Churchill y Thatcher no pasaban sin ella: por qué los beneficios de la siesta no son un mito español
Porque no hay momento más pertinente, placentero y frecuente para echar una cabezada que el periodo estival, esta es una indisimulada carta de amor a una de las prácticas más beneficiosas pero estigmatizadas de nuestra cultura.
No fue hasta 2018, y gracias a la desclasificación de documentos oficiales del gobierno británico, cuando se supo que la siesta había puesto en jaque a las fuerzas del orden allá por 1987. Concretamente, la brecha en la seguridad no era otra que las cabezadas que Margaret Thatcher, reelegida aquel año por tercera vez como líder del ejecutivo, daba en el asiento trasero de su Jaguar Daimler. “Me preocupa que, cuando la primera ministra duerme en el coche oficial, el diseño de los reposacabezas cause que su cabeza se caiga hacia adelante en lugar de servir como apoyo a su cuello”, rezaba el escrito que el agente personal de Thatcher, Bob Kingston, envió a la oficina del número 10 de Downing Street. Pero la alerta no acababa ahí y Kingston calificaba estas pequeñas siestas, fundamentales para la salud de una política que aseguraba no dormir más de cuatro horas por la noche, de “peligrosas”. “Cuando el coche frena o acelera de forma brusca, o hay cualquier otra perturbación, levanta su cabeza muy rápidamente. Estoy seguro de que algún día esto le causará una lesión menor”. La petición fue aprobada y el jefe de flota instó a la firma automovilística a dar con un sistema más cómodo para la Dama de Hierro, que no es la única gran dirigente en aprovecharse de una de las prácticas más beneficiosas y estigmatizadas de nuestra rutina, que alcanza su máximo esplendor justo cuando el mercurio se desboca en los termómetros.
Los meses de verano son un momento predilecto para la siesta, cuando las persianas aplacan los rayos de sol que se cuelan entre sus agujeros y la serpiente multicolor del Tour de Francia ejerce como perfecta banda sonora de un sueño reparador. Además de reducir el estrés, la tensión arterial o el riesgo de cardiopatías, una siesta de media hora permite revertir el impacto hormonal de esas noches de sueño deficiente que abundan en estas fechas por el estrés término provocado por las altas temperaturas. Lo ratifica el doctor Norman Swan en su libro So You Think You Know What’s Good For You (Así que piensas que sabes lo que es bueno para ti): “Yo sé que voy a poder superar el día gracias a una siesta de 15 minutos y, a veces, esa sola certeza puede ser la diferencia entre sentirse afligido por la falta de sueño o sentirse solo un poco somnoliento”.
El Director del Instituto de Investigaciones del Sueño (IIS), Diego García-Borreguero, aconsejó en S Moda que las siestas fueron micro, de una duración cercana a los quince minutos, para evitar la sensación de cansancio al despertar o el insomnio cuando llegue la noche. Las siestas nos ayudan a regular la temperatura corporal frente al calor exterior en los meses de verano, y es un hecho corroborado que es en esta época vacacional en la que practicamos con más frecuencia unas cabezadas con las que mitigamos, al menos durante unos minutos, los sofocones playeros. “El cerebro autorregula la temperatura corporal. Si hace frío genera calor y, si las temperaturas son altas, lo libera. La función de la siesta en la España mediterránea y rural, desde el punto de vista histórico, era cortar en las horas centrales del día y durante ese descanso regular la temperatura corporal”, relató el doctor.
Pese a que mantiene una relación intrínseca con la cultura española, este invento italiano está perdiendo arraigo en nuestro país a pasos agigantados mientras que otros como Estados Unidos tratan de implementarla para mejorar la productividad de los trabajadores. Un estudio publicado por la Fundación de Educación para la Salud del Hospital Clínico San Carlos (Fundadeps) y la Asociación Española de la Cama (Asocama) desmontó en 2009 el mito de la siesta española al desvelar que solo el 16% de los ciudadanos de nuestro país la practicaban a diario.
Pero lejos de las irritantes declaraciones de políticos, artistas, gurús de Silicon Valley y demás magnates que versan buena parte de su éxito en la disminución de las horas de sueño (de Donald Trump a Jack Dorsey pasando por Tom Ford), la percepción de que el agotamiento era el precio a pagar para lograr la realización personal y profesional ha sido reprobada por la ciencia en innumerables ocasiones. Los expertos de la NASA cifraron la siesta modélica, también conocida como power nap, en los 26 minutos de tiempo y determinaron que aumentaba el rendimiento laboral de los trabajadores hasta en un 34%. Incluso la multinacional Amazon, dentro de su programa Working Well para mejorar la salud mental de sus empleados, presentó el pasado mes de mayo su plan para instalar unas cabinas de meditación que generaron tantos memes –algunos tuiteros las bautizaron como “ataúdes zen”– como potenciales cabezadas de sus usuarios. En las oficinas centrales de otras multinacionales como Google, Nike o Procter & Gamble las utilizan desde hace años.
Mientras que Ronald Reagan se avergonzaba de sus siestas y su mujer Nancy las negaba ante los medios para que los votantes no percibieran como “un vago” al presidente de los Estados Unidos, uno de sus sucesores en el puesto, Bill Clinton, fue más que honesto sobre el efecto que la falta de sueño había tenido en su rendimiento como líder del mundo libre. “Todos los grandes errores de mi vida los cometí por estar demasiado cansado”, alegó el expresidente, que dormía unas cuatro horas de media durante su mandato. Churchill incluso bajaba al búnker subterráneo en el que dirigía a las tropas durante la Segunda Guerra Mundial para echarse la siesta sin ser molestado a no ser que la urgencia tuviera cariz bélico. “La naturaleza no había tenido la intención de que la humanidad trabajara desde las ocho de la mañana hasta la medianoche sin el refresco del bienaventurado sueño que, incluso si solo tiene una duración de 20 minutos, es suficiente para renovar las fuerzas vivas”, escribió en sus memorias.
En los equipos deportivos de máximo nivel es de sobra conocida la importancia que los cuerpos médicos otorgan a las siestas para reforzar el descanso y la relajación muscular de los atletas. El defensa del FC Barcelona Gerard Piqué reconoce que los días de partido duerme hasta dos horas y el actual entrenador del Real Madrid, Carlo Ancelotti, tampoco se salta su cabezada de cien minutos exactos. Un ritual inamovible que afirma practicar incluso en las horas previas a una final de la Champions League.
Los millennials y centennials, menos preocupados por mantener los prejuicios desfasados de las generaciones anteriores, abrazan indisimuladamente esta práctica. Su popularidad es tal que en Youtube es posible encontrar un vídeo de ASMR, esa modalidad de estímulos auditivos basados en susurros popularizada en los últimos años, concebido especialmente para echarnos una siesta fresquita en un día de verano. Con más de dos millones de visitas, parece que son muchos los que han acudido al sonido relajante de unas manos acariciando una almohada, varios cubitos de hielo cayendo en un vaso o las hélices de un ventilador en funcionamiento para adornar como se merecen sus horas de sueño.
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