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La larga prehistoria de la Red

Aún no nos damos cuenta de lo que está suponiendo la Red. Por eso, el autor propone colocar este fenómeno junto a otros sucesos capitales de la evolución para prestar más atención a lo que estamos viviendo.

Trabajadora en un ordenador de IBM
Trabajadora en un ordenador de IBMGetty Images

Hace posiblemente 2.000 millones de años, la fórmula de unos seres unicelulares con su información confinada por una doble membrana en un lugar del interior de la célula (núcleo) supuso abrir una puerta evolutiva que ha poblado la Tierra con animales, plantas, hongos, algas, seres unicelulares y no solo con las pioneras bacterias (que mantienen la información derramada). Es como si tuvieran las células un cerebro donde se conserva una asombrosa información de su evolución, que no permanece fija, que cambia, y que también interactúa con el exterior.

Hace tan solo cuatro millones de años, uno de los cerebros más evolucionados del reino animal, inicia una acelerada expansión que llevará a triplicar su volumen. El cerebro basado en el ADN, encerrado en el núcleo de las células, tenía una capacidad de interacción y de evolución que va a ser superada (y complementada) por un cerebro basado en neuronas. Se alcanza así un desarrollo de esta fórmula que pasó de los primeros ensayos con organismos de tan solo 200 neuronas (el caso de las ascidias) a unos humanos con 86.000 millones de neuronas. Pero esta expansión, explosiva en su final, tenía un límite: el tamaño de la cabeza para un ser bípedo. Ya con este tamaño daba muchos problemas a la hora del parto. La solución para poder mantener una especie con tan enorme cerebro, en el límite de la supervivencia de este ensayo evolutivo, fue apostar por una acusada inmadurez de la criatura al dejar el seno materno y la acogida en otro seno protector, el grupo, donde la madre será el nuevo cordón umbilical.

El lenguaje de los humanos, otro fascinante tanteo de la evolución, va a permitir superar la barrera anatómica con la que se encontró el cerebro en expansión. Mediante ondulaciones del aire que separa a los miembros del grupo se conseguirá tejer una red que sustentará la información más allá de la capacidad del cerebro de un individuo e independiente de su muerte. La información no reside en los individuos del grupo sino entre ellos, es decir, en continua circulación (aprendizajes, narraciones, proyectos…).

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También esta fórmula encontró un límite para la expansión, y es que el modo de subsistencia del grupo es el cazador-recolector, por tanto, el crecimiento de su tamaño no podrá superar algunas decenas de miembros. La potencia del lenguaje queda entonces constreñida por la relación entre el territorio de caza y recolección y el número de bocas que puede alimentar (y no hay que olvidar que el cerebro es un órgano muy exigente en cuanto a la energía que necesita).

Hace 10.000 años se salva esta nueva barrera de un grupo pequeño, que, al no poder crecer, limita las posibilidades que tiene el desarrollo de un lenguaje potentísimo de trenzar una red. La revolución de la agricultura y la ganadería son los aceleradores. Y se consigue así una concentración de personas en un espacio reducido hasta entonces imposible de sobrevivir en él. El aire vibra intensamente en ese entorno por la red de cruces e interrelaciones de sus residentes, tantos y tan próximos, confinados no por una membrana, no por un cráneo, no por un territorio vital…, por una muralla. Pero es más, estas concentraciones están sostenidas por la capacidad de un incesante transporte de personas y bienes…, y también de la palabra a través de la escritura y la imprenta, y recientemente por otros medios de llevarla más allá de donde alcanza la voz.

Hace dos siglos se dispara una aceleración semejante a la del cráneo unos millones de años antes: las aglomeraciones urbanas se desmesuran. Y en este límite las disfunciones por la congestión crecen, aunque se intente taponarlas con intervenciones tecnológicas cada vez más sofisticadas… y espectaculares. Pero no parece posible continuar con esta acumulación desorbitada de humanos según el modelo que ha sostenido la civilización.

La Red consigue otro modelo de aproximarnos sin concentrarnos, pues la Red es un espacio sin lugares

Hace unas décadas comenzó la historia de la Red. Se inició haciendo que unas máquinas que procesaban información se entendieran entre ellas y compartieran su información y sus procesos. A este primer paso le sigue otro fenómeno de especial trascendencia: se crea una relación simbiótica cada vez más intensa entre la Red y la persona. La información fluye en ambos sentidos, hasta el punto de que tanto necesitamos nosotros de la Red como ella de nosotros para mantenernos ambos.

Quizá estemos asistiendo a un fenómeno como el de la simbiosis con al menos una bacteria y una arquea, que puede que diera como resultado esa célula con cerebro y con otras capacidades que hicieron posible el mundo vivo que hoy tenemos. Pero de lo que hay ya constancia es de que la Red consigue otro modelo de aproximarnos sin concentrarnos, pues la Red es un espacio sin lugares; y, muy especialmente, la Red es una expansión fenomenal para nuestras capacidades cerebrales.

Creo que aún no nos damos cuenta de lo que está suponiendo la Red; por eso colocar este fenómeno junto a otros sucesos capitales de la evolución, sin otra pretensión, ayude a prestar más atención a lo que estamos viviendo.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

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La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

 

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