El poder de la blusa
La versión delicada de la camisa gana enteros este otoño precedida por el mejor marketing televisivo y las mil y una interpretaciones que nos propone la pasarela.
La elección de vestuario de Lena Dunham en un evento culinario celebrado en Los Ángeles a principios de mes, ha dado la vuelta a periódicos y magazines, pasando por Twitter y su propio Instagram: su estilismo, a base de blusa y shorts imperceptibles a juego, la colocaba directamente en la lista de las peor vestidas por enseñar cacha hasta el punto que parecía que no llevaba pantalones. Justo el golpe de efecto que le hacía falta a la blusa, ese lugar común en cualquier armario femenino que en los últimos tiempos se ha revitalizado sobre las pasarelas gracias, entre otras firmas, a Céline, Chloé o Dries Van Noten.
Kim Kardashian, capaz de arrancarle la castidad a casi cualquier cosa, últimamente ha hecho bastante por esta versión aligerada de la camisa. De todos modos no todo el mérito es suyo ya que este invierno la blusa pierde su parte inocente y romántica, su cariz extravagante y "pijamero" siguiendo los afrancesados dictámenes de Phoebe Philo, para convertirse prácticamente en un deshabillé. Eso, o viene estampada, bordada con encaje, puntillas, o pedrería; rematada con volantes, fruncida en hombros, o ajustada al talle. Incluso pierde los botones y alza su cuello o arquea sus mangas.
El poder de la blusa ha seguido esta temporada una trayectoria de lo más "seriéfila". Mucho se ha hablado de McKenzie McHale (Emily Mortimer) y el centro de gravedad de sus estilismos en "The Newsroom". Este otoño, el relevo lo ha tomado Carrie Mathison (Claire Danes) en la segunda temporada de la multigalardonada "Homeland". Ninguno de sus guardarropas están hechos para el pecado, pero las clásicas blusas de seda son el denominador común de la sensualidad blanca y contenida de ambos personajes (en el caso de Danes las blusas ayudarán además a disimular su embarazo).
Fue Michelle Obama quien primero le dio la vuelta a este básico. Ella, que cambió el rumbo del power dressing a su llegada a la Casa Blanca sustituyendo los trajes por vestidos de flores y las americanas por cárdigans de J.Crew, le ha dado también un nuevo aire a las blusas. Las suyas incorporan casi siempre grandes lazos y se tiñen de coloridas y llamativas tramas desplazando a la camisa blanca del perfecto decálogo del uniforme de éxito. A Ann Romney, por el contrario, esta es una prenda que no le ha costado más que disgustos. Y es que mientras el pueblo soberano estadounidense se muestra indulgente con algunas de las exclusivas apuestas de la primera dama en ese pulso electoral paralelo que calibra el estilo de ambas, el público vio con muy malos ojos que Romney se gastara 763 euros en una blusa estampada de Reed Krakoff que, curiosamente, también tiene Cheryl Cole. Otro gallo hubiera cantado si los hubiera invertido en una chaqueta.
Muchos menos atrevidas son Kate Middleton o doña Letizia. Las McHale/Mathison de la realeza. De todos modo el papel de la blusa en palacio es todo mérito de Rania de Jordania y su atuendo en la boda de los Príncipes de Asturias. El vestido azul zafiro de Issa le hizo sombra, pero la blusa color crema de Whistles que lució Catalina en las fotos oficiales de su compromiso -muy del estilo de las hermanas Crawley en Dowton Abbey– no es que se vendiera como churros, es que fueron tantos lo que se pusieron en contacto con la marca, que esta se vio obligada a reeditarla visto que era de una colección pasada. Pero ninguna princesa ha optimizado esta prenda como Letizia. Su apología de la blusa le ha valido mil veces su peso en sobriedad y recato. Mira que ha tenido ocasión de medir fuerzas con otros miembros de casas reales, pues su mejor cara a cara estilístico se lo propició una blusa blanca y negra publicitada por Kate Moss en el catálogo de Mango que le quitaron de las manos a la cadena española.
Hoy por hoy incluso las más jóvenes se apuntan a cambiar la camiseta por la blusa. Entre ellas Emma Watson o Kristen Stewart. Aunque nadie las lleva como Taylor Swift. La joven ha hecho de la esta el vehículo de su código deontológico de adolescente decorosa y eternamente despechada, bastante menos viperina que otra maestra televisiva en la materia: Blair Waldorf. La que lleva Swift en la portada de su último trabajo Red es de Rag & Bone y está completamente agotada.
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