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Incendios forestales: ¿por qué una persona hace arder un monte?

Además de los descuidos o las razones económicas, algunas personas usan el fuego para descargar su rabia o adquirir notoriedad, pero no deben ser confundidos con los pirómanos

Un camión de bomberos circula por una zona arrasada por las llamas en el incendio intencionado en la población de El Pont de Vilomara, en la comarca del Bages (Cataluña), este lunes 18.Foto: ANDREU DALMAU (EFE) | Vídeo: EPV
Enrique Echeburúa

No deja de ser sorprendente que una persona prenda fuego deliberadamente a un monte y, más aún, que encuentre placer en ello. Al margen de las conductas negligentes, en donde surgen las llamas por una imprudencia, como encender una barbacoa en un lugar inadecuado o arrojar una colilla al bosque, hay personas que llevan a cabo incendios de forma intencionada. En estos depredadores forestales, a modo de Nerones del siglo XXI, el fuego puede ser una forma de obtener beneficios económicos (recalificar un terreno como urbanizable o cobrar el importe de una póliza de seguros, entre otros), pero también un modo de expresar determinadas emociones que forma parte de un atavismo ancestral en el ámbito rural.

Así, quemar el bosque para un incendiario puede ser una forma de represalia contra un vecino con el que se tiene un pleito, pero también una manera de vengarse de los padres de la novia que no lo aceptan como yerno, de la nueva pareja de la exnovia o de los vecinos por agravios pendientes en relación con las lindes de los terrenos. A modo de ejemplo, un empresario de una ciudad portuguesa admitió haber quemado su finca para que su exmujer sintiese pena y volviera con él.

Otras veces se trata de una agresión desplazada: alguien humillado por su jefe en el trabajo o que se siente menospreciado por su familia puede quemar una propiedad pública para ventilar sus emociones de ira y rencor. Y en algunas otras personas el factor motivacional importante es el vandalismo o el puro efecto destructor. Así, a veces envalentonados por el consumo de alcohol, el recurso al fuego puede ser una forma de descargar su rabia, expresar su malestar emocional o incluso adquirir notoriedad como medio de autoafirmación.

No hay que confundir a estos incendiarios que actúan por despecho o por venganza con las personas que están afectadas por una piromanía, en las que surge una necesidad imperiosa de planear y provocar incendios sin motivación aparente en respuesta a un impulso patológico no controlable. Se trata de presenciar un espectáculo lo más excitante posible, de grandes dimensiones y alto nivel de dramatismo. Los pirómanos aman el fuego y no tienen como objetivo hacer daño a nadie en concreto, a pesar de que lo hacen: este es un efecto colateral. Lo único que buscan es el placer que les provoca contemplar las llamas. Este trastorno, afortunadamente muy poco frecuente (puede ser responsable del 3%-5% de los incendios forestales), trae consigo una alteración de la conciencia, como una situación de trance, se da más habitualmente en personas que tienen también otros problemas psicológicos, como una discapacidad intelectual descompensada, abuso de alcohol o conductas antisociales, y se caracteriza por la excitación de la persona al observar de cerca la acción de las llamas y toda la parafernalia asociada a su extinción (coches de bomberos, helicópteros, imágenes impactantes en TV, etcétera). De hecho, pueden llegar incluso a colaborar como voluntarios en las labores del personal antiincendios. Así, una persona detenida en una ciudad gallega por conductas incendiarias prometió no quemar más el monte si le permitían asistir a la extinción del fuego desde un helicóptero de los Servicios de Asistencia.

Se trata habitualmente de personas adultas, varones, de nivel sociocultural bajo, con sentimientos de inferioridad, que resultan conflictivas en las relaciones sociales con sus vecinos y presentan problemas de control de los impulsos y de adaptación a su entorno. Lo más frecuente es que vivan y actúen solos y que estén acostumbrados a hacer quemas de rastrojos y de matorral en su pueblo para facilitar el brote de hierba fresca y así aumentar la superficie de pastos. De niños han experimentado con frecuencia sentimientos de abandono familiar, dificultades de integración escolar y una gran afición a la utilización de cerillas y encendedores.

Un motivo de la proliferación de grandes incendios en un corto período de tiempo, aparte de las condiciones meteorológicas y del estado de abandono de los montes, es el efecto imitación. Nada estimula tanto a los pirómanos, que suelen vivir en la misma área geográfica del incendio, como ver arder los bosques con tanta facilidad. Estas personas, a veces envalentonadas con el recurso al alcohol, muestran una gran fascinación por el fuego, pueden experimentar una liberación de la tensión interior al contemplar las llamas y un aumento de su autoestima, al ver lo que han sido capaces de hacer, e incluso una excitación sexual.

En resumen, los pirómanos son reincidentes en su conducta de provocar incendios, experimentan una fuerte tensión o activación emocional antes de prender fuego al monte y sienten fascinación por las llamas y por las actividades y equipos diseñados para combatirlas, así como una sensación de placer y alivio cuando se desencadena todo el proceso.

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Sobre la firma

Enrique Echeburúa
Es catedrático emérito de Psicología Clínica en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), académico de número de Jakiunde (Academia Vasca de las Ciencias, Artes y Letras) y de la Academia de Psicología de España. Ha sido galardonado con el Premio Euskadi de Investigación en Ciencias Sociales 2017 por su trayectoria científica e investigadora.

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