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Cómo (y por qué) Alma Mahler renunció a su pasión por la música para quedar reducida a ‘musa’

Una nueva biografía reivindica a una mujer sobresaliente que solo ha pasado a la historia por inspirar a genios, entre ellos sus maridos Gustav Mahler, Walter Gropius y Franz Werfel.

Alma Mahler en 1909
Alma Mahler en 1909Getty Images (Getty Images)

“Fui una niña nerviosa, bastante brillante, con la típica mente inquieta de la precocidad… ¿Por qué a los niños les enseñan a utilizar su cerebro pero a las niñas no? Es algo que percibo en mí misma. No han educado mi mente y por eso tengo tantas dificultades en todo. A veces lo intento de verdad, me fuerzo a mí misma a pensar, pero mis pensamientos se desvanecen en el aire. Me encantaría poder usar mi mente de verdad, ¿por qué se lo ponen todo tan rematadamente difícil a las niñas?”, escribió en uno de sus numerosos diarios Alma Mahler. En todos ellos, y en una ingente cantidad de cartas personales y todo tipo de documentos, se ha sumergido la historiadora Cate Haste para escribir Alma Mahler, un carácter apasionado, que recientemente ha publicado la editorial Turner Noema. Su más completa biografía pretende ajustar en la óptica del imaginario colectivo la verdadera dimensión de una mujer notable que ha quedado para la posteridad como musa (en el mejor de los casos) o perdición de creadores tan notables como los pintores Oskar Kokoschka o Gustav Klimt, el escritor Thomas Mann o el científico Paul Kammerer, además de sus tres sobresalientes maridos: el compositor Gustav Mahler, el arquitecto Walter Gropius (fundador de la Bauhaus) y el entonces afamado novelista Franz Werfel.

Su belleza, su carisma y su presencia constante entre la élite intelectual de la época (ya fuera la Viena imperial, ya fuera el Nueva York donde murió en los años 60) cimentaron una fama de una seductora femme fatale depredadora de grandes hombres en detrimento de la verdadera motivación de Alma María Margaretha Schindler: la obsesión por proteger y potenciar la genialidad en cualquiera de sus formas. “Alma creía sobre todo en el talento y brindaba su apoyo desenfrenado a aquellos en quienes creía”, nos cuenta Cate Haste. «Alimentó el talento cuando lo encontró y decenas de artistas se encontraban entre sus beneficiarios. Pero su franca intolerancia hacia la cultura de segunda le ganó enemigos y detractores. Una mujer honesta y de mente fuerte que creía en su propio talento no podía aceptar el papel de la doncella dudosa de un genio. Como hacen todas las mujeres poderosas, atrajo hostilidad porque afirmaba ser una persona creativa por derecho propio”, sostiene su biógrafa.

La temprana muerte de su padre, Emil Jakob Schindler, un eminente pintor en el centro de los círculos culturales de Viena dejó a Alma sin su principal valedor y marcó en ella la obsesión por el talento y el genio. Al duelo se sumó que la joven -que entonces solo tenía nueve años- vio cómo su madre se casaba con un discípulo de su padre, Carl Moll, con el que ya había sido infiel mientras el pintor vivía. «Era conocida como la chica más encantadora de Viena, y exteriormente era inteligente y segura de sí misma. Pero interiormente estaba terriblemente afligida por la duda. La primera tragedia la había vuelto vulnerable. Cuando era una niña en la Viena de fin de siglo tenía escasa educación y casi ninguna mujer modelo a seguir, pero era hermosa, enérgica e imperturbable”, explica a Smoda la biógrafa Cate Haste.

Moll mantuvo la costumbre de las reuniones de intelectuales que se llevaban años celebrando en casa de los Schindler, reuniones en las que la presencia de Alma -a menudo al piano- atrapaba toda la atención. En una de esas reuniones, Gustav Klimt le dio su primer beso cuando la joven tenía 16 años y el pintor, 34. La diferencia de edad también marcó su primer matrimonio: cuando se casó con Gustav Mahler en 1902, ella tenía 21 y él, más de 40 años. Nunca sabremos si Alma habría llegado a ser una compositora notable: solo han llegado hasta hoy 16 canciones líricas de una precoz creadora que a los nueve años ya creaba y cantaba sus propias melodías y poemas. «El rol del compositor, el rol del trabajador, me corresponde a mí, el tuyo es el de un compañera cariñosa y comprensiva … Estoy pidiendo mucho, y puedo y se me es permitido hacerlo porque sé lo que tengo para entregar y eso lo que daré a cambio”, le escribió Gustav Mahler, quien más adelante se arrepentiría. Según su biógrafa, “cuando el compositor, que había insistido en que Alma dejara de componer, finalmente descubrió su trabajo, declaró: ‘¿qué he hecho? Estos son excelentes, debemos publicarlos’. Alma había dejado de componer a los 21 años, pero sus composiciones ya mostraban un rango y una habilidad distintivos. Escritos a menudo en respuesta al amor rechazado, la soledad o el dolor, son interpretaciones sensibles, emocionales y, a menudo, técnicamente complejas de textos poéticos. Muestran una hábil gama de colores, armonías y texturas y, a menudo, una asombrosa profundidad de sentimiento”.

Relegada a mera copista de las composiciones de su marido, Alma tuvo dos hijas con Gustav Mahler (María, la primera de ellas murió a los cinco años mientras que Anna Mahler llegaría a convertirse en escultora). Un año antes de la muerte de su esposo en 1911, mientras descansaba en un balneario, Alma conoció a Walter Gropius con quien comenzó una relación de la que Gustav Mahler fue consciente. Tras la muerte del compositor, Alma y el arquitecto siguieron adelante con su relación y estuvieron casados cinco años en los que tuvieron una hija que también falleció prematuramente. Después llegaría la enfermiza obsesión de Oskar Kokoschka con ella, que hasta llegó a fabricarse una muñeca idéntica a Alma. Y ya en 1929 contrajo matrimonio con Franz Werfel (el autor de La canción de Bernadette, entre otras) con quien se instaló en Estados Unidos tras recalar en Francia y España huyendo del nazismo. “También creía en el poder del amor. Cada uno de sus amantes y maridos se destacaba por su poder creativo, y todos dependían de ella. Cuando Mahler pensó que la perdería, casi se volvió loco de miedo y desesperación (“¡Vivir por ti! ¡morir por ti! Almschi”, escribió en el manuscrito de su Décima Sinfonía). Su celoso amante Oskar Kokoschka temía perderla de vista, porque sin ella a su lado su ‘gran talento se iría a la ruina’. Su tercer marido, el escritor Franz Werfel, igualmente confiaba en su admiración comprometida y temía el vacío creativo de su ausencia». A la muerte de Werfel en 1945, Alma se instaló definitivamente en Nueva York donde siguió siendo una admirada socialité. Escribió sus memorias y trabajó en la difusión de las obras de sus maridos, pero no volvió a componer.

No es Alma Mahler la única artista silenciada por sus maridos, la época o la historia. Elizabeth Siddal fue la musa de los prerrafaelitas y una poetisa pintora de talento considerable recordada prácticamente solo como la esposa y musa por la que enloqueció de amor Dante Gabriel Rossetti. La brillante escultora Camille Claudel, a quien apenas se le reconoce ser hermana de Paul y amante de Rodin, acabó en un hospital psiquiátrico. El mismo destino esperaba a Zelda Sayre, de cuya efervescente personalidad (y a veces, directamente de sus propios diarios y textos) su marido Francis Scott Fitzgerald extrajo sus mejores páginas. “Lo que más me sorprendió del estudio de los diarios de Alma Mahler es cómo se desprende que estaba totalmente obsesionada con la música desde una edad temprana. Valoraba el talento y toda su vida buscó el genio en el arte (en memoria de su padre pintor) y en la cultura. La música era su pasión y su lugar de consuelo», añade para Smoda Cate Haste. «En sus escritos encontré a una mujer compleja, apasionada y comprometida, que sufrió una gran tragedia, creía en el amor, podía ser profundamente egoísta pero también enormemente generosa, profundamente conservadora y, sin embargo, abierta a los vientos culturales que azotaron Europa durante su vida. Una mujer llena de ambigüedad, pero también de una honestidad a veces dolorosa”.

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