¿Por qué nos gusta tanto ‘Top Gun’?
Se cumplen 30 años de la película que acabó convirtiéndose en uno de los símbolos de la década de los ochenta.
Un tipo con una cazadora deportiva de piel y unas gafas modelo Aviador de Ray Ban. Como paisaje de fondo, unos plateados y refulgentes aviones F-14 sobre un portaaviones, listos para el despegue. La iconografía de la película Top Gun fija su futura inmortalidad gráfica. Treinta años después encabeza la lista de los grandes blockbuster de la década de los ochenta. Icono de una década junto con las andanzas del detective John McClane de Jungla de cristal, la pareja de viajeros en el tiempo de Regreso al futuro y la banda de caza fantasmas por las calles de Nueva York.
Todo comenzó cuando los productores Don Simpson y Jerry Bruckheimer decidieron llevar a la pantalla una historia que combinara amor, heroísmo y fuerzas aéreas. Una combinación sin duda ganadora. El productor Jerry Bruckheimer había visto un artículo en una revista donde aparecía la fotografía de unos jóvenes pilotos de una escuela de élite para militares de San Diego, conocida como Top Gun. El centro que en realidad se llama Navy Fighter Weapons School, se revela a los ojos del productor como el escenario perfecto para escribir una historia para la pantalla. El concepto, a partir de aquella imagen del artículo de la revista, básico y sencillo: Dos chicos, futuros pilotos de élite, dispuestos a volar en los aviones más rápidos del mundo y a meterse en alguna aventura sentimenal.
El tándem Simpson & Bruckheimer contaba ya con éxitos como Flashdance y Superdetective en Hollywood. Sus nombres también habían aparecido en algunas de las película responsables de renovar la estética de Hollywood como American Gigoló promoviendo a Richard Gere como nuevo sex-symbol vestido por Armani y juguete erótico para señoras maduras de Los Ángeles.
Rememorando aquellas viejas películas de Hollywood de pilotos valerosos combatiendo en el aire y en la tierra, entre la épica y los juegos del amor, el proyecto se pone en marcha. A cambio de poder controlar el guión, el Pentágono ofreció a los productores la utilización gratuita de los aviones del ejército. Los productores, como señalaba The New York Times, por su parte debían hacerse cargo del combustible, una cifra que ronda en esos años los ocho mil dólares en gasolina por una hora de vuelo.
Como cabeza de cartel contaron con Tom Cruise, un joven actor que había protagonizado con éxito la comedia Risky Busines, pero que todavía no había conseguido dado el gran paso en la pantalla. Su papel como el impetuoso piloto Peter ‘Maverick’ era su gran oportunidad. Para darle forma al proyecto, eligieron al director británico, Tony Scott, que con su primera película, El ansia, había marcado un nuevo modelo en las obras de terror y de vampiros. Como los productores, Scott comparte ese gusto y oficio labrado en la publicidad y en los vídeos musicales que la cadena MTV ha puesto de moda con el inicio de la década.
En plena era de la presidencia victoriosa de Ronald Reagan, marcada por un renacido patriotismo después del fin “vergonzoso “que ha supuesto la Guerra del Vietnam y con los últimos coletazos de la guerra fría, la película fue recibida por algunos sectores de la crítica como una obra que ensalza los valores militares y los ideales conservadores del Reaganismo que se proyectan desde la Casa Blanca. Señalan su contraposición con otra película de ambiente militar e historia de amor, Oficial y caballero (Taylord Hackford, 1982) cuya visión del mundo del ejército resulta mucho más desmiticadora y pesimista.
Entre las críticas más afiladas y reveladoras destaca la del gurú del periodismo cinematográfico americano, Pauline Kael, etiquetándola en el New Yorker como “shiny homoerotic comercial” o lo que es lo mismo, brillante, comercial y homoerótica. Esta lectura “subterránea” de la película quedará inmortalizada por el mismísimo Quentin Tarantino en la comedia romántica Duerme conmigo con un impecable speech a propósito de un “tipo que lucha contra su homosexualidad latente”.
Treinta años después, Top Gun ha destilado en parte su mensaje patriótico –sin perder su carga épica y la figura del héroe en busca de su redención– en beneficio de su contenido sexual. Una estética, las secuencias eróticas, señalada por los cambios que se están produciendo en el lenguaje publicitario y el vídeo musical. También se puede rastrear la influencia de fotógrafos como Bruce Weber y sus imágenes para el mundo de la moda y la publicidad. Las fotografías de unos modelos semidesnudos con uniformes militares de Weber sirvieron de inspiración para algunas secuencias. Por otro lado, la elección de un director como el malogrado Tony Scott, que había firmado la famosa escena lésbica entre Susan Sarandon y Catherine Deneuve en El ansia, será clave en la creación de esta atmósfera de sensualidad que desprende la película, con sus gotas necesarias de kitsch, y la banda sonora de Giorgio Moroder dándole su factura rock.
Como oponente femenino de Tom Cruise los productores escogieron a la actriz Kelly McGillis en el papel de instructora militar de los jóvenes pilotos y dispuesta a librar la batalla del amor con su alumno más aventajado. La inicial falta de química en la pantalla entre los dos acabará convirtiéndose paradójicamente en uno de los incentivos de la película, añadiéndole un punto de morbosidad a la desigual pareja en su combate amoroso. Tom Cruise, a bordo de un F14 o en la ducha, confirmaba su estatus de nuevo sex-symbol de Hollywood. Aunque fuera con la ayuda de unas alzas en sus zapatos.
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