El arte de despedirse a la francesa
La práctica del ‘ghosting’ o marcharse sigilosamente sin decir adiós se presenta como la alternativa más sana para sobrevivir a los compromisos festivos.
Abrirse sin decir ni 'mu' se ha convertido en una práctica con fieles adeptos y contumaces detractores. Si bien todo el mundo coincide en cómo deben comenzar las reuniones sociales, con la forma y el contenido del adiós se impone la disparidad de opiniones. Pero cualquiera que se haya sentido identificado con Peter Sellers en la película El guateque, sabrá de la complejidad que entrañan las relaciones públicas y las normas de cortesía. Y seguro que habrá quien esté de acuerdo en que marcharse sigilosamente sin decir adiós resulta la alternativa más sana para sobrevivir.
Es evidente que para muchos despedirse a la francesa es una decisión de pésimo gusto y peor educación, pero la tentación siempre acecha. Y no crean que se trata de un invento contemporáneo. La alta sociedad francesa del siglo XVIII llamaba sans-culottes a los desharrapados que más tarde ocuparían La Bastilla y el palacio de las Tullerías. De ahí proviene el término sans adieu (sin adiós), que alude a la práctica del desdén, la de llevar a cabo lo que hoy también conocemos como una bomba de humo. En aquella época era una moda generalizada entre los que no se imaginaban que pronto darían con su cabeza a los pies de la guillotina.
Un par de siglos antes, Erasmo de Rotterdam firmaba su Elogio de la locura, un manifiesto brutal sobre la defensa de la estupidez y la inconsciencia que, entre otra cosas, condenaba "al invitado de buena memoria" y "al oyente que recuerda". ¿Acaso no es como para echarse a llorar que quinientos años después semejante alarde de clarividencia no haya conseguido penetrar aún en nuestras seseras? Precisamente los chismes, los rumores y las malas artes nacen de los insensatos que no se avienen a esas máximas. Y ocurre lo mismo con los palizas que al saludar no entienden el verdadero significado del socorrido "qué tal, luego nos vemos", que no es sino el recurso más diplomático para evitar decir "piérdete y no me des la brasa".
Las fiestas son lo mejor, salvo por los absurdos corsés que las ahogan. La gente acude a ellas porque desea olvidar las penas y divertirse. Y cada cual debe marcharse de ellas cuando lo estime oportuno. Y si es con discreción mejor. No hagan caso a los expertos en protocolo que indiquen lo contrario, ya que siempre lo hacen basándose en la experiencia. "Todo lo que decían nuestros padres que era bueno es malo: el sol, la leche, la carne, la universidad…", afirmaba Woody Allen en Annie Hall. ¿Lo ven? Por eso nada menos recomendable, nada más prescindible, que despedirse de la gente en una fiesta, una cena o una de las numerosas farsas a las que nos vemos obligados a asistir en la época navideña. Lo más probable es que nadie se dé cuenta de que nos hemos ido. Siempre que el grupo supere la docena de sujetos, naturalmente.
El mundo no se va a acabar mañana ni tampoco nadie se va marchar a Irak a batallar, así que ese jefe, ese amigo o ese desconocido volverá a cruzarse en nuestro camino. Entonces, ¿qué necesidad de fundirnos en adioses que parecen anunciar el Apocalipsis? Seguramente ninguna. A todo esto la mayoría de los europeos lo llama despedirse a la francesa, excepto los propios aludidos que prefieren hacerlo a la inglesa (filer à l'anglaise). Los americanos, que les da lo mismo que lo mismo les da, se decantan por atizar a los irlandeses (Irish goodbye) o por hacer un ghosting (esfumarse), que sin duda suena más elocuente e inofensivo.
No importa de dónde proceda uno, lo capital es no albergar dudas sobre lo que realmente interesa: marcharse sin decir adiós no es propio de un maleducado. Instruyámonos en la certeza de que eso de evaporarse cuando a uno le place no tiene nada de malo. Retomando las sabias lecciones de Erasmo, ahí va otra píldora: "Obra mal el que no toma las cosas como vienen, el que no baja a andar por la calle, el que no quiere acordarse, al menos, de aquella sabia norma de los banquetes: 'O bebes, o te vas". Pues eso, beban. Lo contrario sí que sería de mala educación. Al lío con el bebercio, y nunca se despidan. Y márchense de las fiestas cuando todavía estén llenas.
Bianca Jagger abandonando una fiesta en 1972.
Getty
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