«Aunque sea satisfactorio ver a hombres derribados por el #MeToo, humillarlos no es una herramienta para el progreso»
En ‘Daddy issues’, Katherine Angel une los puntos entre la misoginia masculina, el sexismo en el lugar de trabajo y el estatus de padre patriarcal.
«Una puede divorciarse de un marido, pero no es posible divorciarse de un padre», pensó la académica británica y escritora Katherine Angel en 2017, cuando el #MeToo explotó en los medios. Poco después de que se hicieran públicas las acusaciones contra Weinstein y otros depredadores sexuales a la autora se le encendió la bombilla. «¿Y qué pasa con las hijas de los depredadores sexuales?», se preguntó. «¿Qué pensarán las hijas de Weinstein? ¿Y las hijas de los Weinsteins del mundo?».
Tras escribir sobre su relación con el deseo sexual en Unmastered: A Book on Desire, Most Difficult to Tell, Angel ha publicado su segundo libro, el ensayo Daddy Issues (editado este verano por Alpha Decay y traducido por Alberto Gª Marcos), un texto con mucho psicoánalisis sociocultural y referencias literarias o cinematográficas para fiscalizar la figura del padre en la era moderna. Un ensayo para «unir los puntos entre misoginia masculina, los padres patriarcales y el exismo en el mundo laboral».
Todos conocemos los ‘daddy issues’ de las hijas pero, ¿qué pasa con los issues que los padres tienen con sus hijas?
En el discurso cultural –libros, televisión, películas– se suele romantizar y naturalizar, incluso convertir en comedia, la tendencia del padre a ser celoso de los novios de su hija. Hay una cantidad increíble de premisas que normalizan a estos padres. Mi punto de vista es que mientras es útil conocer las dinámicas freudianas de las familias, tenemos que ser claros sobre qué es esa tendencia del padre a los celos: es propiedad, es sentirse dueño de la hija, y sentirse horrorizado por su sexualidad latente. Creo que lo que hace esta obsesión del ‘padre celoso’ es enseñar las reglas de la heterosexualidad masculina: enseña a las chicas y los chicos que los padres son propietarios de las hijas y que los hombres son los dueños de las mujeres; además de expular la pulsión sexual del propio deseo de la hija (sus sentimientos por su vida sexual son irrelevantes). Todo esto enfatiza que los sentimientos y deseos de los hombres triunfan ante todo y deben ser complacidos en todo momentos.
A pesar de todo el debate sobre la conquista feminista en los medios, dices que la familia heterosexual y dentro de ella, los padres, son intocables.
Creo que es muy incómodo pensar en los defectos de la familia como una unidad social; se presenta como algo tan fundamental que es desestabilizador cuestionarlo. Y, por supuesto, dado que a tantas personas se les ha negado el derecho a una vida familiar —personas queer, en particular— hay que tener cuidado con denunciar de manera generalizada la noción de familia. ¡La familia puede y podría ser una forma de vida maravillosa y enriquecedora! Pero con demasiada frecuencia, las mujeres han sufrido dentro de la familia, a manos de los hombres. Debido a que el derecho a los privilegios otorgados por el estatus familiar ha sido ganado con tanto esfuerzo por progenitores solteros, por personas queer, puede resultar doblemente complicado criticar la noción de familia. Una forma de política de la derecha que es socialmente liberal ha consagrado el matrimonio igualitario en el Reino Unido, y parte de la retórica cultural que acompaña a eso me marea; ¡como si la lucha por el matrimonio igualitario fuera la lucha por renunciar a criticar el patriarcado o los peligros inherentes al núcleo familiar! El hecho de que la familia sí es un lugar peligroso para muchas personas, para las mujeres que son víctimas de violencia doméstica, para las víctimas de abuso infantil y para los niños queer que reciben apoyo.
Hablas del ‘papi bueno’ y los que etiquetas como «feministas instantáneos» que solo luchan por la igualdad cuando se convierten en padres de mujeres. «Como padre de hijas» es una frase que han dicho desde Obama a Matt Damon (e incluso, Alexandria Ocasio-Cortez, cuando se defendió de Ted Yoho y le dijo aquello de ‘como hija de un padre’)
La idea de que los hombres «se hacen feministas» cuando tienen hijas es muy problemática. ¿Solo respetan la autodeterminación de las mujeres cuando sienten que están atados a una niña vulnerable que sienten como suya? De nuevo, esto va sobre la propiedad; muchas veces este sentimiento se utiliza para razonar una hostilidad hacia los novios de las hijas, es un sentimiento que naturaliza una masculinidad depredadora. Es más, los hombres suelen utilizar esta frase como un lema de relaciones públicas; Ted Yoho usó la idea de sí mismo como un «hombre de familia» como escudo para sugerir que no sería capaz de abusar de una mujer (Alexandria Ocasio-Cortez). Pero ese es precisamente el punto: muchos de los hombres que se ha descubierto que abusaban de las mujeres (acosadores, violadores, acosadores) también son padres. Que seas un «hombre de familia» no le impide ser violento o misógino.
En libro diseccionas la turbadora relación entre Donald Trump y su hija Ivanka.
La actitud de Trump hacia Ivanka es poco más que impactante. Trata a su hija como un objeto sexual, pero también la trata como su propia posesión. No tengo ningún amor por Ivanka Trump; ella está involucrada en muchos de los peores fenómenos de la administración Trump. Pero la forma en que su padre habla de ella es indicativa de cómo trata a todas las mujeres, además de ser indicativa de su profunda incapacidad para ver realmente a los demás como otros, como individuos separados de sus propias ambiciones y deseos.
Analizas la figura del padre incestuoso en la literatura y cuentos (igual de maligno que la madrastras) y cómo ese mito ha sido borrado de las antologías.
Esto es lo que me llama la atención: que la frase ‘daddy issues’ invoca la figura del incesto, invoca las complejas dinámicas libidinales y románticas que están en el corazón de cualquier familia, psicológicamente hablando, pero luego trata esos ‘problemas’ como vergonzosos, ridículos y, por supuesto, carga totalmente la responsabilidad sobre la hija. Mi objetivo es volver a encender la luz sobre el padre, los problemas de su hija: por qué los padres en la cultura son tan venerados y por qué en nuestra cultura estamos tan felices de tomar a la ligera su actitud posesiva hacia sus hijas. Pero eso hace que la gente se sienta incómoda: hablar sobre los oscuros deseos del padre (en lugar de burlarse de los supuestos deseos de la hija) parece que es un desafío.
También te apoyas en el trabajo de la psicoanalista Jessica Benjamin sobre cómo la sociedad ve al padre como una figura liberadora y a la madre como dependiente. Parece que el padre es el único que puede ofrecernos un futuro.
Dentro del pensamiento psicoanalítico, ha existido una tendencia a ver la relación materna como el lugar pantanoso e indiferenciado del que debe emerger el niño para individualizarse; el padre es tanto la figura opresiva y aterradora que representa a la sociedad y la ley, como la figura que libera al niño de este pantano materno. Los psicoanalistas posteriores, por supuesto, han reinsertado el papel de la madre y han dado relatos muy matizados de su papel. Y parte de ese trabajo, de Winnicott, Bowlby y Benjamin, enfatiza cómo la compleja danza del reconocimiento y la diferencia entre el bebé y la madre es una condición para poder sentir que uno existe.
En el ensayo haces hincapié en que la voz cantante sobre emancipación de padres dominantes siempre la han tenido las feministas blancas de clase liberada, como Virginia Woolf y lo contrapones con la visión de la familia que defendía Bell Hooks. ¿Por qué el privilegio social importa en la relación entre feminismo y paternidad?
Para las feministas blancas, las de clase media que son socioeconómicamente privilegiadas, históricamente ha sido fácil para ellas ver el mundo público y el mundo del trabajo como un ámbito de emancipación de los padres dominantes: salir del hogar era un medio para obtener algún tipo de libertad. Para las mujeres que siempre han tenido que trabajar, el problema a veces ha ido en la dirección opuesta: el deseo de tener una mayor libertad para formar una familia, pasar tiempo con los niños, en lugar de ser aplastadas por el trabajo. Por supuesto que hay padres terribles en todas partes, pero creo que es importante pensar en la historia de la oposición entre lo privado y lo público, la familia y el trabajo.
Cuando analizas el #MeToo dice que te preocupa bastante el escarnio público sobre el abusador o depredador. Te sentiste muy incómoda viendo cómo John Oliver ridiculizaba a Dustin Hoffman.
El MeToo ha sido un fenómeno de enorme importancia, con importantes consecuencias. Pero es notable que parte de lo fascinante de la cobertura de los medios fue cómo satisfizo la necesidad de ver a la gente humillada. Las mujeres estaban bajo presión para contar sus historias; tuvieron que hacer alarde de sus dolores y heridas para que el acoso fuera tomado en serio. Y si bien puede ser muy satisfactorio ver «derribados» a hombres que han actuado mal, me incomoda esa dinámica de avergonzar y humillar que los medios de comunicación invitan. No creo que la humillación sea una herramienta para el progreso.
Escribes que una de «las tareas apremiantes que nos exigen los tiempos cambiantes del MeToo es aceptar nuestro papel como víctimas pero también lidiar con nuestros deseos de represalia, venganza y castigo. Con nuestras fantasías de delación y agresividad».
Creo que la vergüenza y la humillación invitan a más vergüenza y humillación. Me encantaría vivir en un mundo donde pudiésemos criticar lo que hace la gente mal, que la gente fue responsable de sus maldades, y no sujeto de un ciclo de castigo y vergüenza que acabe consumiéndose. Creo en el diálogo, la reflexión, la sanación. Creo que uno de los problemas de la masculinidad tal como se les enseña a niños y hombres es que inculca una profunda sensibilidad al fracaso, a la vergüenza, a la humillación. Y la humillación puede conducir a la violencia. Un hombre humillado es un hombre enojado. No nos ayuda afianzar esas dinámicas. Necesitamos permitir que los hombres experimenten y se sientan más abiertos de miras, con más flexibilidad. La vergüenza y la humillación solo afianzan la violencia.
Ahora que las mujeres alcanzan poder, especialmente en la política, se está popularizando un discurso de supuesta igualdad social, ¿crees que esta visión del poder y libertad emancipadora que siempre atribuimos al hombre puede cambiar?
Que tengamos mujeres en el poder no es necesariamente el mejor camino. Cambia cosas, pero las mujeres también son capaces de políticas muy punitivas y dolorosas. La libertad social y económica de las mujeres es primordial, de esa manera pueden emanciparse de situaciones domésticas dañinas. Redistribución de la riqueza, un sistema de bienestar sólido, atención médica equitativa: todas estas cosas hacen más por la igualdad de la mujer que tener a una mujer en la cima de una organización poderosa.
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