El sujetador cumple 100 años
Un siglo da para mucho. Tanto, como para que el feminismo lo quemase a finales de los 60, el deporte lo adoptase en los 70, Madonna lo reinventase en los 90 y ahora muchas huyan despavoridas de él.
A simple vista nadie diría que tiene un siglo de vida porque todavía conserva todo su poder de seducción y sabe reinventarse como nadie, como bien lo demuestran firmas de lencería como Agent Provocateur, pero el sostén o el ceñidor, como lo llamaban nuestras abuelas, celebra este año su centenario, desde que fue patentado en 1914 por Mary Phelps Jacob, en Nueva York.
Como ocurre a menudo, las grandes ideas derivan de los grandes problemas y a principios del siglo pasado Mary debía asistir a una fiesta, cuando comprobó que su traje nuevo de cóctel dejaba ver partes del corsé. Con dos pañuelos de seda y unas cintas improvisó un artilugio que revolucionaría el mundo de la ropa interior. Claro que la invención de esta prenda se le atribuye a más de una persona, como cuenta Francesc Puertas en El sostén. Mitos y leyendas… y manual de uso (Arcopress, 2012), pero fue ella la primera en registrar la idea.
Ponerse algo en los pechos para sujetarlos, resaltarlos o aplastarlos, según la moda y los convencionalismos sociales y religiosos de la época, es una práctica tan antigua como la historia de la humanidad y parece que este concepto existió desde el año 4.500 a.c. Las griegas y las romanas usaban una faja que permitía sujetar los senos, lo mismo que las vikingas y otras pobladoras del norte. En la Edad Media y el Renacimiento, los corsés oprimían la cintura y aplastaban o subían los pechos a voluntad hasta límites insospechados. Desgraciadamente, el pecho femenino siempre ha estado regulado y normalizado, quizás porque, a diferencia de los hombres en los que su símbolo de virilidad coincide con el órgano genital, en las mujeres no ocurre lo mismo y reside en los pechos.
El éxito de Mary Phelps aquella noche fue sonado y todas las damas que querían poseer el calificativo de modernas le encargaron una de aquellas extrañas prendas que empezó a confeccionar. La creciente demanda animó a Phelps a patentarlo y a abrir un negocio que, sin embargo, no le resultó muy bien, lo que la decidió a aceptar una oferta de 1.500 dólares por los derechos de su patente proveniente de la Warner Brothers Corset Company de Bridgeport, en Connecticut, que supo ver el potencial de aquella idea. Mientras las mujeres siguieran teniendo pechos y los hombres fueran los principales fans de esta parte de la anatomía femenina, el negocio estaba asegurado.
La Primera Guerra Mundial fue el detonante para desterrar el corsé para siempre. Por un lado, el metal destinado a su fabricación lo monopolizaba ahora la construcción de material de guerra, y por otro, las mujeres empezaron a reemplazar a los hombres, que estaban luchando en el frente, como mano de obra en las fábricas. Imposible entonces pasarse ocho horas trabajando duramente embutida en un caparazón opresor que impedía respirar libremente y que limitaba los movimientos del cuerpo. Por una vez la máxima de “el trabajo os hará libres” funcionó y los desmayos y las visitas a los médicos se redujeron considerablemente. El pecho pasó a un segundo plano y la moda propuso bustos pequeños, casi inexistentes, que las flappers inmortalizaron.
En los años 30 se estandarizaron las tallas gracias a la modista Ida Rosenthal, una emigrante judía de origen ruso, que clasificó a las mujeres por categorías según el tamaño de su busto y creó diferentes modelos según la franja de edad, desde la adolescencia hasta la madurez. A Rosenthal que creó la marca Maidenform y que fue toda una institución en el mundo del sostén, se le preguntó en los años 70, cuando las feministas quemaban sostenes, si temía por su negocio, a lo que Ida contestó, con tolerancia y sorna: “somos una democracia. Toda persona tiene derecho a vestirse o desvestirse. Sin embargo, cumplidos los treinta y cinco años la mujer no tiene una figura que le permita prescindir del sujetador. El tiempo está a mi favor”.
Quema de sujetadores en Atlantic City, 1968.
Vía ‘Media Myth Alert’
Lo que desconocía Ida es que la cirugía estética reemplazaría al apuntalamiento textil del sujetador, y que las tallas que ella creó acabarían en el olvido en un mundo en el que cada vez hay más caos en torno al tallaje. Javier de Benito, cirujano plástico del Instituto Javier de Benito, en Barcelona, entiende del tema porque él fue el primero en Europa en diseñar los implantes mamarios anatómicos, en 1995. Al parecer, la mayoría de las mujeres españolas desconocen su talla correcta de sujetador y existe ya una app, Sayfit, que ayuda a identificar la correcta y a localizar lencerías donde conseguir asesoramiento y tallas menos populares como las copas A ( la más pequeña) y la DD (la más grande). “El verdadero volumen del pecho lo determina la copa”, cuenta este cirujano, “pero en España no todas las marcas de lencería contemplan esta variable. Aquí la gente habla de una talla 90, por ejemplo, mientras en el resto de países se habla de copa (A, B, C, D ó DD) y contorno. Es importante saber cuál es la talla indicada para cada mujer porque las tallas erróneas, muy pequeñas o grandes, pueden crear problemas. Realmente la función del sostén es sujetar el pecho, no subirlo ni comprimirlo, como hace el Wonderbra, por lo que los aros hay que llevarlos debajo del pecho, y no por la mitad”. Durante una ponencia celebrada en Barcelona bajo el título de Mitos y leyendas del sujetador, que recogía un artículo de El Mundo, Francesc Puertas resaltaba como “un 30% de las consultas médicas por dolores en las mamas, durezas o marcas en la piel tienen su origen en el uso de un sujetador inadecuado”.
En cuanto a la función anticaída que se le ha atribuido a esta prenda y que nos recalcaban nuestras madres -que no nos querían ver marcando pezón-, amenazándonos de que nuestros pechos se caerían antes si no llevábamos sujetador, no es del todo cierta. Según Javier de Benito, “los músculos que sujetan el seno son los ligamentos de Cooper, que son muchos y muy finos y que si no trabajan se atrofian. Es el caso, por ejemplo, de la mujer que se sube el pecho con un sujetador que no es el adecuado y que impide que estos órganos hagan su función”. Si se practica algún deporte, hay que usar siempre sostén ya que, como recalca este experto, “el movimiento produce un bamboleo en los senos que tira hacia abajo y que facilita que estos se caigan con más facilidad”.
Los años 40 y 50 pusieron de moda los sujetadores con copas picudas, quién sabe si por influencia de la Guerra Fría y por intentar emular a misiles de largo alcance, modelos que luego imitó el diseñador Jean Paul Gaultier. La actriz Jane Russel tiene su capítulo en la historia del busto cuando en la película El forajido (1943) vistió un sostén diseñado por unos ingenieros aeronáuticos y encargado por el multimillonario productor Howard Huges. Marilyn Monroe tiene el suyo cuando en Con faldas y a lo loco (1959) cantó I wanna be loved by you con un vestido semitransparente que dejaba al aire gran parte del pecho y tapaba los pezones con pedrería, mientras las luces del escenario jugaban a mostrar y ocultar.
Madonna luciendo el famoso diseño de Jean Paul Gaultier.
Getty
Últimamente algunas famosas se suman a la tendencia ‘bra-less’ que destierra el sujetador, el look de Rihanna en la alfombra roja de los pasados CFDA Awards, fue el más sonado, pero el club lo integran, entre otras, la actriz francesa Lée Seydoux, Kim Kardashian, Jennifer López, Charlie Theron o Gwyneth Paltrow. Tendencia que, en parte, ha avivado la película La gran estafa americana (2013) con escotes setenteros de infarto. Tal vez lo de quitarse el sostén no haya quedado tan relegado a las feministas de los 70. Miren a las chicas de FEMEN o al veto que Instagram a hecho a los pechos femeninos. La socióloga Marina Subirats, catedrática emérita del Departamento de Sociología de la Universidad Autónoma de Barcelona, ex directora del Instituto de la Mujer del Ministerio de Asuntos Sociales (1993-96), ex miembro de la Comisión de Igualdad de Oportunidades de la Unión Europea para el mismo periodo y autora de diversos libros sobre educación, género y estructura social, reconoce que, “en los setenta quitarse el sujetador era un símbolo de la libertad de las mujeres, y de romper con todo tipo de ataduras, especialmente las que hacen referencia al cuerpo y a su contención. El cuerpo femenino está sometido a la contención en muchas culturas y de muchas formas: vendaje de los pies en oriente, burkas y toda clase de vestidos que esconden e impiden el movimiento. Eliminar tales artefactos es una manera de mostrar la libertad de las mujeres y la no aceptación de mandatos patriarcales. Sin embargo, el sujetador no ha desaparecido como lo hicieron otros tipos de corsés, porque el sujetador es, en general, una prenda cómoda, a diferencia de muchas otras. Y hoy no es una imposición: lo lleva quien quiere. El desnudo femenino, en público, es todavía motivo de escándalo, y por eso lo utilizan las chicas de FEMEN. Lo importante no es la prenda, sino desobedecer las imposiciones patriarcales y mostrar que las mujeres hacen lo que les parece, y por ello una misma prenda puede tener significados distintos según el momento. Cuando ya no es una imposición, deja de convertirse en un arma de subversión”.
Recientemente he leído algunos artículos en los que se mencionaba a Rihanna como el nuevo icono feminista al hablar del sexo de forma explícita en sus canciones, ir ligera de ropa por las alfombras rojas, llevar una camiseta con la imagen de una mujer masturbándose y el subtítulo de D.I.Y o llevar sus pechos al viento. Para algunos, como para Anna Harcourt, que firma el artículo All hail Rihanna, feminist Icon, en la revista online Birdee, es una manera poco ortodoxa de reivindicar la libertad sexual de la mujer, pero igualmente aplaudible. Según Subirats, “en principio todo lo que contribuye a mostrar una mujer y una sexualidad libre es positivo y llama la atención de las jóvenes. Pero también hay muchas manipulaciones. Lo que a menudo busca la publicidad es el escándalo, como casi la única manera actualmente de que se fijen en alguien. Probablemente Rihanna se mueve entre ambos extremos, mostrar la libertad sexual de las mujeres y, al mismo tiempo, encerrarlas en el papel de objeto sexual. Depende de la manera en que lo mezcle y lo utilice puede tener efectos positivos o al revés, puede volver a insistir sobre la visión de las mujeres como seres destinados a la sexualidad y al placer ajeno”.
El filme ‘La gran estafa americana’ (2013) ha contribuído a avivar la tendencia ‘bra less’.
Cordon Press
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.