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Lou Doillon: “Las mujeres tenemos que ir con mucho cuidado para no perder terreno”

La hija menor de Jane Birkin creció a la sombra de su familia. Tras intentar ser modelo y actriz, ahora triunfa en la música.

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PHOTOGRAPHE

Creció en una familia donde las mujeres estaban destinadas a convertirse en musas silenciosas. Pero Lou Doillon salió rebelde. «He luchado contra eso toda mi vida», asegura. Siempre a la sombra de sus padres, el cineasta Jacques Doillon y la actriz y cantante Jane Birkin, y de su hermanastra, Charlotte Gainsbourg –hija de Serge, a quien Doillon llamaba «Papá 2»–, llegó un día en el que decidió buscarse un oficio que le permitiera brillar con luz propia. Probó suerte como actriz y modelo, antes de reconvertirse en cantante de éxito con Places, un primer disco de folk-pop que se convirtió en uno de los fenómenos del año pasado en Francia. A sus 33 años, Doillon prepara ahora su reválida con un nuevo álbum que publicará en octubre.

¿Qué podemos esperar de este segundo disco?

Está siendo un proceso complicado. Intento mantenerme fiel a un sonido depurado. Me gustaría que sonara como si lo estuviera tocando sola en mi cocina. Lo va a producir Taylor Kirk, de la banda canadiense Timber Timbre. Es un hombre muy tozudo, así que lo nuestro es como una pelea de bueyes. No sé por qué me hago esto, pero siempre acabo rodeada de machos. Cuando les apetece un café o un té, te lo piden instintivamente. En cambio, cuando se trata de encontrar una solución técnica o un problema de producción, te hacen bastante menos caso.

¿Le van las relaciones difíciles?

¡Eso es justo lo que dice mi novio! Según él, odio la docilidad y creo que tiene razón. El primer disco funcionó muy bien, así que me hicieron bastantes propuestas, pero tuve que irme al Canadá más profundo a trabajar con 15 tipos que nunca habían oído hablar de mí [risas]. Supongo que todo se explica porque no crecí entre personas amables y educadas.

¿A qué se refiere?

Mi padre no es un hombre amable, como tampoco lo fue Serge. Vengo de una familia de bordes, donde a las mujeres solo se les dejaba ser musas, sin derecho a la palabra. Yo también empecé siendo modelo y actriz, pero no tardé en entender que ese papel no me satisfacía. Nunca me he resignado a eso. Me he peleado con los hombres de mi familia hasta casi llegar a las manos. Pero al mismo tiempo, odio a las chicas que se toman por chicos. Yo soy una mujer, pero con los suficientes cojones para plantarles cara.

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Chaqueta ‘vintage’ y anillos de Lou Doillon.

Eric Guillemain

Su madre fue una musa que sí consiguió liberarse. ¿Es un modelo a seguir?

Es interesante que diga eso… Cuando uno piensa en Jane Birkin o en Françoise Hardy, las considera mujeres liberadas. En realidad, no lo eran, solo lo hacían ver. Hardy dice que sin Jacques Dutronc no hubiera sido nada en la vida y mi madre, que se lo debe todo a Serge Gainsbourg. Y, en ambos casos, es falso. Diría que mi generación es la primera realmente liberada. Soy la primera que puede echar a un tío a la calle, porque tengo un sueldo propio, una casa a mi nombre y el derecho a criar sola a mi hijo. Mi madre, en cambio, podía enviar a paseo a Serge, pero el patrón que determinaba sus relaciones era de sumisión. Las mujeres tenemos que ir con mucho cuidado para no perder terreno. Por eso, cuando veo a Nicki Minaj y Kim Kardashian, me escandalizo. Me digo que mi abuela luchó por algo más que el derecho a lucir un tanga.

¿Cómo explica este fenómeno?

Es una especie de síndrome de Estocolmo. Como los chicos ya no nos pegan en el culo, nos lo hacemos nosotras mismas. Como nadie nos llama «zorra», nos lo llamamos entre nosotras. Cuando veo a Beyoncé cantando desnuda bajo la ducha suplicando que su novio borracho se la tire, me digo: «Asistimos a una catástrofe». Y encima los demás me responden que no he entendido nada, que ella es una feminista de verdad porque en sus conciertos ha colocado un cartel enorme que dice eso. Es peligroso creer que eso es cool. No deja de ser una mujer que canta canciones escritas por hombres y que responden a una fantasía masculina. Me molesta que la gente se lo tome a la ligera. Hoy todo el mundo es tan cínico e irónico…

¿Usted no lo es?

Tengo sentido del humor, pero el cinismo es un ácido que lo destruye todo. Cuando Patti Smith canta People Have the Power, me emociona por su falta de cinismo.

Su música tampoco es cínica.

Claro que no. La gente paga 20 euros y contrata a una niñera para venir a verme. Lo mínimo que puedo hacer es ser honesta con ellos.

¿Cómo vivió el éxito de su primer disco?

Me protegí diciéndome que no funcionaría. Encontrar un público amplio y las buenas críticas me emocionaron. Pero la vida es curiosa: justo cuando empezaba a sentir cierta satisfacción, mi hermana Kate [Barry, fotógrafa de éxito] se mató. Me centré buscando la parte universal de esa experiencia. Me dije que eso le sucedía a miles de personas en el mundo, que no tenía nada de excepcional. No puedes quedarte en tu rincón lamentándote y repitiéndote que tu hermana se ha matado y que nadie ha sufrido tanto como tú. Para mi madre y mi hermana fue difícil comprenderlo, pero yo solo sé reaccionar así.

¿Cómo fue crecer con cuatro hermanastras y dos padres distintos? En aquella época, ¿esa diferencia respecto a la mayoría de las familias le fue difícil de aceptar?

Hubo un poco de todo, momentos de alegría y de dolor [sonríe]. De muy pequeña comprendí que la única forma de ser feliz en esta familia era no juzgar y aceptar que el amor podía tomar muchas formas. Mi madre besaba a Serge en el backstage de sus conciertos y se decían ante mis propios ojos que no deberían haberse separado. Crecí con adultos de sentimientos muy cambiantes. De hecho, toda la filmografía de mi padre habla de eso. Te quiero, pero dentro de dos minutos te querré menos, en una hora no sabré qué hacer contigo y mañana, tras haberte dicho que te largues, entenderé que eres el amor de mi vida. Puede sonar algo excesivo, pero me parece más realista que esos telefilmes estadounidenses donde los personajes se dicen: «Te querré siempre».

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Camisa de Valentino, pantalón de Gucci y anillos de Tiffany & Co.

Eric Guillemain

¿Le molesta su imagen pública?

La gente tiene una imagen errónea. Suelen creer que soy millonaria, desagradable, frívola y más o menos drogadicta [risas]. Durante una época, se decía que me tatué el nombre de mi hijo [Marlowe, quien hoy tiene 13 años] para no olvidarme de él cuando me despertaba totalmente ida en cualquier rave. Yo fui mucho más rock’n’roll que eso: tuve un hijo a los 19 años. En lugar de tomar cocaína en el Montana [club frecuentado por las celebridades de París], me subía a un tren con mi hijo sin billete y nos íbamos a visitar la casa de Rimbaud.

¿Qué relación tiene con su físico?

Durante mucho tiempo no me gusté. Hasta hace poco, cuando me veía en una foto, me sorprendía no parecerme a Laetitia Casta [risas]. Sin embargo, he aprendido a llevarlo mejor y a confiar en los demás.

¿Qué importancia tiene la moda en su vida?

La moda siempre me trató con amabilidad, no como el cine. Tuve la suerte de que me fotografiara Bruce Weber a los 17 años. Esta industria creyó en mí antes que nadie. Solo siento respeto y gratitud. Gracias a ella, tengo una casa y he criado a mi hijo.

Se diría que le interesa menos que en otras épocas…

La he dejado algo de lado, pero porque sería contraproducente respecto a la música. Me gustaría hacer portadas en bañador y a la vez un disco, pero la gente no lo entiende. Sé que no debería importarme lo que opinen los demás, pero no quiero convertirme en un kamikaze, como mi padre.

¿No le gustan sus películas?

Al revés, me parecen geniales, pero incomprensibles en un mundo que solo consume comida para bebés. La gente prefiere esa propaganda de la felicidad, del amor duradero y del embarazo feliz. Toda esa propaganda sobre el supuesto bienestar está pensada para hacerte más frágil y así obligarte a consumir más.

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