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María Lejárraga, la historia de la escritora española que firmó todos sus libros con el nombre de su marido

Se escondía bajo el nombre de Gregorio Martínez Sierra, con el que se la conoció hasta su muerte. Tres expertas en su figura nos arrojan luz a esta pluma en la sombra.

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En España hubo una mujer que tuvo apoteósicos éxitos como dramaturga, reconocimientos por sus discursos políticos y feministas, y grandes ventas con su literatura. Sus obras se estrenaron en los mejores teatros de medio mundo: Nueva York, Buenos Aires, Madrid, México. Ella es Gregorio Martínez Sierra, el nombre de su marido, que firmó hasta su muerte todo lo que escribió ella: María de la O Lejárraga. Las escritoras Vanessa Montfort e Isabel Lizarraga, ambas han novelado sobre ella, y la catedrática Nuria Capdevila-Argüelles arrojan luz a esta pluma en la sombra.

Las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por la derrota del 98 y por la conciencia de que España necesitaba regenerarse. María nació en 1874 y tuvo una educación en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, cuna del primer feminismo español. Allí se impregnó de los valores de la vanguardia como la coeducación o la enseñanza experimental y activa (asociadas a la Institución Libre de Enseñanza) y se formó como maestra con el absoluto convencimiento de que la educación es la forma de avance y progreso social. María Lejárraga fue durante 10 años maestra, profesión aceptada por la mentalidad machista de la época al considerarse “actividad femenina”. Pero la sociedad de entonces concebía a las mujeres únicamente como “ángeles del hogar”, cuidadoras y bajo tutela del padre o esposo siempre. Muy pocas publicaban, escribir era una actividad exclusiva de varones.

Cuenta la historiadora feminista y catedrática Nuria Capdevila-Argüelles: “A nivel legal, la gran avanzada en materia de igualdad se produjo en la Segunda República. Pero eso no significa que la igualdad se hubiese conquistado socialmente. Al contrario: España tuvo una moderna ley de divorcio en un país en el que el divorcio no se toleraba. Y esto es solamente un ejemplo. Leyes o no leyes, nos interesa destacar la omnipresencia de la entonces llamada cuestión femenina o problema de la mujer en todas las áreas del debate cultural y político de aquella España regeneracionista, en la que María Lejárraga escribe a destajo libros y obras con el nombre de su marido. Las mujeres adquirían visibilidad, conquistaban el espacio público lentamente, con el patriarcado ojo avizor. La mujer obrera, la universitaria, la estudiante, fueron identidades muy criticadas”.

María se casó con Gregorio Martínez Sierra en 1900, y aunque este se lio años más tarde con la actriz  Catalina Bárcena, e incluso tuvo una hija con ella, hasta la muerte de su marido Lejárraga siempre firmó todos los textos con su nombre. Gregorio Martínez Sierra fue por tanto un laureado director de teatro que, a ojos del público y la crítica, era autor prolífico de todo tipo de textos. Los focos, los aplausos, las consideraciones, así como los alternes y los actos de relaciones públicas en los cafés de la época eran asunto y protagonismo de él. María no tuvo ni visibilidad, ni autoría, ni menciones acorde. Aunque Isabel Lizarraga, editora de María y autora de Luz ajena. El enigma de María Lejárraga, señala que en el mundillo del artisteo todo el mundo lo sabía: “Los actores de las obras teatrales, los periodistas, los músicos… y, al parecer, a nadie le extrañaba. El propio Gregorio, en varias entrevistas, reconoció a partir de 1914 que su mujer era también su colaboradora”.

Vanessa Montfort, por su condición de escritora, señala: “El autor es el que se sienta y escribe. No el que da ideas, propone mejoras o hace apuntes. Manuel de Falla, Turina y Usandizaga se sentaban con ella a trabajar los textos”. El absurdo es tal que Gregorio Martínez Sierra dio en el teatro Eslava, en 1917, un discurso sobre feminismo porque la cuestión de la mujer era un tema recurrente en “sus textos” periodísticos. Vanessa nos cuenta que María/Gregorio Martínez Sierra escribía un teatro aparentemente suave, pero de fondo lucen temas como la maternidad, el condicionamiento que es ser madre para la mujer, la hipocresía social o la homosexualidad: “Temas que siempre han interesado a María y que en los discursos o libros que firma con su nombre (una vez fallecido su marido) como La matriarca o Fiesta en el Olimpo se reconocen fácilmente”.

Vanessa Montfort ha escrito La mujer sin nombre sobre “la historia de la primera dramaturga de España, el caso de fraude literario más importante de nuestro país”. Señala la cantidad de disparates que se dan en la autoría incierta de María Lejárraga. El marido firma traducciones en idiomas que desconoce, la amante de Gregorio representa obras que no sabe que no las ha escrito él o Martínez Sierra le pide a Lejárraga que le escriba una carta (en su nombre) de pésame por el fallecimiento de Torcuato Luca de Tena. Hay documentos en los que el apuntador de una obra cuenta que están parados los ensayos porque María no ha enviado las siguientes escenas (no Gregorio).

Para Vanessa Montfort, si Lejárraga hubiera firmado sus textos no se habrían publicado ni estrenado o “habría sido algo muy residual porque las dramaturgas mujeres no existían y el alterne que conlleva con los artistas y la farándula no era bien visto en las mujeres”. Puede que María Lejárraga, mujer muy astuta, considerara desde el primer momento que firmando como hombre, su voz, textos y teoría feminista llegaría más lejos y tendría calado social. Vanessa mantiene que “Martínez Sierra” al final era como una marca; es por eso que cuando en 1947 su marido (estaban separados por el adulterio) fallece, ella empezara a firmar como María Martínez Sierra. “Tras la muerte de Gregorio, María recibía el 50% que le correspondía de derechos de autor como viuda, no como autora. Estando exiliada no logró el reconocimiento de su autoría por parte de la Sociedad General de Autores”, explica la escritora Isabel Lizarraga.

María Lejárraga formó parte de una generación de feministas con conciencia de grupo. Elena Fortún, María de Maeztu, Carmen Baroja, Carmen de Burgos, Luisa Carnés, Amparo Poch, Maruja Mayo, incluso Pardo Bazán son alguna de ellas. Para Nuria Capdevila-Argüelles el trabajo pionero de rescate de esta herstory (la historia de nuestras mujeres artistas y feministas) fue Las modernas de Madrid de Shirley Mangini, con la cara de María Lejárraga en la cubierta. El rescate del olvido, los silencios y la autoría robada o cedida de María Lejárraga se lo debemos a la profesora Alda Blanco.

En España hay otros casos de mujeres que firmaban con seudónimo debido una sociedad machista y patriarcal, por ejemplo Luciano de San Saor, que era Lucía Sánchez Saornil, o Gracián Quijano, que era Francisca Sáenz de Tejada. Nuria Capdevila-Argüelles cuenta: “Fíjense que la primera es anarquista y la segunda de derechas. Independientemente de posiciones políticas el poder del otro masculino era eso: poder, ejercido sobre todas. Y a aquella generación de feministas les costó mucho verse independientemente del otro masculino”.

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