Francesca Thyssen: «El mundo del arte se ha convertido en algo ridículo»
Su llegada a España con su Fundación TB21 ha sido un terremoto por la relación con su madrastra, pero su revolución no ha hecho más que empezar. Hablamos con Francesca Thyssen sobre el legado de su padre, sus proyectos de futuro y los grandes fraudes del arte contemporáneo.
Francesca Thyssen (Lausana, Suiza, 1958) era solo una veinteañera cuando su padre, quien estaba considerado ya como uno de los coleccionistas de arte más importantes del mundo, pero aún no tenía ninguna relación con España, se la llevó con él a visitar el estudio de Roy Lichtenstein. «Me decepcionó bastante, porque yo esperaba esos cuadros pop vibrantes y felices que le hicieron famoso y por el contrario me encontré unos lienzos gigantes con brochazos oscuros», cuenta sentada ante la enorme mesa de mármol que ocupa el espacio central de su despacho personal en su nueva casa en el madrileño barrio de las Letras. «De joven tienes unos objetivos y cuando te haces adulto aprendes que las expectativas siempre te defraudan», afirma con un deje irónico. Esto lo dice una mujer que se educó en el exclusivo internado de Le Rosey, que estudió en la mítica escuela de arte y diseño Saint Martins, que ha sido actriz, cantante y modelo, que después de vivir en Londres, Nueva York y Los Ángeles acabó mudándose a su ciudad natal para seguir los pasos de su padre e iniciarse en el mundo del coleccionismo.
La hija pelirroja que el barón Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza tuvo con su tercera esposa, la escocesa Fiona Campbell (la modelo favorita de Cecil Beaton), acaba de firmar a través de su fundación, llamada TBA21, un contrato de cuatro años con el museo de Madrid que lleva el apellido de su progenitor. La exposición más comentada del año pasado incluía la obra del artista argentino afincado en Berlín Tomás Saraceno y la actuación de Niño de Elche, a la que acudió su madre: «Se quedó absolutamente fascinada. Casi llora contemplando los cuadros de la colección Thyssen, muchos de ellos son viejos amigos», afirma en alusión a las obras que Campbell y el barón Von Thyssen adquirieron juntos en subastas ya históricas. Otro de los grandes momentos destacados de la anterior temporada fue una acción especial que tuvo lugar en el marco de la Cumbre del Clima, con la instalación Western Flag, de John Gerrard, una bandera de C02 que dio la bienvenida a Greta Thunberg. No fue casualidad. Thyssen, una experta buceadora, se convirtió en activista medioambiental después de ver morir los arrecifes de coral de Jamaica, su paraíso particular, en el que veranea desde que era niña y donde algunos de sus protegidos realizan residencias artísticas. Su fundación cuenta con una división específica llamada TBA21 Academy para desarrollar proyectos de colaboración relacionados con la sostenibilidad y el futuro de los océanos entre artistas y científicos. Su compromiso con España es organizar en las instalaciones del Museo Thyssen-Bornemisza dos muestras anuales con obras de una impresionante colección privada, compuesta por más de 600 piezas de 200 artistas (de Marina Abramovic a Ícaro Zorbar), en la que las obras no son nunca convencionales.
Pero no es, ni mucho menos, lo único que quiere hacer. «Tenemos un programa de adquisiciones, pero en realidad producir y encargar trabajo nuevo es lo que me interesa más. Hay una intención muy fuerte en ello y le da una vida más larga al trabajo del artista. Ayuda de verdad a desarrollar nuevas ideas y es en esa dirección en la que me gustaría ir aquí, porque lo que más disfruto es eso», dice Thyssen.
En la libertad con la que opina de algunos temas escabrosos se percibe que sigue siendo, a su manera, la misma provocadora que en los ochenta se convirtió en la reina de las noches más locas de la alta sociedad europea y que viene de una estirpe de multimillonarios con verdadera experiencia en la compra de arte. Thyssen encuentra cierto placer en desmitificar la figura del coleccionista con un supuesto ojo mágico: «No creo que nadie tenga de verdad la capacidad de darse un paseo entre obras y de pronto encontrar un tesoro de un artista desconocido, una pieza que es una absoluta obra maestra colgada en una pared. Me encantaría escuchar a cualquier coleccionista serio decirme que puede hacer eso. Creo que eso es un mito. Sé que es un mito».
Por el contrario, Francesca Thyssen defiende una nueva forma de mecenazgo, que consiste en comisionar cinco proyectos al año en los que se implica personalmente. Y ‘personalmente’ significa en su caso desde surcar el Danubio con una videoinstalación, como hizo con el turco Kutlug Ataman, hasta trabajar con inmigrantes y refugiados, como ha ocurrido con su buen amigo el danés Olafur Eliasson, a participar en rituales chamánicos, que fue el caso de su experiencia con el artista brasileño Ernesto Neto. El aterrizaje del proyecto de Francesca Thyssen en España ha sido toda una sensación mediática, no solo por lo que pueda aportar a la escena artística nacional, sino también por el morbo adicional que ha generado la reconciliación con su madrastra Tita y con el hijo de esta, Borja. «Es obvio que hay 30 años de legado y que a pesar de todas las controversias que hubo al principio, el Museo Thyssen ahora es lo que es: un lugar único con una buenísima reputación que, aunque pertenezca al Estado, aún tiene una familia activa involucrándose». Pero Francesca no quiere que la atención se siga desviando sobre los asuntos familiares: «Hay que tener cuidado con no dejarse seducir por toda la atención que nos están dedicando. Es importante recordar que mi fundación es nueva aquí». Thyssen, sin embargo, no va a renunciar a su título de continuadora de la saga: «En los años ochenta, en plena Guerra Fría, mi padre decidió prestar su colección a la antigua URSS. Lo anunció el día que inauguró la exposición de paisajismo norteamericano del siglo XIX en San Francisco, delante de grandes magnates como los Getty. Yo estaba allí y vi lo incómodo que fue, pero él quería hacer diplomacia usando el arte que atesoraba. Yo quiero hacer una declaración política de intenciones con mi activismo medioambiental».
La benefactora buceadora
Francesca Thyssen quiere estar a la altura de las expectativas que ha creado, por eso se ha mudado a Madrid. Quiere controlar más de cerca este proyecto, para el que cuenta con la ayuda de dos profesionales locales a los que menciona constantemente: el exdirector de ARCO, Carlos Urroz, ahora su mano derecha, y la comisaría Chus Martínez, también una guía muy importante. Esta última la ha ayudado a fijarse en el trabajo de españolas como Teresa Solar. Sus «increíbles e inusuales medios cerámicos», como los describe arrobada Thyssen, siguen la estela de la obra de otra de sus grandes protegidas, la célebre videoartista estadounidense Joan Jonas. Precisamente, una instalación de esta última podrá verse en Madrid del 25 de febrero al 10 de mayo. Se trata de Moving Off the Land II, una pieza multidisciplinar de 500 metros cuadrados sobre el papel de los océanos en diferentes culturas, desde un punto de vista histórico, totémico y espiritual, que incluye vídeos, esculturas, pinturas y sonidos.
Thyssen, una promotora incansable que ha viajado por todo el mundo y que pasa buena parte del año en islas paradisiacas involucrada en investigaciones oceanográficas, ha decidido dejar atrás Londres, lugar en el que residía más habitualmente. «Creo que el Reino Unido ha cometido uno de los mayores errores de su historia. Y te lo digo yo, que soy medio escocesa y estoy muy a favor de la independencia». Ahora Madrid le parece una de las capitales más dinámicas del planeta: «En este momento me recuerda muchísimo a Berlín en el año 2000, cuando inicié mi propia colección allí. Había aquella vibración cultural tan fuerte y al mismo tiempo, todo el mundo se quejaba de que las instituciones y los museos no les daban el apoyo que necesitaban… hasta a Jenny Holzer, ahora consagrada, le costaba encontrar espacio para exponer. Es lo mismo que le escucho aquí a los artistas ahora mismo». Justo ahí es donde ella quiere intervenir, ayudar y crecer. ¿Y qué hay del auge de la ultraderecha en España? «Me he venido aquí porque me aburrí de escuchar hablar sobre el tema en Inglaterra…», dice eludiendo la cuestión con esa sorna inteligente que caracteriza su discurso.
El despacho de Francesca Thyssen se ubica en un chaflán con amplísimas ventanas asomadas a una de las zonas más nobles de la capital. En las paredes, pintadas de azul oscuro y plagadas de libros de arte, destaca un hueco lleno de figuras hindúes y amuletos, una especie de altar de meditación, actividad a la que dedica las primeras horas del día desde hace un año. En el salón principal, un impresionante equipo de alta fidelidad espera a que llegue su colección de vinilos. Thyssen es una melómana empedernida y disfruta todo tipo de género musicales, desde soul popular (confiesa que Ain’t no Mountain High, de Marvin Gaye, es esa canción que siempre puede hacerle bailar) hasta el más oscuro deephouse. Si se le pregunta cuál es el último disco que ha comprado, la respuesta da idea de las cosas de las que es capaz: «No lo he comprado. Lo he producido junto con uno de los miembros de Sigur Rós. Lo grabamos en una expedición que hicimos en Fiji, donde grabamos los sonidos de las profundidades marinas con hidrófonos».
Francesca Thyssen es consciente de que su proyecto está al margen de los circuitos convencionales del arte contemporáneo y se siente orgullosa de ello. «Después de ver lo que se cuece en ferias como Art Basel en Miami la verdad es que estoy contenta de estar aquí con mi proyecto. El mundo del arte se ha convertido en algo ridículo». Es especialmente crítica con obras como Comedian, el plátano pegado con cinta aislante a una pared ideado por Maurizio Cattelan, a quien califica como un «fraude». Reserva un afilado sarcasmo también para una de las compradoras de la banana, Sarah Andelman, la fundadora del templo multimarca parisino Colette: «Leí en la prensa que es su primera adquisición, lo que supuestamente la convierte en una ‘coleccionista’ y que va a exponer el certificado de autenticidad. ¡Se ve que no tiene muy claro cuál de las dos cosas es la obra!».
Entre los proyectos que Thyssen tiene pendientes para este año está un libro que celebrará el centenario de su padre y en el se hablará de la relación del barón con su madre: «Ella asistía con él a subastas, iban los dos vestidos de etiqueta, llenos de joyas… Y rodeados de flores pujaban durante horas, sentados al lado de los grandes magnates americanos. Eso fue hace solo 60 años, pero todo ha cambiado tanto desde entonces…»
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