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Dejar Madrid por el campo: tres historias de urbanitas que rompieron con la ciudad

Te contamos la historia y reflexiones de quienes lo dejaron todo por cumplir su sueño de vivir en un pueblo.

campo
Cortesía de Aleira de Lola

Dicen que hay dos clases de personas en el mundo, las que acaban haciendo lo que desean y las que no. También se sabe que hasta los deseos más sencillos tienen un precio que, a menudo, se salda con el coste personal que llega una vez deshojados los pros de los que están hechos los sueños.

Cualquiera que haya vivido en una gran ciudad –atascos, ruido, contaminación, personas apresuradas, ritmo frenético– habrá fantaseado alguna vez con la idea de trasladarse al campo –caminos, silencio, naturaleza, personas sosegadas, calma–. Cada cual aderezará su fantasía bucólica con los ingredientes que asocie a la vida rural pero en todos los casos, la promesa de una vida sencilla ayuda a tomar la decisión.

Esa aspiración, tan relacionada con la sensibilidad post crisis y descendiente de los fenómenos neorrurales que se iniciaron en los años 80 del pasado siglo es el nexo común en las historias, muy distintas, de Federica, Ana, Guillermo y Carlos. Cuatro personas que lo pensaron, lo hicieron y ahora viven alejados del ruido urbano.

Guillermo y Ana han montado su propia empresa de agricultura ecológica.
Guillermo y Ana han montado su propia empresa de agricultura ecológica.

De Madrid a Nigrán

El arraigo familiar está detrás de la decisión de Ana y Guillermo, una pareja en la que ella es de Nigrán y trabajaba en una distribuidora eléctrica en Madrid y él es un madrileño que se encuentra con una España en plena crisis después de volver de un proyecto laboral en Guatemala. “Al llegar y encontrarnos con todo el panorama de la crisis aquí, empezamos a desarrollar la idea que ya había surgido en Guatemala. Decidimos echarnos la manta a la cabeza y tomar la iniciativa para aprovechar una fincas que tenía el padre de Ana sin uso y cambiar radicalmente de aires. Nos vinimos a vivir a Nigrán, empezamos el proceso para certificar las tierras como ecológicas y en octubre de 2012, solo cuatro meses después de regresar ya estábamos trabajando el campo”, cuenta para S Moda Guillermo.

Tenían muy claro que la agricultura ecológica iba a convertirse en su proyecto y así ha sido. Aleira de Lola distribuye desde la zona de Vigo y Val Miñor a toda la comarca y el resto de España: “Somos solo dos personas y nos encargamos absolutamente de todo, desde la planificación de siembras y trasplantes, cuidado del campo, cosechas, preparación de pedidos o el reparto local hasta todo lo relacionado con la gestión de un negocio cualquiera: facturación, contabilidad, labores comerciales e incluso comunicación y redes sociales. Cada viernes enviamos un correo a nuestros clientes con el contenido de «La Cesta de Lola», alguna receta relacionada con dicho contenido y una newsletter con novedades en el huerto a modo de blog. Y en verano estamos a tope, así que el lunes ya damos servicio a las tiendas ecológicas de Vigo y cosechamos lo que necesitan ese mismo día. Los martes preparamos las “Cestas de Lola” que salen para el reparto nacional; vienen a recoger las cestas por la tarde y en la mañana del miércoles ya están en su destino. Los miércoles, nosotros mismos nos encargamos del reparto local, cargamos las cestas y las dejamos en casa de nuestros clientes. Los viernes también hacemos reparto por Vigo y para algún que otro restaurante… Y todo esto sin descuidar el campo, ya que siempre hay que estar pendiente de continuar sembrando y plantando para las siguientes campañas”, la vida contemplativa no interviene, desde luego, en el cambio elegido por Ana y Guillermo.

Dicen que lo mejor de la experiencia es trabajar todo el día al aire libre y que se trata “de una elección personal. Nos dedicamos a esto porque es lo que queremos hacer, pasamos mucho tiempo juntos, nos organizamos nosotros y, como hacemos todas las tareas, la monotonía no existe. A pesar de ser un trabajo duro que poco tiene que ver la idea preconcebida que se suele tener, es gratificante pensar que nuestros clientes se alimentan con lo que nosotros cultivamos”, explican. Guillermo solo echa de menos ver más a su familia y sus amigos y ambos aseguran pasarse “el día pensando en el huerto por mucho que intentemos desconectar”. Lo que más compensa, aseguran, es “poder dedicarnos a lo que nos gusta y depender de nosotros mismos”.

La interiorista Federica Barbaranelli prepara la apertura de su nuevo proyecto en un pueblo de Cantabria.
La interiorista Federica Barbaranelli prepara la apertura de su nuevo proyecto en un pueblo de Cantabria.

De Madrid a Novales

Federica cuenta que, desde que recuerda, se ha sentido ajena a las ciudades en las que ha vivido y que tanto ella como su marido compartían el sueño de mejorar su calidad de vida acercándose a la naturaleza. La idea de “cambiar de vida” ha sido una constante desde que se casaron y, cuando en marzo de 2014 su tienda madrileña Federica and Co. ardió, ella lo tuvo claro “supe que algún tipo de señal estaba llegando de algún lugar. El incendio se sumó a una crisis terrible, personalmente estaba deshecha, agotada, llevaba muchos años trabajando sin parar, aguantando y luchando por mi negocio y sufriendo muchísimo. Así que nos sentamos mi hermano, mi marido, mi equipo y yo y decidimos cambiar de rumbo. Si queríamos seguir debíamos casi replantearnos el negocio por completo, volver a hacer una inversión considerable y eso significaba seguir atados mucho tiempo a un tipo de vida que, seguramente, había dejado hace mucho de hacernos felices. Cada vez nos parecía mas absurdo seguir en la ciudad cuando donde éramos felices era en el campo y al lado del mar”.

Con ese planteamiento lo dejaron todo y se instalaron en su casa de Santillana del Mar, en Cantabria, “luego, en poco tiempo, apareció esta casa abandonada en Novales y el nuevo Federica & co.”, relata a través del correo electrónico. Desde ese minúsculo rincón de la zona occidental cántabra, Federica está construyendo con sus propias manos un espacio hecho a su medida “un lugar que no es restaurante, ni hotel, ni tienda, ni huerto, ni jardín” pero que es todo eso a la vez y sobre todo un sitio en el que disfrutar de los placeres de la vida, de los más sencillos. “Leer, cocinar, descansar, aprender, andar en bicicleta, montar a caballo, recibir un curso…” los planes de Federica no acusan los rigores del campo “no cambiaría nada del momento actual y eso que acabamos exhaustos, las horas de trabajo no son ocho, a veces son 19 diarias”, dice. Pero la “libertad, el silencio y el esfuerzo” de sacar adelante este proyecto está permitiendo que lleguen otros sueños muy perseguidos “sacar nuestra primera colección para la casa y mi propio canal de cocina y que todo sea posible desde este entorno de ensueño en el que mi marido y yo estamos tan arraigados por muchos motivos”, explica.

Uno de los nuevos espacios de Federica & Co en Novales (Cantabria).
Uno de los nuevos espacios de Federica & Co en Novales (Cantabria).

De Madrid a Cabo de Gata

Hace apenas unos días, Carlos, un músico urbanita acostumbrado al ritmo de la ciudad y a su oferta cultural actualizaba con las siguientes palabras su estatus en Facebook: “Hace dos años dejé Madrid y me vine a vivir a Cabo de Gata. He simplificado al máximo mi vida. Tengo tres amigos (y lo de tres no es un decir), un perro y dos gatos. El 89% del tiempo lo dedico a contemplar la vida. El otro 11% del tiempo ejerzo de ayudante de cocina (para qué coño habré estudiado. No me puedo arrepentir más) porque tengo que pagar facturas. ¿Y sabéis qué? Ni muerto volvería a Madrid. La clave de la felicidad está en simplificar tu vida al máximo. De cuántas menos cosas dependas mejor. Así que os aconsejo que os deshagáis de toda la morralla que rodea vuestras vidas. Ya sean personas o cosas materiales… Y a los que tenéis tantos prejuicios os digo que no, que no hago yoga ni medito. Aunque debería. Y el último consejo es que escuchéis más los 40 principales. En el indie sí que hay morralla. Larga vida a Alan Walker!”.

Para algunos la vida lejos de la urbe estará hecha de estampas hedonistas, otros trabajarán la tierra y muchos recurrirán a una simplificación práctica en la que el plan apenas consistirá en vivir sin demasiada angustia. En cualquier caso larga vida, también, a los pueblos que nos reciben y nos curan las heridas con que, a menudo, lesionan las ciudades.

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