¿Por qué la adolescencia es un factor de riesgo para la salud mental?
Ser joven suele ser un factor positivo al hablar de salud, pero esta perspectiva se modifica significativamente cuando se centra la atención en la salud mental
Hay dos momentos clave en el proceso evolutivo: los siete primeros años, en los que el cariño y el desarrollo de la autoestima resultan cruciales para un desarrollo sano, y la adolescencia, que supone la adquisición de una identidad personal y social. Es entonces cuando la persona empieza a crear un estilo de vida propio y a dotarse de un sistema de valores. Al resultar fundamental la aceptación por el grupo de iguales, la imagen corporal y el éxito social modulan la autoestima de los jóvenes.
Según el último estudio de UNICEF España (2024), un 40% de los adolescentes presenta problemas más o menos serios de salud mental, con la particularidad de que más del 50% de los trastornos mentales graves en la vida adulta se inician en la adolescencia. Las razones pueden ser diversas. A un nivel neurológico, los lóbulos frontales —el equivalente biológico del director de orquesta— tienen como función regular la planificación y toma de decisiones, la consolidación de la conciencia moral y el control de las emociones. Pero esta corteza prefrontal no acaba de desarrollarse hasta los 18-25 años. Por ello, los adolescentes pueden tener más dificultades para encauzar la impulsividad y la atracción por el riesgo, así como para regular el autocontrol y aprender a posponer la gratificación inmediata. De este modo, aparecen las tormentas emocionales y los cambios de humor tan típicos de esta etapa evolutiva. Y a un nivel hormonal, el paso de la infancia a la vida adulta implica una transformación de la imagen corporal, más acentuada en las chicas por los estereotipos de género, y un desarrollo de la sexualidad, que implica una asunción de la identidad y orientación sexual. La conformidad con la imagen física y con la identidad personal son un elemento clave en la salud mental de los adolescentes.
Estos cambios físicos corren en paralelo habitualmente con el despegue de la familia, la creación de grupos de amigos, la mayor o menor integración en la escuela, el acceso a internet y las redes sociales, las primeras relaciones sexuales y los consumos iniciales de alcohol o drogas. La evolución saludable de la adolescencia puede estar favorecida por la integración familiar, el apoyo social de las amistades y la obtención de las metas propuestas a nivel escolar, deportivo o de otras aficiones.
Pero hay adolescentes que ven interferido su equilibrio emocional por la existencia de abusos sexuales intrafamiliares, de los que un 10-15% de las chicas son o han sido víctimas, por el acoso escolar o por un uso excesivo o inadecuado de las pantallas. A su vez, hay una exigencia de la cultura dominante entre los jóvenes de alcanzar el éxito social, que es una mezcla de popularidad y de atractivo físico, no siempre fácil de conseguir. El tipo de felicidad mostrado en TikTok o en Instagram puede resultar desalentador para quien no se parece en nada a esos estereotipos. Los adolescentes, sobre todo quienes han crecido en un entorno de sobreprotección y no han aprendido a hacer frente a las contrariedades de la vida, son muy sensibles al rechazo social y les importa mucho no sentirse diferentes de los demás. En este proceso de construcción de la identidad pueden surgir los complejos y las inseguridades.
Así, la presión social hacia la imagen corporal puede provocar en adolescentes vulnerables —sobre todo en chicas— trastornos de la conducta alimentaria en la búsqueda de un ideal de belleza inalcanzable y distorsionado o autolesiones no suicidas, que pueden producir paradójicamente sentimientos de alivio en lugar de dolor y reducen temporalmente el malestar emocional, lo que facilita su repetición.
Los trastornos de ansiedad y la depresión, más frecuentes también en chicas, surgen en la adolescencia como reacción a la sensación general de incertidumbre ante el futuro y a las exigencias de un entorno muy competitivo para las que no cuentan con recursos adecuados de afrontamiento. Con este desánimo y con la impulsividad propia de la edad, la ideación suicida y las tentativas de suicidio, habitualmente no letales, han aumentado de forma considerable en los adolescentes, sin minusvalorar el riesgo de suicidios consumados —en este caso, más frecuentes en varones—.
Sin embargo, el riesgo de adicción es mayor en los chicos. La sobreexposición a las pantallas puede surgir en la adolescencia y generar consecuencias negativas: adicción —a las redes sociales, a las apuestas online o a los videojuegos— o mal uso, como el ciberacoso, el recurso a la pornografía violenta o machista, problemas atencionales a causa de la multitarea, tendencias exhibicionistas o, lo que es más grave, la pérdida del concepto de intimidad. A su vez, el consumo temprano de alcohol y drogas, como el hachís, está propiciado por su fácil accesibilidad, la desinhibición generada y su vinculación al ocio nocturno, así como por constituirse en rito de iniciación a la vida adulta. Pero el consumo habitual de cannabis, además de generar déficits atencionales y alteraciones de memoria relacionadas con el fracaso escolar, puede ser en personas vulnerables un factor desencadenante de primeros episodios psicóticos, sobre todo cuando se comienza a una edad temprana —antes de los 16 años— y se mantiene de una forma prolongada.
Tampoco se puede soslayar la importancia de la soledad no deseada en adolescentes de uno y otro sexo. En España, según el último barómetro de la Fundación ONCE (2024), el 34,6% de jóvenes entre 18 y 24 años dice sufrirla de algún modo. Los adolescentes no solo se sienten solos cuando no tienen compañía, sino también cuando carecen de conexión emocional y afectiva con sus acompañantes, por lo que se refugian en las redes sociales, a modo de ermitaños digitales. La digitalización ofrece más contactos, pero no más vínculos. Las causas suelen ser múltiples: carecer de autoestima, haber sufrido acoso escolar, mostrar dificultades para relacionarse con los demás, sentir que no se encaja con el grupo o que no se responde a las expectativas de belleza, popularidad o éxito académico.
Que la vida no es fácil de afrontar es algo que han experimentado muchas generaciones. Pero los cambios sociales y familiares vividos en las últimas décadas han adelantado la entrada en la adolescencia y han supuesto unos retos para la salud mental. En concreto, se debe prestar atención a la presencia de ciertas señales de alarma, como el aislamiento excesivo, la depresión, el cambio drástico en el rendimiento escolar, la insatisfacción con la imagen corporal y los hábitos alimenticios anómalos, las conductas violentas, la volubilidad emocional y la baja autoestima, que pueden denotar la existencia de un trastorno mental. La ausencia de estigmatización, la detección temprana y, en su caso, la ayuda profesional requerida, junto con el apoyo familiar y social y un estilo de vida saludable, pueden hacer frente adecuadamente a los problemas planteados.
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