¿Qué hace un móvil en lugares para la comunicación oral?
Para conseguir un lugar de comunicación oral se deben cerrar dos puertas: la que deja fuera el ruido de la calle y la que deja fuera el laberinto irresistible de la Red
En las misas preconciliares era frecuente que hubiera fieles que asistían con un devocionario, y que abrían y leían ajenos a la actuación del oficiante en el altar. Solo la campanilla del monaguillo hacía cerrar por unos momentos el libro y prestar atención a la liturgia. Se asistía, pero no se atendía. Se estaba, pero no se participaba.
Hoy, como libros devocionarios se abren móviles y portátiles en salas de reuniones y de conferencias, en aulas… y el oficiante, es decir, quien está hablando, no tiene siquiera el recurso de la campanilla.
Pero los lugares para la palabra hablada necesitan una atención y participación para que cumplan su función. La comunicación oral en un lugar, aunque esté hecha de ondas de aire, requiere también de los ojos y de las manos.
Las miradas de quien habla y de quien escucha son los puntos de apoyo del arco de la palabra, de ahí que se debilite, e incluso se arruine, si falta una de ellas. Y la sucesión de estos cruces de miradas a lo largo del tiempo de la comunicación constituye la bóveda en que resuenan las palabras; por eso la importancia de la mirada, ya que añade otras condiciones acústicas a las físicas del lugar.
El sonido nos envuelve como una esfera, en cambio solo vemos la mitad del mundo. Por eso cuando algo llama nuestra atención giramos la cabeza para mirar su procedencia. Esta sincronización de los dos sentidos ha sido fundamental para nuestra supervivencia. El sonido advierte y la vista comprueba. De esta manera se está atento al mundo, se fija la atención, pues también, por imperativo de la supervivencia, somos muy dispersos con el fin de rastrear y captar señales de nuestro entorno. Dirigir la mirada a quien esta hablando es, por tanto, una muestra de atención, de selección entre otros estímulos que llegan de ese entorno; y así lo interpreta, para beneficio de la comunicación, el orador.
La manos son también imán de los ojos, pues al mirar lo que se está manipulando, si no son automatismos, se consigue mayor precisión. Así que en la comunicación oral las manos y los oídos luchan por atraer la atención de los ojos. Es expresiva la compostura que se pedía a los niños en la escuela manteniendo los brazos cruzados sobre el pupitre mientras escuchaban. Naturalmente, hoy nos parece improcedente esa imposición para que las manos no atraigan su mirada.
Hablar y escuchar, mirar, y manipular son tres formas poderosas de interacción, de obtener información del mundo para nuestro cerebro, y luchan entre ellas en cada situación para imponerse sobre las otras y aumentar su eficiencia.
La palabra hablada necesitan una atención y participación para que cumplan su función. La comunicación oral en un lugar, aunque esté hecha de ondas de aire, requiere también de los ojos y de las manos.
El móvil no es solo un cuaderno, pues de ser así cumpliría una función provechosa para la atención a la palabra hablada, ya que tomar notas mientras se escucha supone un esfuerzo de atención que mantiene ojos y manos concentrados también. El móvil es un mundo mucho más atrayente incluso que el exterior del lugar de la sala o del aula. Así que hoy para conseguir un lugar de comunicación oral se deben cerrar dos puertas: la que deja fuera el ruido de la calle y la que deja fuera el laberinto irresistible de la Red. Claro que en esos mismos lugares, y para otras actividades que no radiquen exclusivamente en un discurso oral, el móvil puede ser una ventana —y no puerta que hay que cerrar— por la que entra mucha luz y ayuda a trabajar dentro.
Pero hay que reconocer que la palabra hablada, sin otra mediación que el aire, es una experiencia de comunicación muy frágil a pesar de ser para la que nos ha dotado la evolución natural, mientras que la evolución tecnológica nos proporciona medios cada vez más potentes para la comunicación. Es tan desigual la lucha que quizá la experiencia de un lugar para hablar y escuchar sin otro recurso que las vibraciones del aire se haga excepcional.
No sería justo concluir que la pantalla del móvil es una perturbación para la oralidad. Muy al contrario, ese móvil que se puede denunciar como intruso en un lugar de conversación es, sin embargo, el que hace también que la palabra hablada, en formatos como el pódcast, se ponga no delante de nosotros, reclamando nuestra mirada, sino a nuestro lado para acompañarnos.
No hay mayor proximidad en la comunicación que la que se experimenta cuando escuchamos a alguien que camina a nuestro lado. Pasear y hablar, por el hogar o por la calle o el campo, o sentarse en el mismo banco —o realizar trazos en un cuaderno—, y compartir la misma visión que se tiene delante…, o cerrar los ojos y que no se apaguen las palabras. La atención a la palabra hablada, así amplificada por la tecnología, tendrá una ocasión excelente de reforzarse.
Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid
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La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
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