La Ribot: «Me han censurado en muchos países. En China pidieron que la bailarina se pusiera un tanguita»
La coreógrafa, Premio Nacional de Danza, ha hecho del arte efímero una obra que trasciende. Demuestra que el suyo es un territorio sin fronteras.
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«¿No tendrás un tinte rojo para el pubis?», pregunta La Ribot a la maquilladora. No está de broma. La madrileña, una de las artistas españolas con mayor proyección internacional, al ver la ropa que hay preparada para esta sesión de fotos, quiere llevársela a su terreno, al arte de acción. Acostumbrada a defender su obra en vivo en espacios como la Tate Modern de Londres o el Pompidou de París, interpreta cada prenda que hoy se pone y, junto al fotógrafo, compone una imagen que ella misma titula.
Estamos en los madrileños Teatros del Canal donde el 31 de mayo está agendado que presente Please Please Please. Las personas que trabajan aquí y la conocen, se acercan con cariño a saludarla. La llaman de muchas maneras: María La Ribot, Mariajo, Mary, Larri… Ella responde cercana, gamberra, sensible, irónica, con un humor y una vitalidad que enganchan. Vive atravesada por el arte, le pone la piel de gallina hablar de El libro del Desasosiego de Pessoa, ha sido valiente a la hora de habitar los márgenes de las disciplinas y forma parte de la vanguardia desde que comenzó en los ochenta. El año pasado, el Festival d’Automne de París, el Macba y el Mercat de les Flors de Barcelona le dedicaron retrospectivas. Y al verla en directo, uno sabe que está frente a una artista cuya obra efímera trascenderá.
Fundó la compañía Bocanada Danza junto a Blanca Calvo y al poco tiempo sintió que debía irse fuera de España. ¿Por?
En los noventa, un personaje me dijo: «Te queremos mucho pero no haces danza». Ese día supe que no tenía nada que hacer aquí porque me iban a marginar por algo externo y formal. ¿Qué más da si yo hacía o no danza? Siempre me ha interesado el territorio que no tiene fronteras, así que en 1997 me fui a vivir a Londres a desarrollar mi proyecto de las Piezas Distinguidas.
Para no hacer danza, le dieron el premio Nacional en España en 2000 y el Gran Premio Suizo de Danza en 2019.
Es bonito. Me dan ganas de decirle a aquel señor: «¿Ves como era danza?». Es un arte contemporáneo y no tiene forma concreta.
Su proyecto las Piezas distinguidas consiste en 100 acciones artísticas que comienza a desarrollar en 1993 y va por la número 53. ¿Cómo se plantea algo tan a largo plazo?
Cuando me fui de Bocanada, me dejó de interesar la danza en su lenguaje más narrativo y emocional; empecé a estudiar las artes visuales. Estaba casada con un pintor y escultor. Y me di cuenta de que se podía trabajar, pensar, analizar y distribuir de otra manera. Se me ocurrieron las Piezas Distinguidas, que vendía como obras de arte y me propuse 100 para tener continuidad. De hecho sigo. Me he dado cuenta de que es una forma artística de describir y darle forma al tiempo de mi vida y a un discurso que será mi muerte.
¿Cómo vendía una obra efímera a un coleccionista?
Hacía un intercambio de poco dinero, el suficiente como para no venderla como calcetines y el necesario para que trabajando yo sola con un cartón y muy pocos colaboradores, pudiera seguir con el proyecto. Si vendía tres distinguidas me estaba prometiendo la continuidad. Fue una forma comercial de existir. La danza es un arte y yo le puse un valor a un momento en vivo único e irrepetible. La última persona a la que le vendí una (la número 33 S liquide en 2000) fue a mi galerista de entonces, Soledad Lorenzo, y ahora pertenece al Reina Sofía.
En muchas de sus obras está sola en la sala y reflexiona sobre el objeto de la danza, la mujer y la desnudez. ¿Ha sentido miedo en el directo?
Sí. Muchísimas veces. Panoramix son 3 horas en las que hago todas las piezas de los noventa juntas, yo sola y con el público a un palmo de distancia. En París hubo una época en la que los espectadores se creían en el derecho de pegar a los artistas. A Maguy Marin le rompieron un dedo. El público estaba muy violento, nos insultaban por las calles. Cuando hice Still Distinguished en ese mismo teatro me morí de miedo. Sin embargo, en Madrid siempre siento que el público es cómplice, como si fueran todos amigos míos.
¿Ha sufrido censura?
Sí, en todos los países árabes y algunos asiáticos como China, donde pidieron que la bailarina se pusiera un tanguita. Y lo hizo. Sabíamos que había censura pero no cómo de peligrosa. Nos enteramos de que podría ir a la cárcel el programador, el director artístico y todos. Y no soy tan valiente como para que nos metan en la cárcel y nos peguen.
¿Cómo lleva el paso del tiempo en su cuerpo?
Pues como todo el mundo. Con un poco de dolor. Es como preguntar cómo llevas la muerte. A veces piensas qué más da si me voy a morir. Y otras veces te da mal rollo o te cabreas porque se te ha caído el culo con lo guay que lo tenías. Pues lo llevo mal con una cierta naturalidad. No afecta directamente a las ideas pero sí al ego. Hago mucho yoga, como bien pero nunca he sido una gran exagerada. He fumado mucho y vivo muy bien.
¿De qué se nutre?
Busco entender la vida y dar forma a lo que voy comprendiendo. Por eso, lo que más me inspira es el arte, ver exposiciones sola para que no me moleste el de al lado con lo que piensa. Encuentro en la ciencia divulgativa para niños cosas maravillosas de la física y del universo. Soy muy objetual, me gustan las relaciones que se establecen entre un color, un objeto y el movimiento de los cuerpos. Y me encantan los mercados donde veo mucha vida, observo cómo se mueven los cuerpos y luego lo coloco en mi cabeza.
Desde 2004 vive en Ginebra, ¿por qué?
Porque me ayudan mucho, me quieren, siento que formo parte del lugar, mis hijos están allí y mi ex también.
No sabía que tuviera hijos. ¿Paró algo cuando los tuvo?
¡Qué va! Pobres. Lo de los hijos es algo rarísimo. Tengo uno de 14 y otro de 24. Y yo sé quererlos más ahora que cuando eran pequeños porque ya no tengo ese agobio de estar trabajando como una mula. Es dificilísimo tener hijos.
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