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“Es la Taylor Swift del baloncesto”: cómo Caitlin Clark se convirtió en un fenómeno pop sin precedentes

Con solo 22 años ha conseguido que todo Estados Unidos esté atento cada uno de sus movimientos gracias a un talento y un carisma insólitos. Tras batir todos los récords estadísticos a su alcance, las marcas ya luchan por hacerse con la imagen

Caitlin Clark
Caitlin Clark durante un partido contra West Virginia Mountaineers en 2024.Matthew Holst (Getty Images)

Por supuesto que ha batido todos los récords posibles de puntos, asistencias o triples anotados, pero hay que mirar más allá de la mera estadística para entender su impacto. Por ejemplo: sus partidos cosechan cifras de audiencia nunca vistas antes en televisión, creciendo hasta un 60% de media en un año. Las entradas para ver en directo alguno de sus tiros imposibles pueden llegar a superar los 3000 euros. Antes de firmar su primer contrato profesional ya se ha embolsado tres millones de dólares solo en patrocinios, con multinacionales como Nike, Gatorade o Bose peleándose para que la joven calce sus zapatillas, beba sus isotónicos o utilice sus auriculares inalámbricos. Su camiseta con el número 22 está agotada en las tiendas, medios tradicionalmente no deportivos publican crónicas sobre sus hitos y sus hordas de fans ya tienen nombre oficial, los clarkies, a lo swifties. Y no es baladí la comparación con Taylor Swift, porque la locura que ha despertado en Estados Unidos en el último año solo es comparable a la generada por la cantante. La jugadora de baloncesto Caitlin Clark es la protagonista de un fenómeno cultural insólito: una estudiante de la universidad de Iowa de solo 22 años y 180 centímetros de altura que ha conseguido llevar el deporte femenino a las cotas más altas de su historia.

“Caitlin Clark ha conseguido hasta que yo, una declarada detractora de los deportes de equipo, esté apreciando el baloncesto femenino por primera vez”. Estas palabras, escritas por la periodista Emma Specter en la edición estadounidense de la revista Vogue, sintetizan a la perfección la sensación de supernova que destila una joven desvergonzada sobre el parqué, pero discreta fuera de él. Esta “Kobe Bryant con coleta” es el evento del año, la mujer de moda, la foto obligada en el tablón de Instagram y la cita ineludible a la que asistir para poder presumir de estar al corriente de las últimas tendencias, aunque se desconozca el significado de la expresión ‘tiro libre’. Ni sus dos derrotas consecutivas en las finales de la liga universitaria consiguen menguar la emoción que despierta a su alrededor y que trasciende más allá de una cancha de baloncesto. “Podré dormir toda la noche, aunque no haya ganado un campeonato nacional. Hay demasiado por lo que estar orgullosa. No me siento a lamentarme por las cosas que nunca han pasado”, sostuvo tras su último partido en Iowa, su Estado natal.

Nacida en el seno de una familia de deportistas –tanto su padre como sus dos hermanos fueron también atletas profesionales–, presume de un talento para el baloncesto tan precoz que con cinco años ya despuntaba en su ciudad, Des Moines. Sin embargo, ante la falta de competiciones femeninas, su padre la apuntó en la liga masculina donde tuvo que batirse el cobre contra niños más grandes y fuertes que ella –y padres encolerizados por la presencia en pista de una chica– mostrando una fiereza competitiva insólita. Ese mismo carisma, sumado a unas aptitudes para encestar pocas veces vistas, ha conseguido que 17 años después su característica coleta obsesione a todo un país pese a no ofrecer apenas entrevistas ni sonrisas gratuitas a la cámara.

“Su actitud la convierte en un arquetipo de modelo de conducta poco común. Contrarresta la presión que se suele ejercer sobre las atletas femeninas para proyectar una imagen dulce y eternamente positiva”, manifiesta Louisa Thomas en The New Yorker. Para ella, y para el boyante negocio a su alrededor, esa imagen pública solo ha traído alegrías. Cada uno de sus partidos a domicilio se salda con nuevos récords de entradas vendidas y los equipo de la WNBA (la división femenina de la NBA) se frotan las manos ante la llegada inminente de la jugadora a la competición tras finalizar su periplo universitario. El efecto, acuñado ya como “Clarkonomics” –juego de palabras entre su apellido y ‘economics’–, ha hecho que todos los equipos vean ya multiplicados el número de abonos vendidos para la próxima temporada.

“Si tenemos en cuenta el impacto que está teniendo fuera de la cancha, solo ha habido un jugador como ella: Michael Jordan”, asegura la periodista Nancy Armour en el USA Today. En Forbes, por el contrario, reiteran la similitud de su caso con el de Taylor Swift: “Ha logrado para el baloncesto femenino lo que Swift en el mundo de la música (…) Las dos están llevando sus respectivas industrias a un nuevo nivel”.

El partido que destapó la locura por ella tuvo lugar el pasado 1 de abril. El encuentro ante la universidad LSU en los play-offs del campeonato universitario, correspondiente a unos cuartos de final, se convirtió en el partido más visto de la historia del baloncesto universitario –tanto masculino como femenino– con más de 12 millones de espectadores de media. Esa cifra supera a lo cosechado por las finales de competiciones de alcance global como las de las ligas de béisbol, hockey sobre hielo o incluso la todopoderosa NBA. El filón de audiencias sustentado sobre los triples de Clark es tal que ya juega un papel importante en el rumbo de la campaña electoral estadounidense. Como ratifica el medio especializado Politico, el propio presidente Joe Biden intenta “subirse a su tren” colocando anuncios publicitarios para conseguir la reelección durante la emisión de sus partidos y conquistar así a una buena parte del electorado “joven y femenino que sintoniza el baloncesto femenino más que otros deportes”. Los candidatos Nikki Haley y Ron DeSanctis también intentaron –sin éxito– acercar sus nombres al de Clark para vencer a Trump en las primarias republicanas, y se prevé una lucha nada disimulada para lograr conseguir su apoyo mediático de cara a la cita con las urnas. Si el apoyo de Taylor Swift ya es considerado como uno de los focos de movilización más importantes a la ahora de decantar el resultado electoral, ¿conseguirá Caitlin Clark y sus clarkies influir también de manera decisiva?

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