Michael Jordan, que estás en el cielo
La estrella del baloncesto no se apagó con su retirada en 2003. Tras la serie de televisión, ahora se publica en España la biografía de David Halberstam, que exploró las luces y sombras de uno de los pocos mitos globales
“Limítate a recordar qué nombre llevas en las zapatillas”. Michael Jordan, a sus 57 años, podría seguir burlándose de algunas de las emergentes y ya multimillonarias estrellas de la NBA como un día, en sus primeros tiempos, lo hizo de su admirado hermano Larry durante una pachanga. Zion Williamson, uno de esos meteóricos astros que juega en los New Orleans Pelicans, es el paradigma de los veinteañeros que idolatran a Jordan a pesar de que eran unos bebés cuando se retiró en 2003, de la misma manera que una multitud de chavales siguen suspirando por la camiseta con el número 23 de los Bulls.
Zion, a sus 20 años, al igual que figuras consolidadas como Russell Westbrook o Chris Paul, ha firmado un contrato para publicitar su propio modelo de zapatillas con Jordan Brand, la filial de Nike, a cambio de unos 40 millones de euros por cuatro temporadas. Una minucia para Jordan, a quien Forbes sitúa en la posición 1.001 en la lista de las personas más ricas del mundo, con 21.000 millones de dólares. La imagen de la firma con el famoso logo de MJ en pleno vuelo es tan potente que el año pasado dio el salto al fútbol y firmó un patrocinio con el PSG.
Su carisma, lejos de declinar, se acentúa con el paso del tiempo. En 1999, al año siguiente de que Jordan ganara su último anillo (el título de la NBA), David Halberstam, escritor, periodista e historiador y Premio Pulitzer en 1964, se sintió atraído por aquella saga de Chicago y, tras un exhaustivo trabajo de investigación, publicó Playing for Keeps. Michael Jordan and the World He Made. El interés por el personaje era obvio. Cuando los Bulls llegaron a París en 1997 para disputar el Open McDonald’s, un periodista los definió como los Beatles del baloncesto. Aterrizaron en París a bordo del Jumbo utilizado habitualmente por The Rolling Stones. “Jordan esperado como un Rey”, era el titular de l’Equipe. Hasta el poderoso David Stern, el comisionado que impulsó el éxito y la globalización de la NBA, adoptó la costumbre de decir que era el aparcacoches de Jordan.
Su carisma, lejos de declinar, se acentúa con el tiempo
Halberstam, en el libro que ahora se publica por primera vez traducido al español y que llega aquí con el título Air. La historia de Michael Jordan (Duomo), explica el motivo por el que decidió abordar un personaje y un mundo de tan complejo acceso cuando se pretende ir más allá de la pura fachada. “No solo me interesaba Michael Jordan, sino que me parecía igualmente importante el fenómeno Jordan. La pregunta a la que intentaba encontrar respuesta era sencilla: en la década de 1940, cuando yo era un muchacho todavía en edad de crecer, las figuras emblemáticas del deporte estadounidense eran todas jugadores blancos de béisbol (Williams, DiMaggio, Musial o Feller), y la NBA ni siquiera existía. ¿Cómo era posible, pues, que en el transcurso de mi vida el deportista más famoso del mundo hubiera pasado a ser un joven negro que jugaba al baloncesto profesional, alguien que se había graduado en un colegio sureño en el que ni siquiera habría podido entrar cuando yo era un joven corresponsal en el extranjero?”.
Ese fenómeno sigue devorando titulares. En mayo, un coleccionista desembolsó 517.000 dólares por un ejemplar de las zapatillas Air Jordan 1, utilizado y autografiado por MJ. Ni las obras de Francis Bacon ni las joyas de María Antonieta despertaron tanta expectación en la subasta de Sotheby’s. Un mes antes, Netflix y ESPN empezaron a emitir la serie The Last Dance (El último baile). Diez capítulos sobre MJ en el máximo esplendor de su carrera deportiva. Imágenes y revelaciones, muchas inéditas, sobre la exitosa pero embrollada campaña en que los Bulls conquistaron su sexto y último título en 1998.
Por eso la obra de Halberstam se revaloriza. El rigor, la capacidad analítica y la visión global del escritor neoyorquino se asimilan con la tenacidad con que perseguía las fuentes. Falleció en 2007 a los 73 años, en un accidente de tráfico cuando se dirigía a entrevistar a un antiguo quarterback para su siguiente libro The Glory Game, completado por Frank Gilford y publicado en 2008.
El París, definieron a los Bulls como los Beatles del baloncesto
Halberstam busca respuestas a los motivos por los que Michael Jordan representaba, en opinión del sociólogo de la Universidad de California Harry Edwards, “el nivel más alto del triunfo humano y estaba a la altura de un Gandhi, un Einstein o un Miguel Ángel. Añadía que, si le encargaran exponer ante un alienígena el mejor ejemplo del potencial, la creatividad, la perseverancia y el espíritu humanos, le describiría a Michael Jordan”.
Ya entonces, a finales de los noventa, MJ ingresaba, entre sueldo y patrocinios, unos 80 millones de dólares anuales y se podía permitir el lujo de llamar “mis socios” a los dueños del equipo en que jugaba —desde 2006 es copropietario de los Charlotte Hornets— y a los presidentes de las multinacionales de zapatillas, hamburguesas y refrescos a las que representaba. Y algo incluso más relevante: “Era posiblemente el americano más famoso del mundo. Más famoso, en muchos lugares remotos del globo, que el presidente de Estados Unidos o que cualquier estrella del cine o del rock.
Periodistas y diplomáticos americanos destinados a las zonas más rurales de Asia y África solían quedarse estupefactos cuando visitaban aldeas y veían niños con harapientas imitaciones de la camiseta de los Bulls que llevaba Michael Jordan”. Su impacto también está contrastado por los índices de las audiencias televisivas. La primera final entre los Lakers de Magic Johnson y los Celtics de Larry Bird en 1984 tuvo un índice de audiencia de 7,6%. El de la última de MJ con los Bulls fue de 22,3%, es decir más de 27 millones de televidente en Estados Unidos, el doble que durante la temporada 1993-1994 en que se tomó un año sabático tras el asesinato de su padre James en un área de descanso de una carretera en Carolina del Norte. MJ, en su memoria, se dedicó durante un tiempo a jugar en la Liga de Béisbol con el equipo filial de los Chicago White Sox, también propiedad del dueño de los Bulls, Jerry Reinsdorf.
Larry Jordan, el mejor
El personaje se fue modelando y estableció coordenadas jamás vistas entre una estrella del deporte y a la vez un fenómeno mundial. Air indaga en la infancia de MJ, la influencia de sus padres, la de ese hermano mayor Larry con el que compitió “salvajemente” cuando eran niños y del que se vaticinó que pudo haber sido incluso mejor que él, pero se quedó en el camino porque solo medía 1,72. “Cuando me ves jugar, ves jugar a Larry”, le correspondió el propio Michael.
El excepcional talento de MJ no era la única explicación para poder comprender a su arrollador éxito. “Su indomable voluntad, su negativa a permitir que jugadores rivales o el paso del tiempo mermaran su necesidad de ganar” forjaron un jugador único. “Quería arrancarte el corazón”, dijo una vez Doug Collins, uno de sus entrenadores en los Bulls. Halberstam añade: “A diferencia de muchos otros deportistas muy dotados, tenía una cualidad adicional que se da poco entre los grandes artistas que trabajan sin esfuerzo aparente: era de los que consiguen ir más allá de toda expectativa”.
El libro de Halberstam, en muchos aspectos, se podría leer en clave de GPS para entender todavía mejor The Last Dance. Describe las peripecias de Jordan en aquella temporada triunfal pero a la vez tan convulsa, sus tormentosas relaciones con varios compañeros de equipo y su antagonismo con Jerry Reinsdorf, el multimillonario propietario de los Bulls, y Jerry Krause, el general manager del equipo. “Con Reinsdorf casi siempre estaba presente el dinero y poquísimas veces la vanidad personal. Con Krause era muy diferente. El resentimiento de Krause contra Phil Jackson parecía basarse en quién recibía el mérito por aquellos gloriosos años de campeonatos ganados”. La frase de Krause a Jackson antes del inicio de la temporada en que ganaron el sexto anillo fue hábilmente utilizada para estimular a sus jugadores: “Aunque este año ganemos 82 a cero, te irás a la puta calle”.
Air desmenuza aquellas rencillas, las ofensas de Jordan a Krause, los insultos y desafíos al límite de Jordan hacia algunos compañeros y rivales. El lado oscuro de Jordan afloró en 1992 gracias a las revelaciones del periodista Sam Smith en 1992 en el libro The Jordan Rules. Halberstam puso al día —tras el sexto título en 1998— la gloria y las miserias de aquellos Bulls.
El gran fanfarrón
Las fanfarronadas de MJ, ya desde sus años en la universidad, caían en gracia. Eran más divertidas y bulliciosas que arrogantes y mezquinas, concluye Halberstam. “Sus jactancias eran parte de su juego. Las usaba como herramienta para motivarse, porque si hablaba mucho, tenía que dar mucho”.
Un significativo número de jugadores de la NBA sufrían por entonces problemas de adicciones. Cinco jugadores de los Bulls tuvieron que someterse a un programa de desintoxicación. Y otros se permitían una vida disoluta también en las concentraciones de los equipos. “Un circo de cocaína, marihuana y mujeres”, confesó en The Last Dance Michael Jordan, que no quiso tener nada que ver con aquello. Sus obsesiones fueron otras: las apuestas y el golf. Al principio apostaba 100 dólares por hoyo, después las apuestas llegaron a ser de mil dólares por hoyo. Trascendió, además, que jugaba con algunos estafadores y delincuentes. La policía, tras uno de ellos, incautó un cheque con el que Jordan abonó una apuesta de 108.000 dólares y él mismo reconoció otra de 300.000 dólares. Llegó a recibir una amonestación menor por parte de la NBA. “¿Por qué juega al golf?”, preguntó una vez Magic Johnson de forma retórica. “Para evadirse del mundo…”.
La manera en que Jordan supo explotar la fama y la belleza es otra de las vertientes interesantes del relato. “Tenía un atractivo deslumbrante. Con una sonrisa que parecía despertar la simpatía de todos los que la veían. Era alto, pero no demasiado [1,98 m], con un cuerpo que parecía mágicamente perfecto, con espaldas anchas cintura estrecha, y solo un 4% de grasa corporal. [El deportista profesional tiene una media cercana al 7 u 8%, y el varón estadounidense medio está entre el 15 y el 20%]. Se preocupaba por la ropa y vestía extraordinariamente bien; posiblemente era el varón estadounidense mejor vestido desde Cary Grant”, resuelve el autor de Air. Y añade, en una de las frases que deben ser contextualizadas en su época: “En el pasado, el ideal de belleza americano siempre había sido de raza blanca. Los hombres americanos se habían mirado ansiosamente en el espejo esperando ver a Cary Grant, a Gregory Peck o a Robert Redford, con la cara y la cabeza afeitadas, había dado a América nada menos que una nueva definición de belleza para una nueva época. Lo que América y el resto del mundo veían ahora era una especie de hombre del Nuevo Mundo, un joven cuyos modales eran como los de un príncipe”. Michael Jordan, a pesar de que acabó su carrera como jugador hace 17 años, sigue volando.
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