Por qué esta ha sido la mejor alfombra roja de la Gala Met en años
O cómo Rihanna ha ayudado a dinamizar la pasarela menos encorsetada y más liberadora del año.
Cuando hace tres años Rihanna extendió su dramática capa amarilla XXL de Guo Pei en la escaleras del Metropolitan de Nueva York, la de Barbados marcó un punto de inflexión en la fiesta anual y lanzó un aviso para las navegantes empeñadas en encerrarse en sus vestidos empolvados de corte sirena: a la Gala Met se viene a jugar. No se trata de apostar a ser un viral sin narrativa, como aquel Givenchy floreado de Kim Kardashian en la gala punk de 2013 que tantísimo dio que hablar. No, aquí una interpreta (y arriesga) adaptándose a la temática que Andrew Bolton –comisario del departamento de vestuario del museo– y Anna Wintour estipulan y milimetran al detalle durante todo un año.
Se puede hacer por las vías del exceso llamativo a lo Sarah Jessica Parker o al estilo RiRi, que volvió a demostrar el año pasado que si alguien habla el lenguaje de esta gala es ella. Su Comme des Garçons de la colección de otoño de 2016 era pura esencia de la homenajeada, Rei Kawakubo. Su química con la gala genera elevados índices de expectación en medios y fanáticos de Twitter porque lo suyo no es un guiño en un tocado o una sutil referencia en un cinturón de un vestido que estiliza su figura. No. Rihanna entiende las reglas y ha preparado el terreno a la que ha sido la, posiblemente, mejor alfombra roja vista en años. Hasta Anna Wintour salió anoche de su rigidez habitual y se colocó un rosario sobre su inmaculado Chanel.
Mientras los tabloides aseguraban en la víspera de la gala que las celebrities –esas que no pagan los 275.000 dólares por mesa que cuesta la cena a los no famosos– la consideran poco más que un coñazo, anoche la alfombra roja se convirtió en un auténtico espectáculo de diseños que esta vez sí, –en su mayoría y a excepción de la supermodelos a lo Cindy Crawford, Karlie Kloss o Kate Moss, las más aburridas de la noche con diferencia–, conjugaron con la temática de la fiesta. ‘Heavenly Creatures‘, criaturas celestiales, es el nombre de una muestra que exploraba la relación de la moda con la religión católica.
Así que Rihanna, la mujer maravilla de la industria de la moda y la belleza –todo lo que toca y diseña se convierte en oro–, volvió a saborear el triunfo: vestida por John Galliano para Masion Margiela, con un diseño estructurado de chaqueta y vestido que lo mismo podría llevar con su inseparable copa de vino en sus salidas nocturnas como a una gala sobre el catolicismo, apenas le bastó con colocarse un mitra papal para bendecir al resto y volver a coronarse como jefa de la noche.
Cardi B., la exstripper del Bronx que se ha convertido en el fenómeno musical del año, confirmó su estatus paseando como la Virgen barroca que es, embarazada, de la mano del diseñador pop por excelencia, Jeremy Scott. Desde Gucci, Alessandro Michele no defraudó –su imaginario está repleto de iconografía religiosa– y vistió a Lana del Rey como una virgen dolorosa con siete puñales en el corazón. El punto gótico lo dio el sutil Givenchy de Lily Collins perfectamente ataviado con un oscuro look virginal rosario en mano y Zendaya fue la mejor Juana de Arco de Versace (a medias, y en el intento, se quedaron Shailene Woodley o Michelle Williams).
Con la ventaja de ser una alfombra roja libre, por ahora, de verse entrometida por otros debates reivindicativos como el #MeToo como los que hemos visto en las últimas galas de premios afectadas por los casos de depredadores sexuales, la gala del Met todavía conserva ese halo de exceso naíf sin pudor de exhibir a una clase privilegiada acudiendo a su fiesta anual de disfraces. Anoche, tras años de aburrida compostura, los asistentes decidieron salir a jugar.
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