¿Por qué nos engañamos con productos milagro?
Este tipo de cosmética siempre ha existido pero Internet, con su enorme efecto amplificador, la propaga más rápido y a mucha más gente.
Una mujer que acaba de dar a luz acude al médico porque se le cae muchísimo el pelo. Su dermatóloga, Isabel Longo, miembro de la Academia Española de Dermatología y Venereología (AEDV), le dice que tranquila, que en absoluto se va a quedar calva y que el problema se irá resolviendo solo. La paciente se angustia, ha de incorporarse a su puesto de trabajo y su imagen le crea inseguridad. La familia presiona: «¿Cómo? ¿Piensas quedarte cruzada de brazos? Me han dicho que el champú de caballo funciona, ¿por qué no lo pruebas?». Sigue los consejos (solemos dar credibilidad a las prescripciones de nuestro entorno) y a las dos semanas vuelve a la consulta entusiasmada con la mejoría. «El resultado habría sido el mismo si no hubiera hecho nada pero ella necesitaba actuar, y haciéndolo se ha sentido mejor», explica Longo. «Las causas de la pérdida del cabello o de la aparición de las arrugas son el estrés y las emociones», añade la experta, que no desdeña la posible importancia clave del efecto placebo.
Da igual que la AEDV advierta de que la biotina, que es el principio activo del champú capaz presuntamente de conseguir melenas tan espectaculares como las crines de un purasangre, no es eficaz en un uso tópico. La mujer del principio está convencida de haber recuperado su volumen capilar gracias a él, y así lo irá contando, no solo a sus amigas, sino que probablemente se meta en un foro y escriba. Los productos milagro siempre han existido pero Internet, con su enorme efecto amplificador, los propaga más rápido y a mucha más gente. Es el efecto bola de nieve. Las redes sociales se llenaron de insinuaciones de que Jennifer Aniston, Sarah Jessica Parker y Demi Moore iban por ahí hablando de las excelencias del champú de caballo. Lo de menos es si de verdad lo habían dicho o no. La cuestión es que los testimonios del tipo «Yo he oído que Parker lo usa y le va genial» proliferaron como setas. Una actriz, una prima, la vecina de enfrente. Y si a ella sí le funciona, ¿a mí seguro que también?
Y quien habla de atajar la alopecia habla de sentirse mejor, parecer más joven o bajar peso. Un filón inagotable para productos pretendidamente medicinales que dicen prevenir o tratar enfermedades, modificar el estado físico y psicológico, restaurar o corregir funciones orgánicas, pero que no se ajustan a las exigencias de veracidad, claridad e información sobre su contenido, composición, naturaleza o efectos. Se suelen anunciar con una publicidad muy agresiva y estacional: la llegada del verano, Fin de Año. «Se sirven de los anhelos más profundos del consumidor, especialmente de las consumidoras: la imagen como reclamo y elemento clave para alcanzar el éxito y la aceptación social», concluye un informe de la Confederación de Consumidores y Usuarios, CECU. «Principalmente recurren a la bata blanca. El potencial comprador piensa que si lo recomienda un médico, es algo serio.
Usan un lenguaje pseudocientífico con nombres en latín de los ingredientes y hacen referencia a estudios de universidades u hospitales muy lejanos cuya evidencia científica es difícil de contrastar», analiza Ileana Izverniceanu, portavoz de la Organización de Consumidores y Usuarios, OCU.
«Otro recurso muy utilizado es el famoso o la palabra de famoso», agrega Izverniceanu. Celebridades como Cristiano Ronaldo, Amaia Salamanca o Lindsay Lohan lucieron una Power Balance; también Leire Pajín, cuando era ministra de Sanidad. Las pulseras que pregonaban la mejora del equilibrio, la fuerza y la flexibilidad costaban entre 35 y 42 euros; se vendieron más de 300.000 unidades en España, entre todos los estratos socioeconómicos.
«En salud y belleza, queremos soluciones rápidas, instantáneas. Es fácil pensar que fórmulas mágicas, que sabemos que no funcionan en otros ámbitos de la vida, sí lo hacen en estos terrenos. El consumidor sabe perfectamente que pueden estar engañándolo o exagerando las propiedades; sin embargo, prueba y prueba, por si acaso. Y, además, cuanto más caro es, más confía en que puede ser que esta vez sí funcione», argumenta Izverniceanu. Las pulseras holográficas; el anillo Diet Ring; la Adipesina, un portento para quemar la grasa abdominal; las dietas por colores… Todos han tenido su momento de mayor o menor gloria auspiciados por «la desesperación, el marketing o la superstición», según enumera Albert Jovell, médico, sociólogo y presidente del Foro Español del Paciente. «Ha habido curanderos toda la vida, solo que antes se movían en un ámbito local y ahora el boca-oreja se multiplica gracias a Internet». Se aprovechan de que sus productos no son fármacos (que sí tienen una regulación muy estricta) y que se pueden vender online, dirigiéndose directamente a su público potencial. Para cuando las organizaciones de consumidores o las sociedades científicas logran su retirada, las empresas que los comercializan ya se han hecho de oro.
En España, entre un 24% y un 28% de la población adulta es obesa. Se trata de personas con baja autoestima en buena parte de los casos, que suelen sufrir enfermedades asociadas como diabetes, colesterol, problemas cardiovasculares. «Las soluciones que se les proponen –dieta, ejercicio– son aburridas, tediosas y repetitivas», admite Alberto Goday, vicepresidente de la Sociedad Española del Estudio de la Obesidad (Seedo). Y, además, les exige disciplina, contención y autocontrol. Las hierbas o los planes milagrosos son seductores: les podrían hacer perder kilos sin esfuerzo, casi sin enterarse. Representan «la tentación del atajo», como lo denominan algunos expertos, o el «y si…», según describen otros. Alrededor de un tercio ha podido recurrir a este tipo de remedios, incluidos regímenes sin ninguna base ni control, según calcula a ojo el especialista. «Muchos no son conscientes de estar haciendo las cosas mal respecto a su alimentación, por lo que piensan que su caso no es normal y que necesitan soluciones especiales, extraordinarias…», acota. En el fondo, posiblemente se avergüenzan y no se lo confiesan a su facultativo. Al doctor le sigue resultando «paradójico que gente formada pueda aceptar propuestas alucinantes».
«Hay quienes ven una locura comprar medicamentos por Internet pero no tienen reparo en cumplir una dieta recomendada en la Red; quizá porque todavía nos cuesta comprender que la nutrición no es una cuestión de estética, sino de salud». Dicho esto, Goday admite que el discurso de los endocrinólogos tiene poco gancho. «Vamos más poco a poco de lo que el usuario querría». Nada que pueda hacer frente a titulares del estilo: «Pierda 10 kilos en dos semanas». «Si diéramos con la solución segura, no existirían los productos milagro para adelgazar; como no los hay para el dolor de cabeza. ¿Por qué? Existe el paracetamol».
Las terapias fraudulentas, según aduce, se aprovechan de gente que se siente en un callejón sin salida. Y de otra que demanda más: «Nos preguntan: “¿Cuánto voy a perder, doctor?”. Informas y no les parece suficiente». Si la medicina convencional no les ofrece lo que quieren, buscan alternativas milagrosas.
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