Inès de la Fressange, la quintaesencia del chic
Modelo, musa de creadores y embajadora de Roger Vivier, su visión de la moda es el vivo testimonio de los cambios que ha vivido la industria en los últimos años.
Con Inès de la Fressange (55 años) ni siquiera el tiempo conserva su unidad de medición constante. Unas veces se detiene (pensar en un pacto con el diablo es casi inevitable), otras veces transcurre lentamente –«he descubierto que nada es urgente»– y otras, casi siempre, se escapa de las manos –«mejor si somos rápidos», nos advierte–. Modelo –aunque insiste en que ya es mayor para posar ante la cámara–, diseñadora, consultora de moda, y, sobre todo, icono y prescriptora de estilo (en 2010 publicó su propia guía, La Parisienne). Ella es el mejor ejemplo del chic francés: eterno, elegante, exquisito, nostálgico. Musa de Mugler y Lagerfeld, rostro de Francia (fue elegida Marianne, símbolo de la República, en 1989), y, desde hace 10 años, embajadora de Roger Vivier. Diego Della Valle, presidente del grupo italiano Tod’s, la escogió para reinventar la mítica firma de zapatos de alta costura junto a Bruno Frisoni, el director creativo.
«Mi misión al principio consistía en explicar quién fue Roger Vivier», cuenta a S Moda, sentada en un amplio sofá de su despacho, al final de un pasillo, en la primera planta de la boutique de Roger Vivier en el número 29 de rue du Faubourg Saint-Honoré, París. Inès conoció a Vivier en persona. Como prueba, señala una foto en la que aparece junto a él, colgada en una de las paredes de color rosa de su estudio, convertido en su pequeño universo, repleto de retratos, ilustraciones, libros, recuerdos, souvenirs, caramelos, puffs con estampado animal… «Fue Vivier quien quiso conocerme, porque estaba convencido de que yo tenía mucho poder en París y que con solo levantar el teléfono podía conseguir el apoyo de banqueros, lo que, desgraciadamente, no era cierto», confesó hace cuatro años a Interview Magazine. Por aquel entonces, Vivier quería construir su propia compañía. «Era 1995 o quizá 1996. Demasiado pronto. Todavía no había empezado el furor vintage». Hoy todo el mundo conoce la marca de los zapatos de hebilla metálica que llevó Catherine Deneuve en Belle de Jour (1967). «Mi objetivo ahora es mantener ese éxito. Soy algo así como el guardián del templo», cuenta. ¿La clave para conseguirlo? «Ser autocrítico, recordar lo que has hecho bien, pero también lo que has hecho mal». Inès no interviene en el diseño, que está en manos de Bruno Frisoni. «Soy más bien el payaso de la corte. Quiero que Bruno sea feliz», dice divertida. «Mi trabajo es solo señalar si necesitamos más diseños de fiesta, si deberíamos apostar por bordados o, todo lo contrario, ampliar la colección de calzado de día».
Los zapatos se han convertido en el santo grial de la moda. Son el complemento más codiciado, incluso por delante de los bolsos. «Lujo es deseo; y el calzado crea la ilusión de una fantasía», defiende Inès. «Las mujeres han entendido que pueden llevar prendas sencillas o básicos de líneas más económicas, porque solo necesitan un par de zapatos o un bolso fantástico para cambiar un look por completo. Hace apenas unos días la primera salida del desfile de Raf Simons para Dior fue una chaqueta negra con un pantalón negro; y, si no me equivoco, el primer diseño de Hedi Slimane para Saint Laurent fue también negro. Si con esos estilismos no llevas un bolso o unos zapatos increíbles, ¡ya me dirás!».
Nadie, ni siquiera Inès de la Fressange, consigue resistirse a la tentación de hablar de la nueva generación de diseñadores que pueblan la Semana de la Moda de París. «Hoy Estados Unidos manda. Y en Nueva York a veces tienden a pensar que las cosas que son sobrias son chic; mientras que yo, como tantos otros en Europa, creo que a veces una nota de fantasía, e incluso un poco de mal gusto, también puede dar como resultado algo interesante. Es como crear un perfume. Si mezclas rosas, jazmín y sándalo con otros extractos, que quizá no huelan tan bien, puedes dar con la fórmula del perfume perfecto. En moda sucede lo mismo. Lo que pasa es que Estados Unidos cada vez tiene más peso en la industria; y la visión de la moda norteamericana es demasiado cuadrada, demasiado rígida. Falta locura. Faltan los volúmenes y las siluetas de Cristóbal Balenciaga. Es mucho más que talento. Es una cuestión de genialidad. Quizá suene anticuado. Pero las mujeres más fascinantes también tienen un punto de excentricidad», asegura. «El otro día vi en un blog fotos de Nancy Cunard [rica heredera inglesa, musa de las vanguardias, idealista política e icono de los años 20]. En una de ellas, Nancy aparecía con una chaqueta de cuero y brazaletes africanos gigantescos. Una prenda deportiva combinada con accesorios sofisticados. Eso es estilo. Poco importa el precio que marque la etiqueta. Es la mezcla lo que crea la magia». [Las fotos de Cunard aparecieron publicadas apenas unos días antes de esta entrevista en el blog iloveyourstyle.com].
¿Quién dijo que a los hombres les gustan las mujeres con tacones? «Me parece que es más bien lo contrario. Que eso es lo que las mujeres creen que les gusta a ellos. Pero ¿qué hombre sueña con una mujer 10 centímetros más alta? Piensa en los grandes iconos. Hablar de Marilyn es hablar de su cabello, su cuello, su manera de moverse… O Audrey Hepburn, con mocasines o bailarinas. Femenina y dulce a la vez. Eso sí es sensualidad. Tacones, tetas y barra de labios es una visión de la feminidad que hasta hace 10 años solo tenían los travestis. Jamás me pondría unos tacones para sentirme más sexy. Claro que tampoco me visto para satisfacer a un hombre. Lo hago solo para mí».
Cordon Press
Sin embargo, en las calles de París, durante la Semana de la Moda, cada vez más gente se viste para seducir a los demás. Blogueros, aspirantes a diseñadores y gente anónima con cámaras digitales. Todos se esfuerzan con estilismos imposibles para atrapar la mirada de fotógrafos de street style como Tommy Ton o Scott Schuman, del blog The Sartorialist. «Son los 15 minutos de fama que prometía Andy Warhol», dice Inès. «Los looks más excéntricos son siempre de estudiantes y groupies. Gente que no trabaja en moda. Las personas más influyentes de la industria tienen una imagen mucho más discreta. En algunos casos ni siquiera adivinarías que trabajan en este sector. Por supuesto, todo el mundo reconoce a Karl Lagerfeld por la calle. Es imposible que pase desapercibido. Pero Karl es mucho más que una coleta blanca con traje. Lleva 60 años trabajando. La imagen es, al fin y al cabo, lo menos importante», asegura Inès, aunque ella misma es incapaz de saludar a alguien sin escanear su look con la mirada de arriba abajo en apenas un segundo.
«Soy adicta a las compras», admite. ¿La última? Un bolso de cuero trenzado de un joven diseñador, cuyo nombre prefiere mantener en secreto. Su visión de la moda ha cambiado mucho desde los años 80, cuando se convirtió en la primera modelo en firmar un contrato en exclusiva con Chanel. «Ahora pienso que es mucho mejor tener pocas prendas buenas que muchas de mala calidad. He aprendido que necesito muy poco. Antes cuando viajaba llevaba siempre tres maletas repletas de ropa; ahora solo llevo una, con unos jeans y un par de bailarinas, que puedo ponerme por la mañana, a media tarde para ir a un cóctel o por la noche para salir a cenar. Sé que soy una de las personas más afortunadas del mundo. Ser modelo es la única carrera que no puedes escoger; tienen que elegirte. Yo podía entrar en Chanel y llevarme lo que quisiera –un privilegio solo al alcance de las modelos que protagonizan las campañas de la maison francesa–; y también tenía dinero para comprarme lo que quisiera. Incluso aquí, en Roger Vivier, podría quedarme con un par de zapatos de cada modelo, pero no necesito tanto. No es una cuestión de cantidad». La ropa que lleva hoy le da la razón: un pantalón vaquero, un jersey de cachemir y unos botines de cordones masculinos de Paul Smith.
Una declaración de intenciones que se ha convertido en el principio que rige su estilo de vida. ¿Lo más importante? «Las vacaciones», confiesa sin dudarlo ni un instante. «He trabajado mucho y tengo claro cuáles son mis prioridades. Hoy prefiero estar con mis hijas, pasar un rato con amigos o irme de viaje con la gente a la que quiero. En resumen, ser feliz y tener salud. El resto es frivolidad. Por supuesto, la frivolidad puede vestirse de seriedad». En París, es casi un arte. «Pero el trabajo ya no me estresa como antes. Tampoco tengo tiempo para aburrirme. Me gusta entrar en librerías, ir a exposiciones, pintar, hacer fotos y últimamente he descubierto mi pasión por la jardinería». Navegar por Internet es otra de sus nuevas aficiones. «No sé cuántas aplicaciones tengo en mi iPhone. Soy una auténtica geek. Y me encantaría encontrar tiempo para imprimir fotos, pero no lo consigo. ¡Es frustrante!», se lamenta en voz alta. «Pero necesito perder el tiempo», repite con vehemencia. «Es importante para mantener el equilibrio en mi vida. ¡Toda esa historia de los años 80 de la mujer y el éxito en el trabajo es una auténtica catástrofe! Sé que tengo suerte, porque aunque trabajo mucho –a veces sábados y domingos–, puedo gestionar mi tiempo como quiero», asegura. «El tiempo pasa volando. Nada me puede hacer más feliz que ir a recoger a mi hija al colegio –si ella quiere que vaya a buscarla, claro–. Puedo posponer cualquier otro compromiso para estar con ella. Antes tenía la sensación constante de que todo era inaplazable; y sentía la necesidad de contestar a los correos electrónicos por la noche. Ahora sé que no pasa nada si contesto esos mensajes por la mañana. Nada es tan urgente. Y quizá parezca obvio, pero no lo es. Es mucho más fácil trabajar hasta tarde que salir de la oficina a las seis. Porque siempre tienes algo que hacer. Pero hoy mi obsesión es tener tiempo para mí». Dos días antes de esta entrevista, durante el press day de Roger Vivier, Inès recibió un correo de una amiga, que no trabaja en moda, para ir a almorzar juntas. Antes le habría contestado: «Cariño, pero ¿no sabes que es la Semana de la Moda?». Pero esta vez le dijo: «Claro, pásame a buscar a la una y me escapo a comer una hora aquí al lado». Sabe que no se cae el mundo si no está ahí durante una hora. «¿Qué pasó? Que vino Anna Wintour justo en ese momento», explica. ¿Se derrumbó el mundo? No. Porque cuando viene Wintour, siempre tiene a 14 personas encima y no me necesita».
Fuera de este despacho, que se ha convertido en su segunda casa en París, admite que le gusta viajar a la Provenza, a solo dos horas en tren de París. «Y me encantaría volver a Sevilla. Porque hace mucho que no visito la ciudad. O Granada. Sobre todo, para ¡comprar botas!». Pero su destino favorito está mucho más lejos: en Asia. «Podría ir cada año a la India. Ningún otro país es igual. Me gusta todo: la ropa, la comida, los aromas, la gente, el paisaje…». Para Inès, la vida hoy es un fantasía de escapismo.
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