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¡Para de hablar de lo tuyo!: así nos afecta el ‘pensamiento rumiante’ y obsesivo de un amigo

La corrumiación ha sido objeto de varios ensayos clínicos porque no está claro que sea sano amplificar los problemas hablando todo el tiempo sobre ellos

Pensamiento obsesivo amigos
Un grupo de amigos cenaba en noviembre en una terraza en Madrid.DAVID EXPÓSITO
Karelia Vázquez

Una tesis doctoral puede escribir Silvia L. del asunto X. Todos sus amigos y conocidos saben de qué se trata porque nadie ha podido librarse de las largas tertulias en las que, por supuesto, hay que ir con una opinión formada y tomar partido. El tema ha pasado de ser periférico a vertebrar todas las conversaciones y, cuando parece que se va a agotar, desgastado después de tantas vueltas, Silvia encuentra una nueva arista y el bucle renace con fuerzas renovadas. A ella, como es lógico, el asunto X la trae de cabeza. No piensa en otra cosa. Y todos con ella.

Estas ideas obsesivas, que entran y salen, se repiten una y otra vez y colonizan su mente, se conocen como pensamiento rumiante. Y se llama así por la forma de digestión de las vacas o de cualquier otro mamífero que rumia. Estos animales asimilan sus alimentos en dos etapas: primero los consumen y luego llevan a cabo la rumia, que consiste en la regurgitación del material digerido. Pues este viaje de ida y vuelta del mismo asunto, siempre a medio elaborar y sin terminar de asimilar, ilustra la manera de Silvia de abordar el asunto X. ¿Ayudan sus amigos al entrar en el bucle o alguien debería pararlo?

“Sería mejor no rumiar, pero no se elige; es parte del trauma”, dice la psicoanalista Mariela Michelena, que describe gráficamente cómo ve la vida alguien con un pensamiento obsesivo. “Cuando tienes un trauma, parece que el mundo se llena de post-its recordándote todo, todo el tiempo. Haces encuestas entre los amigos y sesudos análisis de texto de cada WhatsApp. Lo peor es que poco se saca en claro porque cada quien opina y el resultado no es vinculante”, añade. Al final, Silvia solo se va a quedar con la versión que reafirme lo que desea creer. Hará lo que quiera.

Cuando los amigos de Silvia L. quedan para hablar del asunto X —y lo hacen varias veces al mes, más tres o cuatro veces al día en WhatsApp— le dan su apoyo y le demuestran que están ahí para ella, en las buenas y también en el bucle infinito. Esta circunstancia se denomina corrumiación. Como si todo un rebaño de vacas masticaran y se pasaran de unas a otras el bolo ruminal —que así se llama— del carrillo izquierdo al derecho y viceversa.

La corrumiación ha sido objeto de varios ensayos clínicos porque no está tan claro que sea sano amplificar los problemas hablando todo el tiempo sobre ellos y contaminando al círculo social, que quizás podría ayudar más al afectado a salir del agujero si fuera posible ampliar las conversaciones a otros asuntos. Un estudio publicado en la revista Cognitive Therapy and Research define la corrumiación como “la actividad de analizar repetitiva y pasivamente un problema con alguien cercano, usualmente un amigo” y llega a conclusiones ambiguas. Por un lado, asegura que se trata de un comportamiento “predictor de la depresión”, pero por otro concede que fortalece los vínculos y las relaciones personales. El trabajo, además, da cuenta de una brecha de género: establece que las mujeres son más proclives que los hombres a corrumiar con su círculo más cercano.

“Las mujeres comparten con más intimidad que los hombres, que suelen hablar más de hechos y acontecimientos que de sus emociones”, corrobora la psicoterapeuta Isabel Larraburu. En su opinión, “la rumiación conjunta, si tiene un matiz negativo como son las quejas, las críticas, el malestar, la rabia y todas las emociones que implican sufrimiento, tiene el efecto de engordar y cronificar”.

“Rumiar unas veces amplifica los problemas y otras, los desgasta”, tercia Michelena. Para esta psicoanalista, la rumiación que viene después de un trauma es parte del duelo y sirve para agotar los recuerdos. “Por ejemplo, tras la muerte de un ser querido hay una necesidad de repetir obsesivamente sus recuerdos porque esa persona está muy presente, pero esa reiteración también ayudará a irlos borrando”, añade.

¿Por qué corrumiamos?

Durante la corrumiación, las personas revisitan mil veces lo sucedido, se imaginan nuevos finales, lo que hubieran dicho y hecho de haber sabido lo que saben ahora y cómo un comportamiento diferente podría haber cambiado las cosas. El público del rumiante le dará o le quitará la razón, aportará soluciones, lo que hubieran dicho o hecho ellos, o peor, le recordará cuántas veces le advirtieron de que el asunto X iba a pasar. Para los expertos, el problema de la corrumiación es que, por un lado, es pasiva y, por otro, suele centrarse en pensamientos negativos o en giros hipotéticos de guion que ya no van a suceder. Un exceso de conjugaciones en subjuntivo que paraliza y sume al rumiante en la más absoluta pasividad. “La rumiación muchas veces es una ilusión de control. La fantasía de que hay algo que hubieras podido cambiar o que puedes cambiar ahora. Y lo cierto es que los ‘y si hubiera hecho’ o ‘y si hubiera dicho’ son inútiles. Hay que concentrarse en lo que está pasando aquí y ahora”, dice Michelena, que recuerda que la rumiación suele ser contraria a la acción.

La conclusión común es que las personas corrumian porque hace sentir mejor. El apoyo social que supone que todos, incluso los pseudoconocidos, se alíen con la causa del afectado es importante para la salud física y emocional. Sin embargo, varios estudios, entre ellos este metaanálisis, reconocen que, si bien la rumiación conjunta, repetitiva e improductiva de un problema se asocia con una alta satisfacción hacia los amigos, también tiene “componentes desadaptativos” que se relacionan con niveles moderados de depresión y ansiedad. En este trabajo también se señala que potencia una actitud pasiva.

“Yo distinguiría entre rumiar, que es un relato en bucle, y compartir. Compartir implica un intercambio saludable de información con amigos o seres queridos. Un intercambio de “ida y vuelta”, dice Isabel Larraburru, que cree que se rumia para “buscar alivio a una obsesión hipocondríaca, o amorosa, o a una queja que no busca respuesta. La rumiación puede surgir de una queja habitual y enquistada, de la necesidad de repetir una idea que no tiene solución porque es hipotética o futura”.

La queja como herramienta social

La psiquiatra estadounidense Tina Gilbertson, autora del bestseller Constructive Wallowing, explica en su libro que, dado que las sociedades modernas no son muy buenas expresando los sentimientos, es bastante común quejarse para intentar liberar una emoción. “Compartir contenido emocional con alguien es un vehículo para vincularnos, nos gusta especialmente usar las quejas como una herramienta social”, escribe.

Pero lo que advierten los estudios citados es que hacer de la queja el enfoque principal de las relaciones hace que los afectados permanezcan demasiado tiempo en sus dramas, sean grandes o pequeños, y desencadena una respuesta de estrés. Además, los lazos que se construyen exclusivamente sobre la insatisfacción mutua son frágiles, y suelen disolverse una vez que se haya solucionado el problema de uno de los rumiantes.

“Creo que sería bueno identificar nuestros pensamientos antes de compartirlos. La negatividad en general, si se comunica y comparte, puede contagiar e influir al entorno. La rumiación compartida podría perpetuar ciertas obsesiones y el catastrofismo depresivo”, dice Larraburu que, al igual que Michelena, no cree que la corrumiación en sí misma pueda causar ni transmitir a otras personas una depresión. Es la duración del bucle lo que puede intoxicar las relaciones.

Una buena manera de darse cuenta de que uno está metido en el bucle de la corrumiación es hacerse estas tres preguntas que recomienda la Asociación Estadounidense de Psicología: ¿Ya he hablado antes de este problema? ¿Tengo algo nuevo que contar o me estoy repitiendo? Y, por último: ¿Estoy especulando sobre lo que podría haber sido y no fue? Si usted ha entrado en bucle, ya conocerá las respuestas. Y, probablemente, este sea un buen momento para parar.

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Sobre la firma

Karelia Vázquez
Escribe desde 2002 en El País Semanal, el suplemento Ideas y la secciones de Tecnología y Salud. Ganadora de una beca internacional J.S. Knigt de la Universidad de Stanford para investigar los nexos entre tecnología y filosofía y los cambios sociales que genera internet. Autora del ensayo 'Aquí sí hay brotes verdes: Españoles en Palo Alto'.

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