Bárbara Lennie, Greta Fernández, Alba Galocha y otros selfis desde el confinamiento
Los escenarios o los platós habituales han cambiado. Los rodajes, las presentaciones y los conciertos se han trasladado a un ámbito más personal y estas diez creadoras nos abren las puertas de sus universos íntimos, se hacen una autofoto en pleno confinamiento y nos explican cómo las redes tejidas esta cuarentena perfilan el futuro.
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Bárbara Lennie
«Estos días estoy empezando a estudiar un texto que estrenaremos en septiembre, si todo va bien. Se llama Tres Anunciaciones. Seremos tres mujeres y anunciaremos.
Estos días me rondan sus palabras: ‘La luz, siempre hay que entrecerrar los ojos para verla, nada nos la proporciona, es como una antorcha en la noche que nadie te tiende. Así que hay que ir en busca de la luz, ascender hacia ella, estirarse, tender los brazos blancos en la noche, ser fuego’.
Estos días el texto cobra otra dimensión en mi cabeza. La luz cobra otra dimensión. La oscuridad también. Entrecerremos los ojos, estirémonos, seamos fuego, tendamos nuestros brazos en la noche y busquemos la luz.
Todo mi amor y toda la fuerza para vosotras».
Greta Fernández
«Mi mamá [la escritora Esmeralda Berbel] escribió un libro que se llama Alismas y definía así esa planta: ‘Alisma, mujer que permanece en el fondo de un sueño y brama con su capa de oro un lento gemido que se disuelve al amanecer. Hay lluvia en su costado. Casi, diría, una lluvia blanca, con flor de labio, recién amanecido. Quien toma de la Alisma, por un instante sentirá una ligera hinchazón en las piernas y en el vientre. Es el mismo resquemor que se siente cuando el alma es tocada por un frondoso bosque’.
Mi mamá siempre que habla de la mujer habla de la flor, de la planta, del tallo, de la raíz. Yo también lo hago.
Me gusta hablar de nosotras en grupo, también. Hablar de nosotras como manada, como mujeres del bosque, hablar de nosotras todos los días y las noches, apropiarnos todos los nombres de las flores. Decir: yo soy mujer y soy flor. Como un pacto entre nosotras. Las flores están de nuestra parte.
Ahora estamos todas en nuestras casas, solas o acompañadas, y ojalá estuviésemos todas bien acompañadas, pero como no es así, desde aquí os abrazo y os digo que no olvidéis que muchas estamos aquí, y que siempre os escucharemos y siempre tendremos lugar para vosotras. Y cuando todo esto pase yo desde aquí os enviaré lavanda para las noches de insomnio y nos encontraremos por las calles, por los bosques, por los bares, nos invitaremos a champán, a bañarnos en los lagos y no nos dejaremos de lado, nunca más.
Mi mamá decía: ‘Es completamente normal que una mujer provenga del árbol de las mimosas o que una mujer se transforme en un árbol y vuelva a tomar su forma primitiva’. Ojalá un día ya no haya tanto miedo. Pero cada día somos más las que teñimos de color violeta nuestras sabanas, y nuestras vidas».
Alba Galocha
«Espero que esta situación nos haga bajar el ritmo, darnos cuenta de que ni somos tan fuertes ni tan importantes. Valorar a la gente que queremos y aprender a disfrutar realmente de su compañía, menos pensar en ‘nosotres mismes’. Estoy aprendiendo a valorar las cosas que me hacen realmente feliz, como ver crecer mis plantas o sentarme a beber un café».
Blanca Miró
«Adaptarse. Para mí esa es la clave. Nuestra capacidad de adaptación ahora y ante lo que vendrá será crucial para seguir adelante.
¿Como será nuestra vida después del coronavirus?
No lo sé, pero seguro que más auténtica».
La Bien Querida
«Está comprobado que la medida más eficaz para luchar contra este virus es la cuarentena y si queremos aportar nuestro granito de arena esto es precisamente lo que tenemos que hacer. Quedarnos en casa y parar la cadena de contagios.
Hay días que estoy bien y otros que los paso con bastante ansiedad porque es difícil saber lo que va a ocurrir y la incertidumbre es lo que nos provoca cambios en el humor y el ánimo. Una de las cosas que más me está ayudado a sentirme mejor es el yoga Ashtanga. Lo practico por videollamada los martes, jueves y sábados. Y también me ayuda mucho hablar cada día con mis seres queridos y los contenidos de humor».
Jia Tolentino
«Gracias a dios por las mascotas».
María José Llergo
«Cuando se nos priva de libertad, aunque sea por una buena razón, el ser humano busca salida de su celda, creando ríos de cultura que puedan atravesar las rejas, ventanas y traspasar las puertas cerradas.
Eso es lo que tiene el arte, que nos hace libres, es como tu risa, (¿verdad, Miguel Hernández?), que me hace libre, me pone alas. Soledades me quita, cárcel me arranca…».
Vega Almohalla
«El futuro depende de nosotros, de cómo afrontemos las situaciones y dónde fijemos nuestras metas. Si reaccionamos con valentía seremos capaces de superar todos los problemas y conseguir las herramientas para hacerlo. ‘Cuando estés en el extremo de una cuerda, ata un nudo y agárrate’.
Ante una situación difícil hay que tener claro que las tormentas hacen a la gente más fuerte y no duran para siempre. Quizá en el cielo más oscuro pueden verse las estrellas más brillantes.
Hay que trabajar con empeño, con la certeza de que nuestra lucha tiene sentido. Solo así encontraremos un futuro lleno de éxito. Pero, como decía al principio, depende de cada uno de nosotros. Puede haber quien vea un final sin esperanza, pero hay que apostar por una esperanza sin fin».
Lola Rodríguez
«El ser humano es la raza más depredadora. Piensa que el mundo y la naturaleza están a su servicio. Esta crisis nos ha demostrado nuestra fragilidad y nos ha dado la oportunidad, por primera vez, de responsabilizarnos socialmente y de manera intergeneracional. Las redes se han puesto al servicio de los afectos y nos han permitido cuidar a aquellos a los que queremos.
El reto ahora es mantener la solidaridad, cuidar el medio ambiente, respetar la diversidad y mantener los lazos de unión que se han creado».
Leticia Vila-Sanjuán
«Todo el mundo amaba y lloraba de la misma manera y por razones similares; todo el mundo traicionaba y era traicionado de la misma manera y por razones similares, y todo el mundo pensaba que nadie jamás había amado tanto o sufrido tanto dolor. Todo el mundo tenía la misma manera de ser único. En todas las épocas y en todos los lugares».
(Lena Andersson, Apropiación indebida)
Mis padres se mudaron a Boston en 1991. Los dos habían recibido becas para estudiar en Estados Unidos, y durante un año vivieron en la capital de Massachusetts. Hablaban con sus familias un día a la semana por teléfono. Veintiocho años más tarde, en agosto del año pasado, me fui a vivir a Nueva York con la misma beca con la que se había ido mi padre. Muchos elementos distinguen mi experiencia americana de la suya –ellos estaban casados y vivían solos, no volvieron a España durante ese curso; yo me fui soltera y a un piso compartido, a estudiar un máster de dos años y volví a casa por Navidad–, pero hay una diferencia abismal: la presencia de Internet en nuestro día a día. Hasta que tuve que regresar por la emergencia sanitaria, hablaba con mi familia casi cada día por WhatsApp, y por videollamada una vez a la semana. En enero, por el cumpleaños de mi madre, mis hermanos y yo nos conectamos para soplar velas con ella. Estábamos en tres ciudades y dos husos horarios. Mi padre dijo que la videollamada a tres bandas le parecía magia. No sabíamos que en el transcurso de dos meses los vídeos a tres, cuatro o diez conexiones se convertirían en algo ordinario.
He pasado mucho tiempo del vivido en Nueva York mirando por la ventana: en el salón de nuestro piso en el Upper West Side, en el metro, desde las aulas donde acudo a clase. La ausencia de cortinas y persianas revela a pie de calle los espacios interiores de muchas de las casas. Es un ejercicio doble: la misma ventana que te permite observar el trajín de la calle es la que enseña tus estancias a desconocidos.
Desde que volví a Barcelona, las pantallas de mi móvil y mi ordenador se han convertido en mis ventanas: a las habitaciones de mis compañeras de clase estadounidenses, a las casas de mis amigas en todas partes del mundo (algunas queridas y conocidas, otras nuevas y sorprendentes), a las noticias de la ciudad que he dejado temporalmente atrás. Nos conectamos para seguir planeando viajes, para trabajar, para compartir libros y opiniones y sentimientos. Para mantener, en resumen, nuestras persianas levantadas, los rayos de sol entrando, asomándonos al futuro que nos espera en el exterior.
Me fui a Nueva York y quise crear una ventana propia que uniera mi vida de Barcelona con mis nuevas experiencias. Creé una newsletter llamada Maneras de estar cerca. Quería compartir mis lecturas, las cosas que estaba descubriendo y los pensamientos que me asaltaban con mi entorno. Y ocurrió algo inaudito, aunque no tanto en Internet, medio donde las distancias se acortan o simplemente desaparecen: se empezó a suscribir gente a la que no conocía de nada. Recibir las cartas que alguien escribe desde algún lugar remoto directamente en tu bandeja de entrada tiene algo de mensaje en una botella, y genera un extraño vínculo con la persona que las manda.
La literatura y el arte empiezan con una página o un lienzo en blanco. También tras una pantalla en blanco, un documento de Word en blanco o una nota del móvil en blanco, alguien se pregunta qué está pasando, qué significa estar vivo hoy, aquí. Todos buscamos en un lugar o en otro la indicación en los mapas, en Barcelona o Nueva York, que nos digan dónde estamos.
En una de mis novelas preferidas, Departamento de especulaciones, Jenny Offill escribe sobre un hombre que viaja por todo el mundo intentando encontrar lugares en los que uno puede no escuchar sonido humano: «Es casi imposible sentirse tranquilo en las ciudades, ya que casi nunca podemos oír el canto de los pájaros. Nuestros oídos han ido evolucionando para ser nuestro sistema de alarma. Y en los lugares donde no cantan los pájaros nos ponemos en estado de máxima alerta. Vivir en una ciudad significa vivir acobardados siempre». Estos días he salido dos veces a la calle y lo que en el libro parece una utopía se ha convertido en realidad: por primera vez en mucho tiempo los cielos están despejados y se pueden escuchar los sonidos de la naturaleza. Las calles permanecen en silencio y en las redes están nuestras ciudades, activas y ruidosas, con sus ventanas indiscretas. El mundo fuera está detenido y el mío transcurre ahora en las pantallas. La inmensidad de la Red no es muy distinta a la que imaginaba Borges en aquella biblioteca infinita. Los espacios digitales, como los de la realidad, cambian constantemente. Te asomas a la ventana y el exterior ha cambiado. Haces scroll y tus redes se han refrescado. Y todo empieza de nuevo con una pantalla en blanco.
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