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Laia Sanz, la mujer que nunca abandona

Gracias a ella, que el mejor motociclista del mundo sea una mujer ya no es un sueño inalcanzable.

Laia Saiz

No es cierto que la historia solo recuerde a los triunfadores. Hay derrotas memorables. En el último París-Dakar, los focos, la noticia, no estaban en el podio, sino en la novena posición. Por primera vez en 36 ediciones, un nombre de mujer figuraba en la lista de los 10 primeros clasificados en la competición de motos más dura del planeta. Laia Sanz (Corbera de Llobregat, 1985), había finalizado novena y, antes de que se dibujara su sempiterna sonrisa, refunfuñaba inconforme por no haber acabado octava. «Soy muy competitiva. No me enfado, pero no me gusta perder… ni a la Play. Si juego es para ganar». No era todavía consciente de haber hecho historia, aunque algo se rumiaba: «Días antes de acabar ya notaba que algo pasaba. Al final de las etapas ya no solo venían los medios españoles, sino que también me entrevistaban los franceses…». Ningún problema: «A mí la presión, más que ponerme nerviosa, me anima. Me hace sacar lo mejor de mí».

Con esa mentalidad logró hacerse un hueco en el siempre masculino mundo del motor (¿acaso alguna ha cambiado las bujías en un taller decorado con fotos de Jamie Dornan en paños menores?), cuando todavía ni existían los campeonatos femeninos. Laia ha sido una pionera: 13 veces campeona del mundo de trial; 3 veces de enduro. El París-Dakar, sin embargo, es otro cantar: lo jalona una larga historia de infortunios, de deportistas que perdieron la vida intentando finalizarlo. Sin ir más lejos, en la edición de este mismo año falleció el polaco Michal Hernik. «No pienso mucho en la muerte, porque sino no participaría. Me protejo. Pienso en que los accidentes son desgracias y que si vas preparado no va a pasar nada». Aun así es consciente de los riesgos: «De momento no puedo pensar en la maternidad. Si tuviera un niño no sería capaz de jugarme la vida en una carrera». Sus retoños actuales son sus gatas, Pinya y Poma, a las que dejó recién nacidas rumbo al rally: «Me ha sabido mal no verlas crecer. Cuando volví eran enormes. Al principio se hicieron un poco las antipáticas, pero las dejé dormir conmigo una noche y arreglado», ríe.

Y cruzó la meta. En Baradero (Argentina), podía haber hecho suyo el verso de Miguel Hernández y decir eso de Me llamo barro aunque Laia me llame. La tierra húmeda salpicaba su rostro tras 9.295 kilómetros encima de su moto, ora rogando por una brizna de aire en el paso andino de San Francisco –a 4.800 m de altura, donde un kilo de oxígeno es más valioso que un kilo de diamantes– ora suplicando no caer desfallecida por la deshidratación bajo el plúmbeo mono de cuero camino de Iquique, en el implacable desierto de Atacama.

Laia en el Dakar 2015

Cordon Press

Cuando has salido viva del infierno, poco te importa tu aspecto: «Ahora puedo ir a la pelu y cuidarme un poco, que falta me hace… Durante la carrera no hay cremas mágicas. Tengo la suerte de ser morenita y no me quemo demasiado. También he aprendido que si pierdes muchos kilos durante la carrera es que no estás haciendo bien algo. El primer año me dejé siete. Ahora solo pierdo tres kilos como mucho».

Como estrella que es, resultaba inevitable que la moda se fijara en ella: hace dos años la reclutó Jordi Dalmau para desfilar en la Pasarela Gaudí. Le dio más miedo que quedarse sin agua en el desierto boliviano del salar de Uyuni. «Soy muy tímida. Cuando desfilé lo hice engañada [risas]. No me encontré bien, la verdad. Me encanta la moda y comprarme ropa, pero me gusta ir más de sport que con alta costura».

Aptitudes de motorista. Parecen extraídas de uno de esos manuales de psicología de aeropuerto de John Gray, tipo Los hombres son de marte, las mujeres son de Venus: es regular y tiene un gran sentido de la orientación. Ella niega el tópico: «No es por ser mujer, sino porque son mis virtudes como piloto. Saber cuáles son tus límites y conocerte bien es lo más difícil, seas hombre o mujer».

En una carrera con un índice de abandonos del 50% acabar es un premio. Laia ha participado en cinco ocasiones; Laia ha finalizado en cinco ocasiones. No sabe ni quiere conjugar el verbo renunciar. No tiene por qué hacerlo: si sigue con su progresión geométrica podría algún día llegar a ser la número uno: «Hombres y mujeres tenemos diferente físico y eso te limita un poco a la hora de competir. Puedo ganar una etapa, pero ganar un Dakar significa ser constante y muy rápido durante 15 días… Es un poco complicado. La rapidez de los tres primeros no la tengo. A lo mejor algún día…». Y sus ojos acaban la frase que no se atreven a pronunciar sus labios.

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