El poder destructor de obsesionarse con encontrar ‘red flags’ a una posible pareja
Disponemos de muchas etiquetas, pero no siempre de la suficiente información para saber utilizarlas correctamente. No usar con sentido herramientas que nos ayudan a identificar comportamientos tóxicos lleva a vaciarlas de sentido. Hablamos con expertas sobre cómo emplearlas con acierto
Hace tres años, la periodista Katy Waldman escribió en The New Yorker acerca de lo habitual que era que la gente empleara el lenguaje terapéutico de una forma indiscriminada e incluso errónea. En las redes sociales se habían popularizado términos que antaño estaban reservados a los profesionales de la salud mental, en lo que se denominó como terminología digna de “terapia de Instagram”. Este uso incorrecto de determinados conceptos terminó en ocasiones por vaciarlos de significado, sobre todo cuando, además de en redes, se instauraron en la pequeña pantalla a través de programas de televisión de citas, en los que sus participantes empleaban -no siempre con acierto- términos destinados a establecer límites.
“Las banderas rojas (señales de advertencia) y las banderas verdes (señales positivas) se han convertido en términos muy populares en la cultura actual, popularizados a través de programas de televisión, cultura juvenil y redes sociales. Las banderas tienen un propósito en la sociedad actual, especialmente cuando se ha vuelto tan difícil evaluar comportamientos en un mundo donde una cosa puede en tan sólo un día pasar a significar otra diferente. Las banderas rojas y verdes nos ayudan a tomar mejores decisiones, a pensar de una manera más reflexiva sobre nuestras experiencias con los demás y a ser más introspectivos. Sin embargo, también son muy subjetivas. Para algunos, las banderas rojas son en realidad banderas verdes, mientas que para otros, las banderas verdes son banderas rojas”, explica el Dr. Ali Fenwick en Red Flags, Green Flags, un libro que se adentra en las herramientas de la psicología moderna necesarias para navegar por los escenarios más complicados de la vida. “Es la forma en la que nuestra educación, valores, cultura, experiencias de vida y los medios de comunicación han influido en nuestras creencias y percepciones lo que nos hace determinar qué es una red flag y qué es una green flag. Desafortunadamente, el sistema operativo del cerebro no está exento de errores, pues la cognición es propensa a cometerlos. Hacer juicios rápidos puede condicionar nuestra toma de decisiones”, añade el doctor.
No entra en juego sólo la subjetividad, sino que las red flags, entendidas como comportamientos o señales que se consideran inadmisibles en una relación, en ocasiones se confunden con las denominadas beige flags, un término acuñado en TikTok por la usuaria Caitlin MacPhail y que según Urban Dictionary, alude a “esos signos que revelan que alguien es aburrido o carece de originalidad”.
La educadora social Ro Jiménez, que lanza el 30 de mayo el libro Por qué duele tanto, un guía para comprender el dolor que acarrea una ruptura cree que utilizar en exceso el término o sin criterio puede hacer que carezca de sentido. “La gran diferencia es que una red flag ya es un aspecto delicado o dañino. Otra cosa es que este término se haya globalizado para hacer humor o haya sido empleado por parte de personas ajenas al mundo de la salud mental para hacer algún tipo de contenido humorístico. Es importante no abusar de su uso, puesto que de hacerlo, al final se pierde lo importante del término, que es tener más herramientas para detectar comportamientos dañinos relacionados con el maltrato o relaciones no saludables”, explica.
De aliada a enemiga: la doble cara de la red flag
Identificar el comportamiento tóxico o inadecuado de una posible pareja o amigo puede resultar muy útil. Sin embargo, en ocasiones la atención extremada ante las señales de alerta puede ser en realidad una forma de autosabotaje. La búsqueda obsesiva de cosas que puedan salir mal genera además cierta sensación de control, funcionado este comportamiento como una coraza ante un posible desamor, un mecanismo de defensa que a la vez, frena la posibilidad de cualquier relación romántica. “En consulta, al trabajar aspectos personales, me encuentro de forma habitual con que las personas han cogido el término “empoderamiento” estando muy centradas en sí mismas, de forma incluso tóxica. Ante la búsqueda de relaciones saludables y frente a la obsesión por tener en cuenta todas las red flags, se genera una relación tóxica en el desarrollo de nuestras vidas”, explica la psicóloga y sexóloga Mariona Gabarra. “Veo a muchas personas que se niegan a tener pareja, que pasan de ser muy selectivas a estar cerradas al amor y a adaptarse a alguien. Estamos obsesionados con buscar los fallos de los demás y dejamos pasar las cosas buenas”, advierte.
Coincide así con Lori Gottlieb, autora del libro Maybe You Should Talk to Someone (Quizás deberías hablar con alguien), en el que narra las luces y sombras de la terapia. La psicóloga asegura que esta suerte de “terapia de café con leche” posiciona al ego en el centro de las relaciones, haciendo que cada uno se asegure de anteponer su auto cuidado al bienestar y las necesidades del otro, comportándose así con egoísmo e incluso en ocasiones, con frialdad en aras de su salud mental. Además, al influir notablemente las experiencias pasadas en las expectativas y comportamientos con las que cada persona se enfrenta a futuras relaciones, no es extraño que la atención se presente sesgada ante un desencuentro amoroso, por lo que los aspectos negativos se antojan más llamativos que los positivos, activándose entonces una actitud de cautela, precaución y protección que pone una nueva zancadilla a las posibilidades amorosas.
La psicóloga y experta en sexología Laura Morán, señala que la gente lleva tiempo intentando anticiparse a lo que pueda salir mal para poder así “desechar” a alguien en el momento en el que ve una red flag. “Hay red flags que son muy claras. Cualquier tipo de agresión física o verbal es una bandera roja indiscutible, pero es cierto que es posible que nos estemos dejando llevar por la tendencia a fijarnos más en aspectos negativos, porque es necesario anticiparlo, controlarlo y contrarrestarlo por motivos de supervivencia. Es un mecanismo ancestral que quizás estamos utilizando por encima de nuestras posibilidades”, señala. “Nos hemos obsesionado con encontrar banderas rojas porque no nos gusta sufrir y no queremos perder el tiempo en relaciones de pareja que no nos hagan bien. El problema está en que podemos encontrarnos con una profecía autocumplida: si imaginamos que la relación puede ir mal y nos empeñamos en examinar las posibles banderas rojas de la pareja, iremos creando situaciones desagradables y podríamos incluso generar el efecto Pigmalión. Esto consiste en que cuando los educadores anticipan que alguien es un mal estudiante, contribuyen sin querer a favorecer escenarios en lo que el alumno se comporta como tal. La obsesión con las red flags puede evitar que veamos lo positivo”, añade.
Ro Jiménez considera esencial darse cuenta de las red flags durante la primera fase de la relación romántica, pues es entonces cuando la racionalidad no está tan presente y se dejan pasar por alto comportamientos peligrosos. “Creo que es un tema que se ha viralizado en redes sociales, y como pasa con otros muchos términos, como por ejemplo el apego, se terminan para emplear para cualquier cosa, dando lugar a que se quite importancia al objetivo inicial que las profesionales podemos tener trabajando estos términos con las personas de cara a su protección. Por otro lado, y partiendo de la base más lógica, aporta una falsa sensación de control y seguridad que nos ayuda a sentirnos más tranquilas, y aunque en parte es así, de nada sirve ser conscientes y obsesionarnos con las red flags o las conductas del otro sin hacer un proceso de autoconocimiento al mismo tiempo y buscar nuestros porqués”, explica.
Gabarra también asegura haber advertido en consulta que sus pacientes, especialmente los más jóvenes, emplean las banderas de forma indiscriminada. “Es algo que en realidad, ocurre con cualquier etiqueta. Pese a que el cometido inicial es luchar contra algo y generar cambios, al no disponer de la información necesaria, la gente las emplea sin sentido. Por supuesto, alguien puede coger la etiqueta de la red flag y así tener un mayor cuidado para no entrar en una relación tóxica, pero antes hemos de haber sido educados para saber qué es una relación tóxica, qué es la manipulación y de dónde vienen esos comportamientos. Disponemos de muchas etiquetas, pero nadie nos ha enseñado a utilizarlas”, asegura.
Para terminar, la dating coach Jillian Turecki hace una interesante apreciación en sus redes sociales. “Las red flags no siempre están en la otra persona. Cuando alguien comienza a mentirse a sí mismo sobre quién es para no perder al otro, esa es en realidad la bandera roja a tener en cuenta”, señala. “La parte confusa de las señales de alerta es que muchas personas inventan advertencias donde no las hay e ignoran las señales de alerta a las realmente deberían prestar atención. Además, lo que para alguien es una red flag, para otra persona puede ser una green flag. Depende enteramente de lo que es bueno o no para para cada uno en cada etapa de su vida. Muchas personas tienen tanto miedo a elegir mal y salir lastimadas, que se vuelven hipervigilantes y poco realistas cuando conocen a alguien. Buscarán cualquier cosa que pueda resultar problemática y crean señales de alerta. Mientras tanto, paradójicamente, ignoran las señales de alarma importantes, porque no quieren afrontar la posibilidad de que no funcione”, explica.
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