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Cine: ¿En el móvil o en la sala?

Mientras se debate entre la supervivencia y la necesidad de adaptarse a una nueva revolución industrial, el recuerdo de la sala oscura ha triunfado este año en los Oscar. ¿Un premio a la nostalgia o a la audacia?

Cine 3D
C.N.

En Hugo, la última película de Martin Scorsese, el protagonista cuenta algo que vivió su padre cuando era niño, cuando el cine daba sus primeros pasos: «Entró en una habitación oscura y en una pantalla blanca vio un cohete volar hasta clavarse en el ojo de la luna… Era como ver sus sueños a plena luz del día».

Efectivamente, la magia de Georges Méliès, a la que rinde tributo esta cinta, nos ha cautivado desde hace más de un siglo. Y este año algunas películas –como Hugo y The Artist, la triunfadora en los Oscar– han vuelto a celebrarlo mirando atrás y han contado con el aplauso y la complicidad del público. Ambas son un canto al cine como experiencia social. Pero igual que el cine sonoro apagó al mudo o la televisión amenazaba con vaciar las salas, el séptimo arte vive su particular reconversión industrial con una curiosa paradoja: la afluencia a los cines convencionales baja –el cine español ha perdido 40 millones de espectadores en siete años–, pero el cine sube.

Y sube porque nunca antes habíamos consumido tantas películas mediante canales tan distintos: a través de Internet, los canales de pago, el DVD, el Blu-ray, las tabletas, los teléfonos inteligentes, en descarga, en streaming… Pablo Berger, cineasta que ultima estos días Blancanieves, su segundo largometraje –una cinta muda y en blanco y negro que comenzó a rodar pocos días antes de que The Artist ganara en Cannes– corrobora esta teoría. Pero Berger no habla de cine, sino de «audiovisual». «Ahora se consume en mayor cantidad que nunca. Ya sea en formato largometraje o en píldoras más pequeñas, como un corto, un videoclip o un viral de Youtube. No tienes más que pasearte por los vagones del metro para darte cuenta de la cantidad de personas que consume audiovisual en pequeñas pantallas».

Judith Colell, también cineasta y vicepresidenta segunda de la Academia de Cine, hace su particular valoración del estado de salud del cine sin obviar la evidencia. «Los espectadores que se han perdido en las salas se han recuperado en otras pantallas, pero aún no están reguladas». Carlos Boyero, crítico de cine de EL PAÍS, refrenda esto porque sigue asistiendo –no solo por trabajo, sino por placer– a las salas tradicionales de cine «donde a veces solo estamos dos o tres personas. Si a eso le sumas que algunas proyecciones siguen siendo lamentables, y que el precio de la entradas sube mientras la calefacción baja, en ocasiones te planteas que es mejor verlo en casa».

Pero en el espacio privado también hay cambios. Este crítico, aunque reconoce que no tiene ni ordenador, sabe que hay que adaptarse a los tiempos… «A mí me evita la odiosa costumbre de la gente de comer palomitas. Pero también existe un ritual: ir a una sala acompañado, comentar la película, tomar algo. siempre ha sido una forma grata de compartir para unos y de engañar a la soledad para otros». Para el escritor José Ángel Mañas, «la experiencia de la sala a oscuras tiene algo de reverencial, de exclusivista y de culto casi religioso, que empieza a parecer anacrónico. En la era de Internet las películas se ven mientras uno tuitea, contesta un correo electrónico, escucha música y se come un bocadillo. Obviamente, se trata de dos experiencias muy diferentes».

Pero ¿altera eso acaso la manera de contar historias? «La narrativa cinematográfica ya ha cambiado bastante en los últimos tiempos», añade Mañas. «Woody Allen decía hace años que ya no se hace cine sino videoclips. Somos espectadores cada vez más impacientes». A la impaciencia se suma la inmediatez que nos proporciona el ordenador. Berger reconoce que, para un cinéfilo como él, es un sueño tener acceso con un clic a la filmoteca mundial, «donde poder encontrar desde un película muda de Abel Gance hasta lo último de Takashi Miike que no ha estrenado en España». Por eso, muchos contemplan con deleite plataformas tipo Filmin, Mitele, Filmotech o, la muy esperada en España, Netflix, que permiten –pagando, eso sí– el acceso al cine desde la Red.

«Yo no creo que el cine en sala vaya a desaparecer», proclama Mañas. «Como tampoco desaparecerá el libro en papel; se va a convertir en un consumo de lujo (si es que no lo es ya). Eso no quita que, vía Internet, el cine siga manteniendo una influencia social. Habrá cinéfilos de butaca y de gallinero, los de sala y los del pirateo». Por su parte, Colell hace un llamamiento al valor cultural independientemente del negocio. «Un país sin cultura, y por tanto sin cine, no es nada, no tiene sentido. Gracias al cine, las futuras generaciones sabrán cómo éramos, igual que ahora lo conocemos a través de las pinturas o la literatura de siglos pasados. No puedo imaginar una vida futura sin el legado que nos dejará el cine».

Pero ¿son las nuevas tecnologías maneras alternativas de hacer rentable la industria? Berger responde: «No podemos ser tan cerrados como para pensar que los tiempos pasados fueron mejores. Todo lo contrario. La tecnología ha revolucionado, para bien, el proceso de la creación cinematográfica. Desde las nuevas cámaras digitales hasta los más novedosos sistemas de edición o proyección digital hacen que nuestro trabajo sea un poco más fácil, además nos permiten al mismo tiempo poder presentar de la mejor manera posible nuestro trabajo al público y facilitan la apertura de nuevas ventanas comerciales para que los productores puedan recuperar su inversión y financien futuras películas. No podemos nunca olvidar que el cine antes que arte es industria».

Por eso, el surgimiento de nuevas vías de negocio se convierte en la gran esperanza blanca. La vicepresidenta de la Academia apunta una: «Esto debe propiciar la aparición de plataformas legales de consumo de cine, que dispongan de un amplio catálogo a precios muy razonables. La cultura no puede ser gratis, las fórmulas están ahí y debemos potenciarlas y, sobre todo, acostumbrarnos a consumir cine sin robar a nadie». Pero de lo que no duda ninguno es que el cine seguirá vivo. Una simple reflexión de Miguel García Vizcaíno y Marta Rico, directores creativos y fundadores de la agencia de publicidad Sra. Rushmore, da en el clavo: «No sabemos si la gente está acudiendo a las salas o si lo ven en la tele, lo alquilan o se lo bajan de Internet, pero no conocemos a nadie que diga: “No me gusta el cine”».

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