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Por qué la ultraderecha se peina raro: cuando un corte de pelo se convierte en manifiesto político

Trump, Milei, Geert Wilders y Boris Johnson tienen en común sus tendencias ultraconservadoras y sus peinados estrafalarios. ¿Es casualidad?

Dutch politician Geert Wilders
Geert Wilders, el 24 de octubre.PIROSCHKA VAN DE WOUW (REUTERS)
Raquel Peláez

Cuenta Luigi Amara en su espléndida Historia descabellada de la peluca que Andy Warhol hizo girar toda su marca personal en torno a un corte de pelo que en realidad era un postizo. Aquel “haz de pelos platinados al estilo escobeta” se vendió por 10.800 dólares en una subasta de la casa Christie’s en 2006, convertido ya en artículo de consumo. No es baladí que el hombre que consagró su carrera artística a reflexionar sobre la fama pop tuviese tan claro que necesitaba convertir su pelo en un icono para serlo él mismo: es algo que parecen tener clarísimo los líderes extremistas del siglo XXI, el de las redes sociales, la fama atomizada y los liderazgos imprevisibles. El viernes, tras la victoria de Javier Milei en las elecciones presidenciales de Argentina y el ascenso al poder de Geert Wilders en Países Bajos, circulaban memes por internet señalando lo que empieza a ser una constante: el vínculo entre ultraderecha y peinados extraños. ¿Existe el vínculo? Y si existe, ¿cuál es su razón de ser?

Hubo un tiempo en el que el hecho de que un hombre prominente, con poder o abolengo llevase el pelo largo, lleno de rizos artificiales, coletas con lazos o mechones alborotados de forma estrafalaria era lo normal. Ya lo contó el psicólogo John Carl Flugel en uno de los primeros tratados sobre semiótica de la moda que se publicaron en el siglo XX: antes de la Revolución Francesa, cuando se produjo entre los hombres lo que él denominó “la gran renuncia”, la que convirtió la austeridad en signo de respetabilidad y hombría, los tejidos más suntuosos, los colores más prestigiosos y las pelucas más exageradas habían sido una cuestión también masculina. De hecho, estas últimas, fueron un infalible símbolo de estatus. Comenzó la moda del pelucón, curiosamente, en el siglo XVI con la irrupción de la sífilis en las cortes europeas, que dejaba calvos a los hombres. El rey Luis XIII, que había tenido un frondoso y largo pelo natural, empezó a ponérselo para disimular su alopecia, pues se quedó sin cabellera propia a los 23 años, aunque fue Luis XIV, el famoso Rey Sol, quien los convirtió en una fiebre entre sus súbditos y en un símbolo de ostentación y desigualdad tan potente que, en 1792, la Convención abolió la peluca, y los más de 20.000 peluqueros que había en Francia se vieron obligados a reconvertirse en barberos. El material sobre el que tenían que trabajar ahora eran verdaderos cabellos pegados a sus respectivas cabezas.

La moda cambió y afectó a todos. “Con el arranque del siglo XIX el corte de pelo corto se convirtió en el estándar de pulcritud en toda Europa: cortárselo era una forma de decir adiós al Antiguo Régimen”, explica Ana Velasco Molpeceres, autora del libro Historia de la moda en España: de la mantilla al bikini y profesora de comunicación en la Universidad Complutense de Madrid.

Las revoluciones liberales y los valores de la Ilustración tenían cierta proyección simbólica en aquellos nuevos pelos cortos para caballeros que también empezaron a verse en Inglaterra, donde el motivo para la desaparición de las pelucas fue diferente: el Estado (encarnado en el primer ministro, William Pitt), ante la escasez de talco, imprescindible para la conservación del pelo artificial, inventó un impuesto que las convirtió en un problema económico entre la alta burguesía. Las mismas ideas románticas que iban alimentando los nacionalismos sobre los que se construiría la nueva Europa, y cuya inspiración estética provenía de las Grecia y Roma clásicas, impuso en las cabezas de los hombres cortes de pelo similares a los emperadores y sabios de las viejas civilizaciones. El más popular de todo, favorito del dandi Beau Brummel, fue el Brutus.

Francisco Umbral, en 'Anatomía de un dandy'.
Francisco Umbral, en 'Anatomía de un dandy'.

Si quieren saber cómo era dicho corte de pelo, pueden hacer dos cosas: buscar a los personajes de las novelas de Jane Austen o mirar la cabeza de Milei. “Cada vez que lo veo me recuerda a uno de esos personajes que pintaba Jacques-Louis David. Si te das cuenta, es curioso que aquellos rebeldes revolucionarios, que construyeron los Estados liberales, son los precursores de las ideas de Milei, que es otro rebelde en un cambio de época y también liberal, aunque en su expresión más extrema”, explica Velasco Molpeceres, para quien la estrategia capilar de este líder, aunque acepte referencias históricas remotas, tiene en realidad más que ver con la idea de no ajustarse a los cánones de su tiempo, precisamente para transmitir diferencia. Lo mismo se aplica al holandés Geert Wilders. “Yo creo que han elegido esos peinados porque son desconcertantes y por tanto, muy mediáticos. La estética estrafalaria y rupturista que siempre había encajado en la izquierda ahora encarna a la derecha neoliberal individualista: es una oposición frontal a lo burgués y, al mismo tiempo, una reafirmación vanidosa”, continúa Velasco Molpeceres.

Está de acuerdo Antoni Gutiérrez-Rubí, director de la consultora de comunicación pública e institucional Ideograma y asesor en la campaña de Sergio Massa, que perdió frente a Milei: “En este tipo de nuevos liderazgos, como el de Trump por ejemplo, la aparición de peinados llamativos tiene mucho que ver con el auge de la cultura digital y la posibilidad de convertir las cabezas en iconos gráficos. El pelo actúa como un gadget digital, que a su vez transmite la idea de un liderazgo contundente e inclasificable. Para ellos, la idea de lo inclasificable contiene la semilla de la verdadera libertad”. En el caso de Milei, el pelo ha servido para vertebrar toda una campaña en torno a la figura del león.

Yulia Timoshenko, durante una rueda de prensa como primera ministra ucrania, en 2009.
Yulia Timoshenko, durante una rueda de prensa como primera ministra ucrania, en 2009.EFE

Hay más ingredientes.

En opinión del sociólogo y politólogo Luis Arroyo, director de la consultora Asesores de Comunicación Pública, el pelo masculino siempre ha sido señal de fortaleza y sabiduría, mientras que la ausencia de cabello se ha descodificado como todo lo contrario, cosa que podría explicar el esfuerzo de Donald Trump por ocultar su calvicie a toda costa, mediante su estrafalario tupé. Pero además está la búsqueda consciente de la diferencia. “En la bibliografía más reciente en torno al fenómeno de los nuevos hiperliderazgos, como Spin Dictators, de Daniel Treisman, o Facha, de Jason Stanley, se hace un análisis casi freudiano de estos perfiles y se habla de personalidades neuróticas. Ellos se creen seres especiales y encuentran en el desorden de sus cabellos una forma de desafiar el establishment”. Se encuentra en esta categoría, por ejemplo, Boris Johnson, quien a pesar de haberse educado en los mejores colegios privados de su país, siempre ha hecho del gamberrismo y el desafío a los buenos modales su seña de identidad y de su cabello un signo de distinción. El pelo, pues, puede transmitir riqueza y privilegio, explica Arroyo, quien alude a la cuenta de Instagram Pel de Ric. Dicha cuenta, que recopila cabelleras de hombres de clase alta, nació como un pasatiempo de cuatro amigos que, cada mañana, a la misma hora, observaban a los hombres que iban a desayunar a una cafetería de la calle de Jorge Juan, en el aristocrático y madrileño barrio de Salamanca. “Se notaba que llevaban una vida absolutamente ociosa. No sé si porque estaban jubilados o porque nunca habían trabajado”, explica Javier López de Hierro, uno de sus creadores. Pel de Ric es a día de hoy ya una marca “para aficionados a la buena vida” en la que no es raro ver cabelleras muy parecidas a las de Geert Wilders.

Si los revolucionarios y dandis fueron los promotores del pelo corto pero alborotado, los primeros galanes de cine mudo fueron los que dieron buena prensa a los cortes de pelo pulcros, ordenados, con raya a un lado y gomina que los mantenía siempre incólumes. “A la altura de 1900, el ideal de caballero ya está configurado. Después Hollywood se encargará de convertirlo en un estándar mundial que llega casi hasta nuestros días”, dice Velasco Molpeceres. El pelo engominado, que a Hitler le sirvió para transmitir una idea de orden e inflexibilidad, sin embargo, es desde mediados del siglo XX algo que se asocia con posturas conservadoras.

En cualquier caso, los peinados tienen significados y atribuciones profundamente culturales que varían en función del país: Argentina ya vio ascender a un líder inclasificable como Carlos Ménem, cuyas inolvidables patillas tampoco se ajustaban a los cánones dominantes del momento. El boliviano Evo Morales hizo de su negro penacho el símbolo de un determinado tipo de orgullo. También el género influye a la hora descodificar cabelleras. Gutiérrez-Rubí argumenta la diferencia esencial: “A las mujeres les importa mucho más que el pelo esté limpio y sano”. Vázquez Molpeceres trae a colación la espectacular y folclórica trenza con la que Yulia Timoshenko protagonizó la Revolución Naranja en Ucrania: “Si hubiese vivido su auge en la era de Instagram, su trenza sería un icono. Aquel pelo con el que homenajeaba a las campesinas de su país era un manifiesto”.

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Sobre la firma

Raquel Peláez
Licenciada en periodismo por la USC y Master en marketing por el London College of Communication, está especializada en temas de consumo, cultura de masas y antropología urbana. Subdirectora de S Moda, ha sido redactora jefa de la web de Vanity Fair. Comenzó en cabeceras regionales como Diario de León o La Voz de Galicia.

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