Vivir a nuestro favor
“La belleza que me interesa no es arbitraria, está construida con síes y noes”

A la gente buena la veo guapa, no puedo evitarlo. Tampoco puedo evitar pensar que no hay nadie sin sombras: todos guardamos una criatura mezquina que sacamos a pasear de vez en cuando. Lo importante es que esos paseos sean cortos y, sobre todo, atentos. Cuanto antes hagamos las paces con esos gramos de miseria que todos conservamos en un cajón, mejor. En esos momentos no somos tan bellos, pero perfectos solo son el final de Con faldas y a lo loco, la nariz de Camille Cottin y el aroma original de Chanel Nº5.
Portarse bien con uno mismo, los demás y el planeta es una suma de decisiones y, sobre todo, de descartes: los buenos actores y actrices construyen sus carreras con los noes. Es una tarea trabajosa y con miles de zancadillas propias y ajenas, aunque compensa: no hay mejor cosmético que dormir bien. En una calle de Triana, en Sevilla, hay un azulejo que reza: “Para ti la razón, para mí la calma”, que es un mantra que se usa (y del que se abusa) en estos tiempos orientados al bienestar. La paz es mejor que el retinol. Igual que nos retinizamos, podemos pacificarnos: es un proceso laborioso, pero deja lozanas la piel y el alma.
Hay una belleza que emana de lo más profundo del ser, que no es ni un triunfo de la lotería genética, ni el resultado del Ultherapy. Tiene que ver con la autenticidad, palabra que estamos dejando sin brillo, como hicimos con “experiencia”. También tiene relación directa con el amor propio, sobre el que tan bien escribió Joan Didion en Vogue (1961) y que ya ha aparecido alguna vez en esta página. Busque ese ensayo, Sobre el amor propio (Self-respect: it’s source it’s power), está a un clic y léalo al borde de la piscina o mientras toma un café con hielo. En él leemos: “Por mucho que lo pospongamos, al final siempre acabamos acostados solos en esa cama notoriamente incómoda, la que nos hemos hecho nosotros mismos. El que durmamos o no en ella depende, por supuesto, de si tenemos amor propio o no”. Quien lo cultiva es bello porque se respeta, porque está en paz con lo que es, miserias incluidas y vive a favor de sí mismo.
En los últimos tiempos, uso mucho esa expresión: “Vivir a mi favor” e intento ejercerla. No es fácil porque la tendencia al autosabotaje o a la inercia es alta. Uso el champú que va a mi favor, no el que debo; la mascarilla que me sienta bien, no la que me regalan; llevo el pelo como quiero, no como debo, aunque quién decide qué. También intento dormir cuando mi cuerpo me lo pide y moverme, aunque no me apetezca, porque la belleza siempre es activa y nuestros cuerpos tienen que poder sostenernos. Ahora estoy muy contenta porque saturadas de clean look, damos la bienvenida al messy look, el que siempre he cultivado, el del desorden y el mantenimiento bajo; mi aspecto nunca es impecable y así me he aceptado.
Ir a favor de una misma no es tan egoísta como suena. La idea es que no lo sea. Cuando elegimos comprar un cosmético de una marca respetuosa (no me gusta llamarlas sostenibles porque ninguna lo es) estamos yendo a nuestro favor, porque estamos pensando más allá de nosotros mismos. Por eso, me gusta conocer qué y quién está detrás de los productos que uso y quiero hablar con fundadoras (suelen ser mujeres), conocer procesos, laboratorios y equipos: la humanidad se transparenta.
La belleza que me interesa no es arbitraria, está construida con síes u noes. Es la que impacta e importa. La percibimos cuando la tenemos cerca. Todos conocemos a gente muy guapa que tiene la misma belleza que una col hervida; pobre col, pobre ejemplo. Y, extremando el ejemplo, estamos de acuerdo en que las chicas Manson eran monas y tenían buen pelo, pero nadie querría estar a su lado.
*Anabel Vázquez es periodista. ¿Sus obsesiones? Las piscinas, los masajes y los juegos de poder.
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