Escritoras contra ‘la brecha de autoridad’: por qué los hombres todavía no leen a las mujeres
Las autoras de este reportaje son firmas transformadoras del panorama literario en la última década.
Por qué hay tan pocos hombres que leen a las mujeres. Más que de la década, esta es la pregunta del millón. El elefante en la habitación propia de las autoras. ¿Por qué no compran sus libros? ¿De qué tienen miedo? Las respuestas que lo confirman las tiene la periodista Mary Ann Sieghart, que este verano viralizó un ensayo titulado con esa misma pregunta en The Guardian. Allí anticipaba los datos de la investigación de su último libro, The Authority Gap (La brecha de autoridad), y no daba mucho pie a la esperanza en este presente literario: de las 10 autoras más vendidas en inglés –una lista que incluye a Jane Austen y Margaret Atwood, así como a Danielle Steel y Jojo Moyes–, solo el 19% de sus lectores son hombres y el 81%, mujeres. Para los 10 autores masculinos más vendidos –con Charles Dickens y J. R. R. Tolkien, así como a Lee Child y Stephen King liderando ese ranking– la cosa cambia y la división es mucho más pareja: 55% hombres y 45% mujeres.
“En otras palabras –escribe Sieghart–, las mujeres están preparadas para leer libros de hombres, pero muchos menos hombres están preparados para leer libros de mujeres”. La periodista recordaba que la autora del top 10 que tuvo mayor número de lectores masculinos en lengua inglesa, la escritora de suspense L.J. Ross, firma habitualmente sus iniciales (estrategia de la que también tiró, oportunamente, la autora superventas de la saga Harry Potter, J. K. Rowling). “Es posible que los chicos pensaran que ella era uno de ellos”, analiza, hurgando en la herida de este aciago baño de realidad.
¿Qué implica esa desconfianza? “Si los hombres no leen libros escritos por mujeres y sobre mujeres, no comprenderán nuestra psique ni nuestra experiencia vivida. Continuarán viendo el mundo con la experiencia masculina como predeterminada”, lamenta Sieghart. Y no solo empobrecerá la mirada del lector. La autoridad y la valía de las escritoras (también en términos capitalistas, de los aplausos no se llega ) se verán directamente perjudicadas: “Si su trabajo es visto como un nicho más que como una corriente principal, si son consumidas principalmente por otras mujeres, ganarán menos respeto, menos estatus y menos dinero”, sentencia.
En España no tenemos datos de lectura y ventas segregados por género como las que ha investigado la británica, pero sabemos que las mujeres leen más que ellos. En concreto, según el último estudio disponible de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), publicado en febrero de 2020, el 68,3% de mujeres lee libros en su tiempo libre frente al 56% de los hombres. El retrato robot del lector en este país tiene rostro de mujer, es mayor de 55 años, con estudios universitarios y urbanita.
Leerán más ellas, pero los hombres son los que más venden en España. Entre los 10 títulos más comprados de los grandes grupos entre enero y agosto de 2020, según datos de la consultora GFK que publicó El País, solo hubo tres autoras: Almudena Grandes (en tercera posición con los 96.920 ejemplares de Una guerra interminable en Tusquets), Elisabet Benavent (92.017 de Un cuento perfecto en Suma de Letras) y Dolores Redondo (60.553 con La cara norte del corazón en Destino). En las editoriales independientes fue más equitativo: Cristina Morales, Irene Solà, Olga Tokarczuk, Marta Sanz, Eva Baltasar y Tatiana Tibuleac. Aunque esos datos encierran a fenómenos muy puntuales, la brecha de autoridad, esa desconfianza por adentrarse en su universo, también afecta a las españolas.
Las autoras de este reportaje son firmas transformadoras del panorama literario en la última década. Lo hacen plenamente consolidadas como imprescindibles (Elvira Lindo y Najat El Hachmi, ganadora del último premio Nadal por Los lunes nos querrán), o irrumpiendo, refrescando códigos, como la revisión del duelo y los silencios del terrorismo (Gabriela Ybarra en El comensal, finalista al premio Man Booker y en proceso de adaptación al cine bajo la dirección de Ángeles González Sinde) o rompiendo con los supuestos parámetros de cómo debe escribirse una novela (Sabina Urraca, editando el fenómeno Panza de burro y dando un adictivo doble salto de tirabuzón al reimaginar el 11-M en Soñó con la chica que robaba un caballo en Lengua de Trapo. ¿Qué frena a los hombres para darles autoridad, comprarlas y entrar en sus universos?
“El hombre que lee a más mujeres tiene más cultura, porque si no lo hace está ignorando a la mitad de la población”, apunta Elvira Lindo frente a esta brecha de lectores. La autora que ha colocado su A corazón abierto (Seix Barral, 2020) en la lista de los más vendidos, reconoce que si echa un vistazo a su biblioteca sentimental, el descubrimiento de autoras fue mas tardío, en sintonía con aquello que Montserrat Roig escribió sobre cómo “en mis tiempos de facultad las mujeres leíamos a Henry Miller solo por gustar un poco más a nuestros compañeros”. “Antes fue distinto”, recuerda. “Las que éramos modernas, las progres, no pensábamos en si leíamos o no a mujeres. Leíamos los clásicos, los de prescripción obligatoria, que siempre solían ser hombres, nuestras recomendaciones eran de corte muy masculino”, recuerda una autora a la que le marcaría profundamente el descubrimiento de Mercè Rodoreda, Carmen Laforet y Carmen Martín Gaite (“me abrieron los ojos”).
Ese “despertar” del que habla Lindo también lo tuvo Najat El Hachmi con Aloma, de Mercè Rodoreda, a los 12 años, impactada por “ese universo emocional y la complejidad interna de la protagonista”. Gabriela Ybarra leyó decenas de veces (“lo acababa y lo volvía empezar”) Cuando Hitler perdió el conejo rosa, de Judith Kerr: “Muchas de las historias que más me marcaron fueron escritas por mujeres, como Kerr, Christine Nöstlinger o María Gripe, pero cuando se hablaba de ‘literatura seria y adulta’, parecía que los libros que importaban eran los de los hombres”, rememora. Urraca, que lamenta que “los hombres se pierdan una efervescencia literaria” en “un borrado de la mitad de la población”, confirma haberse construido con Elena Fortún, Laforet y Adelaida García Morales. También tiene una conexión biográfica con Lindo: “Mi profesora de lengua, muy rígida, me dijo que escribía bien, pero que tenía que saber cómo iba a terminar los textos antes de empezarlos y tener claro lo que iba a hacer cada personaje. Ese mismo año vino Elvira Lindo a visitar el colegio. En el turno de preguntas, quise saber si ella sabía perfectamente lo que iba a pasar en sus libros cuando empezaba a escribirlos. Elvira respondió que en absoluto. Toda mi clase se rio y creo que mi profesora me odió. Esas palabras sentaron los cimientos de la libertad para escribir lo que quisiera como me diese la gana”.
“Estamos ante un cambio de paradigma muy importante porque cada vez tenemos más lectoras y este hecho ha transformado la industria editorial”, recuerda El Hachmi, y da en el clavo de esta brecha de autoridad femenina. “La industria cultural tiene muchos prejuicios. Yo me enfrento a los de ser mujer, ser hija de inmigrantes y de familia pobre. Una vez me dijeron que no me daban un premio porque si no, parecería que estaban haciendo ‘discriminación positiva’. Si ya me tengo que esforzar más, si siempre tengo que demostrar más, ¿qué hago si directamente me van a descartar?”.
* Estilista: Beatriz Moreno de la Cova. Maquillaje: Victor Maresco (Cool) para Bioderma. Peluquería: Eli Serrano (Cool) para GHD. Asistente de Maquillaje y Peluquería: Olesya Olesyuk (Cool). Asistentes de fotografía: Cesco Rodríguez y Adolfo Moreno. Asistente de estilismo: Diego Serna.
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