Céline Sciamma: «Mi película es un romance igualitario, la sororidad puede destruir la jerarquía»
Directora de culto con obras como ‘Tomboy’ o ‘Girlhood’, la francesa rompe clichés con su nueva película, ‘Retrato de una mujer en llamas’, que se estrena el 18 de octubre y fue premiada en Cannes.
Céline Sciamma no separa arte y política. «Las películas siempre son políticas y las que lo intentan disimular son las peores» es el mantra de esta cineasta francesa (Pontoise, 1978). Sus filmes, hoy de culto, son siempre intencionadamente activistas. «El simple hecho de colocar a una mujer en el centro ya los convierte en algo político», insiste.
En su ópera prima, Water Lillies, que ya estrenó en Cannes en 2007, hablaba del despertar homosexual de dos amigas. En Tomboy (2011) profundizaba en la identidad sexual de una niña de 10 años que se presenta como niño. En Girlhood (2014) se adentraba en la construcción sexual, en este caso hetero, de su protagonista, una adolescente negra, aunque para Sciamma también era queer. «¿Cómo construyes tu identidad heterosexual? Exactamente igual que la homosexual: es una construcción», razonaba en ese momento. Además, las tres eran retratos de una Francia de extrarradio, de las clases medias o medias bajas en las que creció la directora. En las tres, con guiones propios (estudió Literatura y se considera ante todo guionista), trabajó con actrices no profesionales. Y las tres forman lo que ella llama su «trilogía del autodescubrimiento».
Al dar por cerrada esta serie, decidió rodar una historia de amor que girara alrededor de descubrir a la otra persona, y así surgió Retrato de una mujer en llamas, su cuarta película, premio al mejor guion y Palma de Oro Queer en el último Festival de Cannes, que acaba de llegar a los cines españoles. «Soñé con una película dedicada por completo al amor adulto y quería trabajar de nuevo con Adèle Haenel», cuenta. Haenel, de 30 años, fue la protagonista de Water Lillies. Debutante entonces, hoy es uno de los nombres más potentes y omnipresentes del cine francés. Desde 2014, Haenel y Sciamma son, además, pareja sentimental. Conociéndola como la conoce, le ha escrito esta vez un papel muy lejos de su contemporáneo espectro. Y en ese sentido, Retrato de una mujer en llamas es también, en parte, un retrato de su relación de pareja. «Es la primera capa del filme. La intimidad entre las dos mujeres es obvia», explica Sciamma. «Las dos éramos muy jóvenes cuando nos conocimos y aunque no habíamos vuelto a trabajar juntas, sí hemos crecido juntas, en la vida y en el cine». Para la directora esta obra es un paso adelante en su cine. «Aunque se dé la mano con mis anteriores proyectos, es un trabajo más maduro, que me ha llevado mucho tiempo porque está lleno de espejos que reflejan el propio proceso creativo y la realidad actual», continúa.
Esta película es producto del MeToo. En Francia sufrimos muchas repercusiones por hablar y posicionarnos
Empezó a escribir la película hace cinco años, pero estrenada ahora en la era post-MeToo adquiere más relevancia aún. «Es el producto de todo eso», concede. «Yo, y creo que muchas mujeres, hemos experimentado una sororidad más fuerte. Especialmente en Francia, donde sufrimos muchas repercusiones por hablar y posicionarnos», suelta. Y lo dice con conocimiento de causa: Sciamma fue una de las fundadoras del movimiento 50×50/2020, la versión francesa del Time’s Up, que llevó a muchas mujeres el año pasado a la alfombra roja de Cannes exigiendo igualdad de oportunidades y de sueldo también en el cine. El festival se comprometió, pero aún renquea: Retrato de una mujer en llamas fue una de las cuatro únicas películas (de un total de 21) dirigidas por mujeres en la última edición.
«Cuando decimos que debemos ser más inclusivos es porque solo vemos a la misma gente creando las mismas historias, produciendo a los mismos… Queremos un mundo menos aburrido», dice. «Mi película es un manifiesto de la mirada femenina, habla de cómo es mirar a alguien y hacerlo de otra forma, de cómo podemos ser radicales, experimentar nuevas emociones en la pantalla… Estoy contenta de que el filme puede ser coetáneo de este movimiento para que un nuevo arte pueda surgir», añade. La obra no solo es política por colocar de nuevo a mujeres en su centro, en los extremos y fuera de la pantalla, también lo es porque reivindica a las maestras de la pintura del siglo XVIII, famosas en su tiempo y que «luego la historia borró». Cuando ella las descubrió decidió situar en esa época este romance entre una pintora (Noémie Merlant) y su modelo (Adèle Haenel) y romper con la idea de las musas, esas mujeres perfiladas como poco más que floreros, pasivas, pero que son, en realidad, colaboradoras muy activas del artista («Como Dora Maar con Picasso», pone como ejemplo).
La directora reivindica también las relaciones equilibradas, de igual a igual: «La película también habla de cocreación y colaboración con alguien a quien conoces», dice refiriéndose a Haenel. «Es un romance igualitario, la sororidad puede destruir la jerarquía y eso también la hace muy contemporánea», explica. «Lo paradójico es que haya tenido que mirar al pasado para hacer una película muy actual.
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