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Paz Vega: «Antes era más extremista. La edad te tranquiliza»

Con su último proyecto, Los amantes pasajeros, vuelve a ponerse en manos del español más internacional, Pedro Almodóvar.

Paz Vega
Almudena ÁValos / Cristina Pérez-Hernando (Realización)

Con esa cara de porcelana que la caracteriza y una delgadez que afirma ser genética, Paz Vega se sitúa con disciplina delante de la cámara y se dispone a protagonizar un gran papel, el que acaba de inventarse para la sesión. Es una profesional y se nota que le divierten las producciones de moda más cinematográficas. En ellas busca con la mirada la aprobación del fotógrafo y la estilista junto a la complicidad de su marido, que no pierde detalle. Una vez que se quita la ropa, se baja de los tacones y se viste de Paz Vega, confiesa que en los últimos años ha sido muy selectiva. «Quería estar tranquila para dedicarme a mis tres niños. Eran pequeños y me necesitaban. Es una etapa que se pasa rápido y no quería perderme nada. Ahora he vuelto con muchas ganas y proyectos». Este año comienza con fuerza, renovando contrato con L’Oréal Paris y estrenando tres películas, entre las que se encuentra Los amantes pasajeros de Almodóvar.

Después de tantas entrevistas, personajes y portadas, ¿sabría responderme a la pregunta de quién es Paz Vega?

Soy madre, actriz y esposa-amante. Las tres cosas conllevan mucho trabajo. Las mujeres podemos desdoblarnos en varias dentro de una misma para abarcarlo todo. Un hombre diría una sola cosa: «Soy empresario». Y después: «¡Ah, y también padre!»

¿Por qué cree que L’Oréal Paris se fijó en usted y ahora utiliza su imagen para Latinoamérica?

El leitmotiv de la primera campaña era la mujer mediterránea, y yo tengo características comunes con ese estereotipo. Imagino que siguen confiando en mí porque soy una persona que trabaja duro. Me considero muy profesional y doy lo mejor de mí en todo.

¿De qué no sería imagen nunca?

Me han ofrecido muchos contratos publicitarios y he dicho que no porque quiero seleccionar muy bien a qué se asocia mi imagen. Por ejemplo, siempre me he negado a que se me identifique con cosas nocivas para la salud como el tabaco.

Cuello de seda bicolor de Carven, camisa de algodón de Dries van Noten y falda de Dior. Paz va maquillada con productos de L’Oréal Paris, marca de la que es imagen.

Gonzalo Machado

¿Sigue acudiendo a castings o eso forma ya parte del pasado?

En España hace mucho tiempo que no hago ninguno, pero en Estados Unidos sí, sobre todo para proyectos importantes. El primero fue para la serie Más que amigos. A partir de ahí, y con 7 vidas, los directores de cine ya me veían desde sus casas. La televisión es el mejor escaparate (y el mejor entrenamiento) para un actor. Por eso Julio Medem me llamó para Lucía y el sexo (2001). Me lo encontré en un estreno, se me acercó y me dijo: «Estoy escribiendo una historia y pienso en ti cuando imagino el personaje principal». Era porque me veía en la serie; yo solo tuve que decirle que sí.

Y ahora que los hace en Estados Unidos, ¿le ponen los pies en la tierra?

¡Yo siempre tengo los pies en la tierra! Las pruebas son necesarias si no conoces a la actriz. Muchas veces es cuestión de química. Te ponen junto al actor elegido y… ¡a ver qué sucede!

¿Qué cree que conserva de esa chica que se fue de Sevilla a Madrid con toda la ilusión de triunfar?

Todo. Quizás ya no soy tan impulsiva; me he convertido en una mujer más conservadora. Ahora medito más las cosas. Supongo que antes también era más extremista, pero la edad te tranquiliza. Eso sí, sigo creyendo en los impulsos y en las primeras impresiones. Cuando he sentido algo y he ido por ahí, siempre me ha ido bien.

¿Recuerda cuándo fue la primera vez que se vio en la portada de una revista?

La verdad es que no. Pero he aprendido a estar delante de una cámara de fotos, porque no es lo mismo que estar frente a una de cine o de televisión. Al principio me sentía insegura porque no me conocía y no había trabajado como modelo. Para posar ante el objetivo tienes que conocer tu cuerpo. Los modelos lo hacen fenomenal, pero es su profesión. A mí no me pagan por salir guapa en una revista sino por interpretar un sentimiento, hacer creíbles unas frases, etc. Pero una aprende. Ahora incluso disfruto mucho, y a veces me invento personajes como en la sesión de hoy.

Velo antiguo con encaje Chantilly de Europa Europa, vestido de Jil Sander, guantes de piel de El Corte Inglés, clutch de piel de serpiente de Dolce& Gabbana, medias de Platino, misal y rosario antiguo de Casa Villamor.

Gonzalo Machado

¿Y qué personaje ha imaginado para esta sesión?

He pensado en una mujer que está sola en su finca, que no es feliz con su matrimonio pero que está atrapada en este maravilloso lugar y no puede hacer nada al respecto. No puede escapar pero ella piensa en un amor de juventud… en lo que pudo haber sido una vida con él [risas].

Pues sí que tiene imaginación.

Necesito crear un universo para darle sentido a la foto que me están haciendo. Posar por posar no me gusta. Hoy ha sido muy cinematográfico porque había una historia detrás. Eso me ayuda y, sobre todo, me divierte. Por ejemplo, el look de esta sesión me ha recordado a las mujeres de Alfred Hitchcock.

Lo de su cuerpo, ¿es genética o se cuida?

Ambas cosas. Mi padre siempre ha sido muy delgado y yo he competido mucho en natación y baloncesto. He sido una loca de los gimnasios hasta los 25 años. A partir de esa edad no he hecho casi nada. Sé que debería cuidarme porque noto que, de repente, me duele la espalda. Pero es normal, acabo de cumplir 37 años. Mi propósito firme para 2013 es hacer ejercicio.

En su día a día, con tres niños y su trabajo, no tendrá mucho tiempo para usted, aunque contará con alguna ayuda…

Por supuesto, si no sería imposible trabajar. Pero cuando puedo yo les hago todo porque me encanta preparar la comida a mis hijos, bañarles, vestirles. Soy muy ama de casa.

¿Ha descubierto cosas de su madre en usted?

Cada día. En frases como: «¡Tómate el zumo que se va la vitamina!» [risas]. De pequeña me lo bebía con ansiedad para que no se fuera. Y ahora lo repito con mis niños. Es increíble, pero me veo haciendo todo lo que renegaba de mi madre. Y mis hijos, cuando sean adolescentes, también se pondrán en mi contra, y luego volverán a quererme. Es duro pero hay que aceptarlo.

Viviendo a caballo entre Estados Unidos y España, ¿cuándo y dónde se siente en casa?

Desde que piso el aeropuerto de Barajas, con el olor, ya me siento en casa. Y al coger un taxi con un señor horrible que me grita, sonrío y pienso: «¡Estoy en casa! [risas]. Ya soy feliz».

Chaqueta de punto de Easy Wear, camisón vintage de algodón bordado de Europa Europa y cinturón triple de cuero de Hermès.

Gonzalo Machado

Pero se encuentra a gusto en Los Ángeles.

Mucho. Ahora que he entendido el estilo de vida californiano, he descubierto que es muy cómodo, sobre todo cuanto tienes niños pequeños. Es como estar de vacaciones. Mis hijos aprenden idiomas y tienen muchas más opciones de arte y deporte. En España también hay alternativas, pero allí, por ejemplo, es normal que tu hijo aprenda música con un método de Japón llamado Color Soundation, y que haga ballet y fútbol a la vez. Además, en la Costa Oeste de Estados Unidos el clima es genial, y pueden estar hasta las siete de la tarde al aire libre. Pero cuando ellos sean adolescentes tenemos muy claro que volveremos a cruzar el charco y nos los traeremos a España.

Si mira hacia atrás, ¿de qué se arrepiente?

De no haber estado lo suficientemente despierta para darme cuenta de que tenía que estudiar inglés. Sin idiomas te creas muchas barreras. Mis hijos hablan inglés mejor que yo, con acento californiano, y no quieren hablarlo conmigo porque me dicen: «Mamá, tú no hablas inglés» [risas].

Viviendo fuera, ¿qué es lo que más le molesta que se diga de su tierra?

Que en todas las entrevistas me saquen el tema de la crisis. Han salido fotografías devastadoras en medios internacionales que han deteriorado la imagen de España. En Estados Unidos también están batallando para superar su propia crisis. Nosotros tenemos unos logros sociales que allí están a años luz de conseguir y hay que seguir luchando para no perderlos.

En Hable con ella (2002) su papel era mudo, y en Los amantes pasajeros (2013) casi, ¿qué le pasa a Almodóvar con su voz?

Habrá que preguntarle a él por qué no me da una frase [risas]. Pero en esta película mi personaje sí que habla. Es pequeñito pero muy bonito. Muy al límite. Me llamó para contármelo por teléfono, y solo por la manera en que me lo explicó le dije: «No hace falta que me digas nada más». El guion es muy irreverente, unpolite, muy de la primera época de Pedro. Y dentro de esa locura y ese humor, mi personaje tiene su puntito de drama y en equilibrio.

Y en Estados Unidos, donde todas las actrices de Hollywood se vuelven locas por trabajar con Pedro, ¿le han dicho alguna vez que la envidian?

¡Muchísimas! No te podrías imaginar quiénes me han dicho que trabajarían con él sin cobrar. Le tienen como a un Dios. Pero donde más me sorprendió la devoción y el conocimiento de su filmografía fue en China. Fui para ser jurado del Festival de Shanghái, y me hacían unos análisis de sus películas con los que yo alucinaba, la visión asiática del trabajo de Pedro.

Abrigo de tweed de Dior. Cinturón y botas de Hermès.

Gonzalo Machado

¿Cuándo comenzó a interesarle la moda?

De joven me dedicaba más a hacer deporte que a fijarme en la ropa. No es como ahora, que cualquier niña de 12 o 13 años está muy metida en los blogs de moda. A mí no me ha preocupado hasta que entendí que formaba parte de mi trabajo.

¿Cómo fue el primer contacto?

Horroroso. Acababa de llegar a Madrid, estaba trabajando en mi primera serie y tenía que acudir a un evento. Me dijeron que podía pedir un vestido a un diseñador, que él me lo prestaría para la ceremonia y luego yo lo tendría que devolver. Así que lo hice. Llamé a una diseñadora, cuyo nombre no voy a decir. Ella me preguntó quién era y qué hacía. Le dije que me llamaba Paz Vega y que trabajaba en una serie de televisión. Y me contestaron que no iban a prestarme nada. Me dieron un corte horrible por teléfono.

¿Y no me va a decir quién fue?

Me dan ganas porque me hicieron sentir como ‘tú quién eres y cómo te atreves a llamarnos’. Pero entonces un amigo me presentó a Hannibal Laguna y él me recibió con los brazos abiertos. Me llevó a su atelier y me ofreció un burro lleno de vestidos espectaculares para que eligiera. Esto fue hace 18 años, y me dio el mejor. A partir de ahí comenzamos una relación preciosa. Ahora no tengo ningún problema, llamo a quien sea y me lo prestan. No hay mérito. Pero cuando alguien te ayuda cuando lo necesitas, cuando no eres nadie, la relación que se crea es para siempre. Igual que me acordaré siempre de quien me dio la patada. Soy un poco rencorosa, lo confieso, pero con 19 años tienes mil inseguridades y, si te tratan mal, te pueden dañar la autoestima. Hay que tener mucho cuidado con la gente que empieza porque puedes marcarles.

Pasado el mal trago, ¿qué relación tiene ahora con esta industria?

Para mí la moda es sentirse bien, una manera de expresarse y también es un herramienta de trabajo. Yo necesito a los diseñadores. Pero no por seguir la moda a rajatabla, sino para adaptarla a mi momento, a cómo me siento.

Para usted un photocall es muy importante, ¿no?

Es una proyección de uno mismo, además de un negocio. Parece una banalidad, pero es un trabajo y así me lo tomo, aunque también lo disfruto. No he creído nunca en los príncipes azules, pero sí me han gustado los cuentos; y cuando haces una red carpet te sientes como una princesa. Me creo un personaje, como en una sesión de fotos, y pienso: «Hoy voy de los años 50; hoy me veo más Ava Gardner; hoy más Greta Garbo».

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