Florence Welch, inspiración infinita
Su último disco salda cuentas con un ex impresentable. Charlamos en Londres con ella sobre por qué es la última romántica o cómo la moda influye su carrera.
Su último disco marca distancias con los dos anteriores. How Big How Blue How Beautiful (Universal Music) es menos grandilocuente. Algo en lo que Markus Dravs, el productor –al que eligió después de escuchar lo que había hecho con Coldplay y Björk– tiene buena parte de culpa. O mérito, según se mire. «“Ya has exprimido la faceta dramática”, me dijo. “Es hora de que muestres otra vertiente, porque estoy seguro de que la tienes”», recuerda la cantante. En este álbum no hay coros solemnes, ni palmas ni arpas sonando de fondo. Aunque sigue tratando los mismos grandes temas que ocupan y preocupan a la cantante: el amor, la muerte… Un corazón roto. «Había escrito canciones de rupturas antes, pero nunca me había enfrentado a ello de una manera tan directa», cuenta. Desde el primer sencillo, What Kind of Man (Qué tipo de hombre, en español) hasta Third Eye (Tercer ojo, uno de los temas bonus), las canciones de este disco están desnudas. «Me asusta escuchar mi propia voz en crudo. Me siento expuesta. Siempre he preferido esconderme detrás de coros y efectos, metáforas y grandes historias. Pero aquí no hay trucos. Mientras lo grabamos, tuve que lidiar con emociones que me estaban ahogando. No fue fácil. Soy una persona autodestructiva. Pero al final fue liberador. Suficiente tormento y pesimismo», sentencia.
Tal vez cambiar el gris londinense por los soleados cielos de Los Ángeles haya tenido algo –o mucho– que ver en el asunto. Desde hacía tiempo, Welch visitaba la ciudad con frecuencia, y en el último año encontró en ella un lugar donde «uno puede sumergirse en una soledad muy gratificante». El disco es un homenaje al «poder reconstituyente de la ciudad». El título, una referencia a su horizonte. Para ella, Los Ángeles es ese lugar ubicado «entre un crucifijo y el cartel de Hollywood». Se refiere a esa dualidad perfectamente equilibrada entre lo superficial y lo espiritual que ha convertido la ciudad en un vergel de artistas. Al fin y al cabo, las suyas son mentes preocupadas por el fondo, con una sensibilidad estética condicionante. Pero la descripción también dice mucho de la propia Welch –el autoanálisis continúa–. Sus letras caen en el lado de lo trascendente. Sus actuaciones pasan la frontera del mero espectáculo para convertirse en un ejercicio de conexión casi espiritual con el público. Tampoco tiene problema en decir que la moda es su superpoder. «Mi madre usaría la frase “despilfarro de energía”. Especialmente cuando le digo cosas como que puedo recordar todos los looks que he llevado a lo largo de mi vida», cuenta.
Hoy, por cierto, lleva un traje rosa de flores con una blusa de gasa atada al cuello con un lazo. Y muchas joyas. «Me sentiría desnuda sin ellas», asegura. Suerte que acaba de convertirse en imagen de la colección de joyería y relojería de Gucci. Puesto para el que está perfectamente cualificada, dada su afinidad estética con Alessandro Michele. «Nunca había hecho algo así. Y, para ser sincera, creo que no lo hubiese hecho si no fuera por Alessandro», confiesa.
En el espacio de una no tan larga pero sí muy intensa carrera –con Florence and The Machine, Welch ha publicado tres discos, ganado dos Brit Awards y sido nominada a seis Grammy en apenas seis años–, la cantante ha coqueteado con varias firmas. Compatriotas como Mulberry, Roksanda Ilincic y el gigante Topshop, que en 2009 –antes incluso de que lanzara su álbum debut, Lungs– fichó sus maneras de estrella y se ofreció a patrocinar su guardarropa para el Festival de Glastonbury. También con Chanel y Givenchy. Pero con Gucci ha sido amor platónico. Su primer encuentro fue en tiempos de Frida Giannini. La entonces directora creativa de la firma diseñó el vestuario de su segundo tour, Ceremonials. Que Alessandro Michele –quién apareció de entre bastidores para recoger las llaves de la firma al tiempo que Welch volvía a escena– diseñase el vestuario de su nueva gira «estaba escrito», dice la inglesa. Incluso la forma en la que se conocieron tuvo estrella. Fue en Los Ángeles. Habían quedado en el hotel. Pero Welch fue al de Michele; y Michele, al de Welch. «Nos cruzamos por la calle. Él llevaba su barba shakespeariana, una gabardina y un collar alucinante. Yo, pantalones de campana rojos y un chaleco con pompones. Nos giramos para ficharnos. Y cuando por fin nos reunimos, horas después, dijimos: “¡Así que eras tú!”», recuerda.
La belleza prerrafaelista de Welch –aunque ella prefiere «eduardiana», adjetivo que le adjudicó Karl Lagerfeld en uno de sus primeros encuentros– encaja a la perfección en el universo de Michele. Y los diseños de Michele, en el armario de Welch. Tal vez tenga algo que ver que el diseñador pusiera su disco mientras creaba su primera colección de prêt-à-porter. «Me dijeron que escuchaba en bucle el tema What Kind of Man», bromea la artista.
Estéticamente, beben de las mismas fuentes: la mitología, el Renacimiento, la joyería memento mori… Y ese look que Welch describe como «abuela psicodélica». «Las cosas modernas no me quedan bien. Tengo cara de antigua», asegura. Lo cual explica su propensión a todo lo vintage. No hay tienda de segunda mano de Los Ángeles que no haya recibido su visita. Le gusta la ropa que tiene «una capa más», dice. Y eso es algo que encuentra en los diseños de Michele. «Siempre hay una historia entretejida», comenta Welch, quien lleva una sortija de la nueva colección de Gucci, con un corazón y una abeja. «En la Antigua Grecia se las consideraba mensajeras entre los vivos y los muertos», nos cuenta. La muerte parece ser otro tema común entre cantante y diseñador. Igual que las flores. «Es inevitable mirarlas y ver cierta decadencia. Me gusta cómo Alessandro les da un giro. Son románticas, no dulces», comenta la artista. Ella también atravesó una etapa floral en sus años de universidad. «Eran una obsesión. Incluso hice mi propia corona funeraria. Y me la llevé de gira», recuerda.
Pero antes de que Michele irrumpiera en su armario, la cantante ya era asidua a los trajes pintorescos, los vestidos retro y la sobrecarga de abalorios. Recuerda especialmente un dos piezas que llevó a los premios NME en 2012, con el pantalón tobillero y un estampado de margaritas a las que parecía que habían inflado a esteroides. «La prensa puso el grito en el cielo», se ríe. Hubo titulares con la palabra «abominable». Y ahora ese es el look. «Es divertido, ¿verdad? Creo que esa es la magia de lo que hace Alessandro. No sabes que lo quieres hasta que lo ves. Como los mocasines peludos. Tuvo el valor de subirlos a la pasarela. Y al principio yo también dije: “¿Pero qué es esto?’. Ahora no me los quito», cuenta. ¿Que si le molesta que algo tan único y personal se convierta en mainstream? La analogía con su música está implícita en la pregunta. «Nunca me lo había planteado de esa manera. Pero no. Creo que es estupendo que la gente se sienta liberada para expresarse con excentricidad», dice.
La excentricidad es una constante en el universo de Florence. Sartorial y musical. Que Vali Myers sea la inspiración de este último disco encaja en el patrón. Artista, bailarina, musa y chamán, era una mujer que vivía en una cueva en Positano y lucía un bigote tatuado. Sus cuadros, que le llevaba años terminar, se basaban en las visiones que tenía durante sus trances místicos. De alguna manera, Welch crea su música de la misma forma. «Es un exorcismo», describe la inglesa. Y que las dos sean torbellinos pelirrojos invita aún más a los paralelismos.
«Concebir este disco ha sido un proceso de curación», concluye. Uno que se ha reflejado tanto en su sonido como en su look. «Cuando empecé a grabarlo, no era capaz de vestirme. Me ponía unos leggings y un anorak y me metía en el estudio». Cuesta imaginarla en un atuendo tan mundano. El vestuario de la gira empezó sumido en sobriedad: trajes sencillos y de color blanco. «En ese punto, aún estaba lidiando con muchas de las emociones de las que hablo en el disco. De alguna manera, quería desaparecer», explica. Poco a poco, las mangas empezaron a inflarse y los colores a venirse arriba. Para cuando Michele apareció en la fórmula, la cantante estaba lista para adoptar todas sus hipérboles estéticas. «Y, para ser sincera, no podía mantener a raya mucho más tiempo la maximalista que llevo dentro».
Todo lo que lleva en el escenario, dice, se lo pondría también fuera de él. «Ceremonials era grandilocuente. La música era casi eclesiástica. Y los vestidos iban a la par. Pero How Big How Blue How Beautiful es un disco más personal. No quería crear un personaje ni esconderme detrás de un vestido», afirma. «La ropa es parte de mi proceso creativo. Al principio, la utilizaba como una armadura. Especialmente cuando empecé a ser famosa y sentirme más escudriñada. Pero ahora se ha convertido en una forma de expresión. Estar un tiempo fuera del ojo público me ha permitido conocerme. Y siento que he vuelto con un sentido de identidad mucho más claro», asegura. Espiritual y sartorialmente hablando.
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