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“Una activista con escotazo”: cómo Erin Brockovich convirtió su criticada estética sexy en un arma legal

Mientras sus compañeros se burlaban de su forma de vestir e infravaloraban su desempeño profesional, la activista acabó liderando la mayor demanda civil de la historia de Estados Unidos. La serie Rebel retoma su figura en la pequeña pantalla.

Brockovich lleva tres décadas luchando en diferentes causas medioambientales.
Brockovich lleva tres décadas luchando en diferentes causas medioambientales.Getty (Getty Images)

“Una activista con escotazo”. Así le gustaba describirse a sí misma, allá por 2007, a Erin Brockovich, la incansable luchadora a favor del medioambiente que vio como su nombre daba título a una de las películas más taquilleras del año 2000 y abría las puertas del olimpo hollywoodiense a una Julia Roberts que confirmó su estatus estelar con su primer y único Oscar. Además de su inspiradora historia de superación, si algo convirtió en un icono a la abogada fue una apuesta estética basada en el atrevimiento y la sexualidad. Un look que hizo de ella la diana de los prejuicios y burlas de sus compañeros en los tribunales, pero acabó convirtiéndose en sello distintivo y en arma imprescindible de su estrategia legal. 21 años después del estreno de la película, su historia vuelve a las pantallas con Rebel, una serie de diez episodios que aterrizó este 28 de mayo en la plataforma Disney+.

Erin Brockovich posa junto al vestidor de su casa en el año 2000.
Erin Brockovich posa junto al vestidor de su casa en el año 2000.Getty (Los Angeles Times via Getty Imag)

Katey Sagal, conocida por dar vida a la indomable matriarca del club de moteros de Hijos de la anarquía, interpreta a un trasunto de la abogada no titulada llamada Annie Bello que trabaja por la justicia social sin descanso ni reservas. Protagonizada también por Andy García y creada por Krista Vernoff (Anatomía de Grey), Brockovich ejerce como productora ejecutiva y se muestra satisfecha de que la ficción se inspire en su desempeño activista durante las dos décadas posteriores al lanzamiento de una película que se convirtió en un éxito global. “Soy más vieja, más sabia y evolucionada. Me acerco a los casos con maneras y aproximaciones diferentes, pero todavía sigo tan frustrada como siempre por ser infravalorada o encasillada”, declaró en una entrevista reciente la consultora, que ha publicado dos libros y protagonizado un docureality sobre los derechos de los ciudadanos llamado Justicia Final.

“Escuché muchos comentarios sobre mis pechos, mi escote, mi forma de vestir, mi lenguaje… pero no tenía tiempo para ellos. Estaban envenenando a la gente, eran los responsables y lo sabían. Así que, ¡que les den! Esa era mi verdadera postura al respecto”, declaró Brockovich a la revista Vulture sobre la atención y los juicios morales a los que se vio sometida. Mientras sus compañeros le miraban las tetas y sus compañeras criticaban el largo de su falda, la joven natural de Kansas rompía con todos los arquetipos del conservador mundo del derecho, encarnándose en una David moderna que venció al Goliat corporativo. “Lo que importa está en el interior”, defendía.

Una treintañera, madre de tres hijos y divorciada en otras tantas ocasiones, disléxica y sin estudios en la materia, exmodelo y reina de la belleza en la costa del Pacífico consiguió un trabajo en el bufete por un accidente –de tráfico, concretamente–. Tras contratar los servicios del despacho de abogados Masry & Vititoe para que la representaran en el caso, Brockovich acabó consiguiendo un puesto como asistente en la empresa y, mientras organizaba el papeleo, destapó un caso que acabó convirtiéndose en la mayor demanda civil de la historia del país hasta la fecha. Su investigación descubrió que la compañía energética Pacific Gas & Electric había ocultado durante 30 años la contaminación de las aguas del pueblo de Hinkley, acabando ella misma ingresada en el hospital debido a las toxinas. Tras años de pleitos y reuniones, la sentencia le fue favorable y la multinacional tuvo que indemnizar a los 600 demandantes con 242 millones de euros, cerca de medio millón de dólares por afectado.

Su power dressing estaba muy alejado del popularizado por Melanie Griffith en Armas de mujer una década antes. Tops con cuello halter, corpiños de flores, minúsculas minifaldas de cuero, sujetadores push up con estampado de leopardo y vertiginosos tacones de aguja. Su retrato podría aparecer en el diccionario británico junto a la definición del adjetivo brassy, que la prensa especializada repetía incesante en los artículos sobre su figura y que se utiliza para describir “a la mujer que ríe y habla demasiado alto, que se maquilla demasiado y viste ropa barata y con brillos”. Lo que en castellano tildaríamos como una mezcla entre ordinaria y hortera.

Tal era el orgullo de Brockovich por su vestuario que, cuando acudió al pase del filme, solo se quejó sobre un aspecto. “Lo único que es impreciso es que las faldas no son lo suficientemente cortas”, le dijo al director de la cinta, Steven Soderbergh. También se lamentó Ed Masry, el jefe de Brockovich en el bufete de abogados que la convirtió en un icono, sobre la elección de Roberts como protagonista. “Tiene las tetas demasiado pequeñas y la lengua muy poco sucia”, alegaba, sugiriendo la opción de Goldie Hawn como casting ideal.

El papel de Erin Brockovich le proporcionó a Roberts su única estatuilla hasta la fecha.
El papel de Erin Brockovich le proporcionó a Roberts su única estatuilla hasta la fecha.Universal (Getty Images)

La importancia de los estilismos para la activista medioambiental también queda reflejada en una de las escenas más memorables del filme, cuando Ed (interpretado por Albert Finney) le sugiere a Erin replantearse su forma de vestir por la “incomodidad” que su vestuario ha creado en alguna de sus compañeras. “Pues da la casualidad que yo creo que me queda bien. Y mientras mi culo no sea de elefante, llevaré lo que me apetezca, si no le importa”, se defiende esta, que no solo deja sin ánimo de réplica a su mentor, sino que le insta a replantearse su gusto para las corbatas. En otra secuencia, cuando el abogado le pregunta a su asistente sobre cómo piensa conseguir una información clave para el caso, pero confidencial, ella responde de manera taxativa: “Las llaman tetas, Ed”.

Lo provocativo del vestuario llegó incluso a asustar a la propia Julia Roberts, que temía que fuese visto por los espectadores como una licencia artística que buscaba sacar partido del atractivo de la actriz más popular sobre la tierra en aquel tiempo. “Queríamos que fuera visto como una parte tan integral de ella como su pelo o su voz. No queríamos que se pensara, ‘Oh, hemos contratado a alguien con las piernas muy largas, así que vamos a ponerle las faldas más cortas conocidas por la humanidad”. Roberts, que se alzó con su único Oscar a la mejor actriz gracias a este papel, también tardó un tiempo en habituarse a aparecer en el plató con estos estilismos, pese a que otro audaz e icónico vestuario, el de Pretty Woman, la convirtió en una estrella. “Yo tengo cosas en mi armario a las que llamaría vestidos. Erin tiene cosas en el suyo que llamaría vestis. El ‘dos’ final, eso que suele cubrir tu culo, es lo que falta”, evocaba en la revista Entertainment Weekly.

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