardia, defensa o muro, donde cualquier defecto o inseguridad que tengas lo puedes compartir porque sabes que vas a estar reconfortada y comprendida, sin censura. Un refugio de sororidad», explica Rossy. Marta la conoce desde hace más de dos décadas: «La había entrevistado un montón de veces, y cuando coincidí con ella en una de las cenas de Mabel me desmayé de amor por completo. Bueno, amo a todas las Magnolias». De hecho, se planteó escribir un libro sobre esta pandilla, pero la idea, de momento, permanece en su lista de proyectos pendientes. «Anda un poco dormido porque yo, como el resto de mis hermanas, no doy abasto. Ellas me aportan luz, cuando estás con personas buenas te hacen mejor a ti. Además, son brillantísimas y no tenemos envidias, somos generosas y nos alegramos de los méritos ajenos, nos apetece que las otras triunfen», subraya Robles. Recuerda que a la agente de actores Kaliah Garzón –que puso el nombre al grupo inspirada por la película Magnolias de acero– la conoció en un taxi donde se contaron la vida hace 20 años. La aludida había compartido piso con Lozano en Japón. «Cuando éramos modeliquis», cuenta entre risas, «somos hermanas, el día que nació su hijo Jacobo me planté en la puerta del hospital con una botella de vino de cinco litros con su nombre que me había recomendado Gerard Depardieu en un viaje a Canarias». Garzón cree que el secreto de estas Magnolias reside en el respeto mutuo: «Nos admiramos. Independientemente del cariño, yo veo que son tías que si no fueran mis amigas me gustaría que lo fueran».
A la experta en comunicación y eventos Carmen Valiño la llaman Duende, dicen que es pura energía. Prepara pequeños recuerdos para cada reunión. Un atrapasueños, una vela. «Cuando Mabel era candidata a los Goya hice un atrapagoyas… La vida tiene que ser un poco un juego y para mí la amistad es ensanchar el nosotros, sumar», reflexiona. De ellas destaca la ausencia de presiones: «Todas tenemos una vida pública y social, estamos expuestas, pero entre nosotras somos totalmente libres, nos respetamos y queremos». Pero las Magnolias son diversas, se contradicen, no opinan siempre lo mismo. «Tenemos visiones completamente distintas, podemos ser opuestas, pero nos da igual, porque eso mismo nos enriquece», señala la doctora Amaya San Gil, que destaca que para ella este equipo ha sido «un apoyo en épocas malas». Rosalía Cogollo, directora de la agencia Content Queens, añade que «el grupo suma lo que sería la mujer perfecta: la generosidad de Mabel, la creatividad de Rossy, la tenacidad de Charo, la magia de Carmen, la serenidad de Amaya, la poesía de Marta, el humor de Kaliah…». Y condensa la esencia de su amistad: «Lo nuestro es pertenencia, las Magnolias son una red que tenemos para no estamparnos».
‘Stories’ y muchas historias
«Soy muy amiga de Paty y además vivimos al lado y nuestros novios se conocen desde la infancia, con lo cual tenemos muchos puntos de unión. A Nuria la conozco por Coke, su chico, y también por mi mejor amigo, David Gómez Maestre. A María me la encontré en un desayuno en el hotel Santo Mauro y pensé: ‘¿Quién es esta chica tan estilosa?’. Con Carlota coincido desde hace mil, porque iba a la misma escuela que una amiga y porque vivíamos en Barcelona. A Carolina también de vivir en Barcelona y nos hicimos más amigas cuando un día me ayudó a volver a casa porque me había quedado sin un duro y ella me prestó dinero… Fue como un angelito caído del cielo». Así resume Miranda Makaroff cómo la vida ha ido poniendo en su camino a estas personas entre las que la creatividad es el denominador común. «Sí, esa noche Miranda lo pasó mal, estábamos de fiesta y ella había ido con alguien que desapareció sin decir nada. Al encontramos estuvimos hablando y hubo una conexión especial; nos ayudamos mutuamente y a los dos días nos fuimos juntas a Tamariu», recuerda la estilista Carolina Galiana, que precisa que fue la diseñadora María Escoté quien le presentó a Miranda cuando esta «se acababa de mudar a Madrid, hace 10 años». La moda es otro interés compartido, Galiana asegura que «la belleza en todas sus formas» las une a las seis.
Por eso, antes de hacer el retrato juegan con los tocados de Betto Garcia, se los prueban unas a otras. Las cámaras de sus teléfonos no descansan, selfies y stories forman parte de su lenguaje. Se sincronizan para decir al unísono «¡Okurrt!», evocando a las Kardashian y Cardi B. Se parten de la risa. «Todas ellas me gustan, me inspiran y me caen bien», por eso están en la foto, indica Makaroff. Instagram es el lugar donde sus aficiones se plasman y sus gustos coinciden. «A Miranda la conozco desde hace mucho, pero conecté más con ella a raíz de que empezase a abrirse tanto emocionalmente vía Instagram Stories. Vimos que teníamos intereses similares. Me gusta su honestidad y siento que es un tipo de influencer que aporta mucho más que la que se limita a compartir solo lo superficial», cuenta la fotógrafa y directora de arte Carlota Guerrero.
«Este tipo de amistad no se basa en vernos cada día, o en algo más tradicional, mantenemos el contacto a través de las redes», dice la fotógrafa Nuria Val. Y subraya: «Somos la generación del cambio y tenemos en común el poder de demostrarlo al mundo. Solo unidas podemos hacernos más fuertes». La estilista y diseñadora María Benard añade que «ellas son muy inspiradoras, aportan a nivel creativo y laboral, y es genial poder hablar de intereses comunes como el arte y la moda». ¿Esos gustos podrían dar lugar a colaboraciones futuras? «Claro, Miranda y yo hace tiempo que hablamos de hacer algo que mezcle sus pinturas de orgías de chicas con mis fotos de grupo, ya que hay un punto muy similar entre ellas, tenemos que encontrar el momento para llevarlo a cabo», confirma Carlota. «Aún no he realizado ningún proyecto junto a ella, pero siempre nos pedimos consejo en las diferentes aventuras que emprendemos», afirma Paty Abrahamsson, quien además de compartir afinidades como «la música, el arte, la moda o el feminismo» con Miranda, atesora charlas infinitas y momentos especiales con ella: «Una vez nos metimos juntas en su bañera y estuvimos hablando de nuestras cosas más íntimas hasta que se nos quedó el agua fría y me pareció muy bonito, lo recordaré toda mi vida».
Del santito al bar
Su alegría es contagiosa. Hablan a la vez, una completa las frases de la otra, estallan en carcajadas explosivas. Y todas vuelven cada poco a Carmina, a contar anécdotas de Carmina. Porque la actriz Carmina Barrios es el pegamento que las mantiene unidas. Se conocen del barrio. Puerta Carmona y la Encarnación, en Sevilla, son su terreno. Van juntas al gimnasio. «¿Sabes cómo nos llamamos nosotras? Las Niñas de Verdeja, que son las que tienen carita de niña y coñito de vieja», suelta Carmina y todas ríen. María Jesús Santiago, costurera y vecina de calle de la actriz, apostilla: «Vamos al gimnasio a hacer pilates con unas camisetas en las que pone ese nombre, y cuando nos ven ya dicen ‘Ahí vienen las Niñas de Verdeja’. Pero nosotras no queremos saber nada de los Niños de Verdejo…». Nueva explosión de risas.
«Como tenemos una edad, debemos hacer lo que nos da la gana. Salimos juntas, y cuando estoy fuera rodando, ellas ya me están esperando en la estación de Santa Justa para llevarme por ahí», explica Carmina. «Hemos vivido juntas momentos muy divertidos, en el coche, con los niños… Nos reímos hasta de nosotras mismas, no tenemos vergüenza ninguna», asegura María Auxiliadora López Herrera, auxiliar de enfermería a quien todas llaman Auxi. «Somos amigas de contarnos todas las penas, y lloramos y nos reímos», añade Lola Jurado –«Como la Rocío», precisa, «como una ola»–, que trabaja como enfermera. Quedan casi todos los días, menos Loli Alcaide –apodada la Pillina y también enfermera– que vive en un pueblo cerca de Sevilla. Eso sí, en cuanto puede se escapa a verlas, no le importan las distancias: «Quiero venir para estar con ellas y pasármelo bien, porque son encantadoras». En los bares por los que hacen ronda, dicen, ya saben qué servirles en cuanto cruzan la puerta. «Nos gusta mucho el jamón, el tintito, los caracoles ahora en verano, los montaditos del Eme… Sabemos dónde ponen lo mejor», enumera María Jesús.
Entre tapas, hablan de la vida, de sus preocupaciones, de las cosas malas y de las cosas buenas que les pasan. «No criticamos, con nuestra joroba ya tenemos bastante», afirma Carmina, que recomienda una buena dosis de amigas como la mejor receta contra todos los males: «Vamos primero al santito, a ver a San Judas Tadeo y San Expedito a la iglesia, y luego al bar. Yo no soy beatona, pero me gusta ir a pedir por los niños, por su trabajo, la salud… A la hora de la verdad coges el teléfono y ellas siempre están ahí. Porque no todos los días son una fiesta, algunos estás bajilla… Entonces llamo a María Jesús, a Auxi, a Lola, a Pillina, les digo: ‘Estoy bajona’ y me dicen: ‘Ya te estás vistiendo’ y vienen a por mí. Salimos, nos tomamos dos tintos y volvemos riendo», concluye.
Verbena y (mucho) baile
«Bailar, bailar y bailar». Así, tajante y entusiasta, resume Silvia Trillo, diseñadora en Pedro del Hierro, la gran afición del grupo de amigas formado por ella, la modelo Alba Galocha, la estilista Pepa Rosenbaum y la relaciones públicas Cristina Arias, cofundadora de la agencia de PR The Life Crew. «También nos gusta viajar a la playa, el arte, arreglar el mundo de boquilla y comer, comer, comer», añade, enfatizando sus preferencias con la repetición. «Somos una pandilla verbenera. Me han aportado mucho baile, alegría y ganas de vivir», asiente Galocha, que describe el papel de cada una en este engranaje: «A Silvia la puedes llevar a todas partes, Cris es la que decide adónde vamos, a Pepa pregúntale antes de ir y yo me dejo llevar. Luego está Itzi, que es la que ya estaría allí».
Silvia sostiene que «con ellas todos los momentos son buenos, hasta un simple desayuno puede llegar a ser sorprendente». Cristina opina que la amistad es «ser honesto y respetar al otro; en el momento en que se pierde eso se trastoca esa relación, porque, al final, los amigos son los hermanos que tú mismo has elegido».
Y un hito en esta hermandad fue la movilización feminista del pasado 8 de marzo, que todas recuerdan como un momento realmente especial. «Fuimos juntas y, a pesar de haber asistido a otras manifestaciones apoyando este tema, fue la primera vez que sentimos que la causa era realmente nuestra», explica Alba. «Cada una hace lo que puede, pero todas tenemos nuestros ideales bien definidos», esgrime Pepa. «Entre nosotras no hablamos de sororidad como tal. Hablamos de fomentar la empatía, de la necesidad de la misma en un mundo cada vez más individualista. Y, está claro que, hoy en día, la causa feminista es una cuestión real muy presente en nuestras conversaciones», puntualiza Cristina. Otro momento para el recuerdo fue la pasada noche de los Premios Goya. «Bailamos muchísimos kilómetros, hasta las 10 de la mañana, cuando, en casa de Alba, vimos nevar. Al despertarnos compartimos hamburguesas en la hamaca de la casa en la que vivimos Silvia y yo», evoca Cristina. El estar todo el día de la residencia de una al piso de la otra ha propiciado algún que otro momento curioso, que muestra hasta qué punto sus vidas están entrelazadas. «Pregúntale a las empresas de servicio a domicilio», dice Alba, «cuando pido algo, llega donde viven Cris y Silvia. Cuando Pepa lo pide, llega a la mía. Tenemos una facilidad fascinante para enviar los pedidos a los sitios que no corresponden».
Cambio de cultura
El día que las presentaron, Isabel Muñoz y Blanca Lleó sintieron, recuerda la segunda, como un amor a primera vista. «Raro, porque ya teníamos una edad y nuestros amigos en cierta forma estaban hechos. Luego empezamos a indagar y encontramos lazos de unión maravillosos. Mi madrina, una de las personas que más quiero y que ya murió, estuvo pretendida por un tío abuelo suyo, ¿te lo puedes creer?», sonríe Blanca. La fotógrafa y la arquitecta se quieren con un afecto sin prisas. Las une la pasión por la estética y la geometría. Los espacios donde nada está condicionado, la luz, las perspectivas libres. También una manera de entender la vida en la que se imponen las relaciones humanas. Poner el foco en el otro: mirarlo y verlo, trabajar para él. Muestran respeto y admiración mutua cuando hablan de sus proyectos: la lucha contra los plásticos en los océanos, las investigaciones sobre la ciudad del futuro. Se ríen y se miran a los ojos. «Podríamos ser hermanas y, al mismo tiempo, tenemos una complicidad profesional que casi diría que es perfecta. Confiamos 100% en la otra», asegura Isabel. De ahí que hayan colaborado en varias ocasiones: la construcción de la casa de la fotógrafa, que han creado a cuatro manos, o el montaje de la exposición Amor y éxtasis, que la arquitecta comisarió con Christian Caujolle.
Han entendido lo que significa ser pioneras en sus profesiones y ahí toma relevancia el apoyarse y generar alianzas. «La nuestra es una generación a la que le ha tocado luchar y romper muchos moldes. Y a las mujeres nos ha salvado esa especie de gen que nos hace ser solidarias las unas con las otras. Isabel y yo compartimos el gusto por dar el relevo a nuestras alumnas o compañeras. Es importante apoyar a las que vienen, porque nosotras no tuvimos la suerte de contar con referencias claras», afirma Lleó. «Esta responsabilidad, además, es una alegría para mí porque las que vienen son nuestro espejo. Yo creo en la fuerza de la mujer. Empoderada, puede cambiar todas las culturas», continúa. Por eso acudieron juntas a la manifestación del 8 de marzo. «Había un sentimiento de confianza, libertad y limpieza extraordinario. Como si las nubes se abrieran…», recuerda Muñoz.
Defienden la amistad femenina porque no entiende de complejos. «Hay un ingrediente entre nosotras, no tener que cumplir papeles preestablecidos, que resulta un sentimiento superesponjoso. Menos mal que la parte femenina del hombre está despertando por fin. Ellos ven que relacionarse como nosotras, sin miramientos, les libera», concluye Lleó. «No necesitamos aficiones –termina Isabel–. Con vernos, contarnos y apoyarnos es suficiente. Por eso soy optimista con el futuro: nuestra energía crece y sabemos cómo gestionarla para seguir intentando cambiar el mundo».
Contagio creativo
Viéndose en conciertos, por amigos en común o porque han acabado juntas en alguna celebración. Así ha ido conociendo Ariadna Paniagua, cantante de Los Punsetes, a las mujeres que hoy la acompañan en esta sesión de fotos. «A Bárbara Santa-Cruz me la presentaron el verano pasado en una barbacoa en casa de Borja Cobeaga», comenta Ariadna. El director de Pagafantas y guionista de Ocho apellidos vascos había trabajado con la actriz en alguna producción en la que también estaba Manuel Sánchez, Anntona, compañero de grupo de Ariadna. Círculos profesionales y de amistades que se rozan y entremezclan e invitan a descubrir. «Yo a Ariadna la conocí en la despedida de soltero de Manu, me cayó muy bien, y a Ana, La Bien Querida, por otros amigos», cuenta la ilustradora Beatriz Lobo. «Sí, un día viniste a mi casa con un queso de tetilla, no sé cuántas cervezas…», replica Ana Fernández-Villaverde. «Y tú me cantaste una canción, y luego otra vez nos vimos en el teatro», concluye Beatriz. En sus mundos unas personas llevan a otras.
Y todas ellas han acabado participando en el proyecto que Ariadna, que estudió diseño de moda, inició hace ahora un par de años en su cuenta de Instagram: «Consistía en sacar del trastero los trajes que hago y darles un poquito de vida, porque me los pongo una vez y se quedan ahí, y he acabado conociendo a gente interesante y maja que me ofrece su tiempo». De ahí han surgido amistades y colaboraciones profesionales, como en el caso de la también cantante Soleá Morente. «Me escribió por Instagram para pedirme que saliera en una de las fotos y yo luego le pedí este traje de mantilla gótica para un videoclip, entablamos amistad… En mi caso, vengo del mundo del flamenco y cuando empecé a meterme en lo indie y escuché el LP4 de Los Punsetes me impresionó y me hice superfán. Además, Ana y yo tenemos una relación muy cercana, escribió los primeros temas que canté; David [Rodríguez], su pareja, va a hacer la producción de mi próximo disco… Las corrientes de simpatía siempre están ahí, y van surgiendo cositas», afirma entusiasta Soleá.
«La amistad es cuestión de química, te llevas mejor con cierto tipo de personas. Yo, si me encuentro a alguien competitivo, no voy a estar con él, porque eso genera tensión», sentencia Ariadna. Y Bárbara asegura que «es una falacia y un falso mito eso de que las mujeres somos competencia entre nosotras, un estereotipo machista que hay que ir tirando por tierra». A lo que Soleá suma una reflexión: «No nos va eso de competir. Al sistema dominante le interesa que estemos distraídas en ello. Desde que somos pequeños y vamos al colegio, ya nos están haciendo rivalizar, y hay que seguir luchando para que no sea así. Yo con mis compañeras no tengo ese mal rollo». Al contrario, entre ellas se ayudan y buscan sinergias, un contagio creativo que da lugar a nuevos proyectos. «Como con las parejas, en las amistades existen los magnetismos. Y siempre te rodeas de un círculo de gente que te apoya», subraya Ana mientras Beatriz narra cómo se dio cuenta de lo necesaria que resulta esa sororidad: «Me hizo clic la cabeza. Antes pensaba ‘Puedo hacer todo lo que quiero, viajo sola’… Pero luego te metes en el mundo laboral y ves frenos, me explican cosas, por mi voz no me toman tan en serio como a mi compañero… Hay que hablar de esto. Y cuanto más, mejor».
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