La envenenadora de Pollença: cinco crímenes y un final en extrañas circunstancias
Catalina Domingo usó arsénico para acabar con la vida de sus hijos, su marido y sus tíos
Una cascada de muertes en la familia, todas ellas en extrañas pero similares circunstancias y en un corto plazo de tiempo, acabaron delatando a Catalina Domingo, conocida como La envenenadora de Pollença, una población a 55 kilómetros de Palma de Mallorca. El matrimonio Kelleher explica en su libro Los asesinatos más raros: mujeres que asesinaron en serie que las viudas negras suelen tener un inicio tardío en sus crímenes y que su motivación es económica. Las víctimas son esposos, familiares o personas próximas. Consiguen su propósito con veneno. Fármacos que en grandes dosis y a la larga generan la muerte, que no suele ocurrir de forma instantánea, lo que les permite esquivar la justicia por la aparente naturalidad del fallecimiento.
Pollença es un pequeño municipio de angostas callejuelas situado al norte de la isla de Mallorca. Durante la primera mitad del siglo pasado se convirtió en una colonia poblada por artistas, escritores y músicos que descubrieron en ella joyas como su puente romano o el monasterio que corona una pequeña montaña. Son momentos de expansión turística, pero acontece una terrible cadena de sucesos que conmociona a todo el país. En apenas unos años, Catalina Domingo pierde a sus dos hijos, a su marido y a sus tíos. Todos ellos a consecuencia de vómitos, diarreas y malestar general que se fue agravando mientras la mujer les atendía.
Nadie sospechó de la mujer, que siempre se mostró preocupada por los suyos. Las muertes se achacaron al infortunio. Sin embargo, la policía recibió una carta anónima explicando las dudas que sobrevolaban esos repentinos fallecimientos y abrió una investigación que acabó con la detención de la mujer. En ese momento tenía 38 años y acababa de casarse en segundas nupcias con un taxista con posibles que se mostró consternado. El asunto fue publicado el 28 de febrero de 1970 por el semanario El Caso. El fondo puede consultarse en la biblioteca central de la Universidad CEU San Pablo de Madrid. Tal fue la magnitud de la noticia que la revista le dedicó su portada y otras seis páginas.
Malestar de estómago
La historia comienza con el matrimonio de Luis Palmer y Juana Domingo, tía de la envenenadora. La pareja abrió una tienda en Pollença en la que vendía objetos fabricados con mimbre. Gracias a su esfuerzo consiguieron una existencia desahogada, incluso hicieron una pequeña fortuna para afrontar la vejez. Al matrimonio solo le faltó una cosa para completar su felicidad: los hijos. Al no tener descendencia sintieron el impulso de prodigar ternura a los hijos ajenos, especialmente a su sobrina Catalina, hija de Francisca, la única hermana de Juana. La niña quedó huérfana de padre prematuramente y sus tíos quisieron protegerla. Sin embargo, esta pronto demostró ser embustera, enredadora y muy aficionada a los amoríos. A los hombres les daba el dinero que hurtaba a su madre y a sus tíos.
La mujer se casó a los 23 años con Pedro Coll, hijo de unos vecinos. Pedro trabajaba como ordenanza en una empresa de pompas fúnebres, era fuerte y de aspecto bonachón. La pareja parecía estar muy enamorada, tenía coche, moto y salía a divertirse con amigos. Algunos de ellos declararon a El Caso que tenían atravesada a Catalina Domingo porque no les parecía una mujer buena. El joven matrimonio tuvo dos hijos, un niño y una niña, pero ambos perecieron siendo aún pequeños. Primero llegó el varón, rubio y con ojos azules. Enfermó un día, de pronto, de cólicos, diarreas y vómitos de origen desconocido. El médico no conseguía acertar con el diagnóstico y su situación se fue agravando hasta que falleció, con cinco años. Solo tres meses después nació la hija, que murió cuando contaba con 17 meses de una forma rápida e inexplicable. Ella se apoyó en su marido y en sus tíos, a los que visitaba asiduamente.
A finales de 1967, Pedro comenzó a quejarse de un raro malestar en el estómago. Le daban cólicos muy dolorosos, con diarreas y vómitos semejantes a los que padecieron sus hijos, con intermitencias de mejoría y empeoramiento. Murió el 19 de enero de 1968, aunque nadie podía creerlo. El diagnóstico médico fue muerte por infarto de miocardio. Tal y como relatan las crónicas de la época, el duelo fue inolvidable por el tremendo dolor de la viuda. Para entonces, Catalina Domingo ya había sacado todo el dinero de la cuenta de ahorros de su marido y a los pocos días había vendido el coche y la moto. También solicitó a sus cuñados que le cedieran su derecho a la herencia, a lo que estos accedieron apiadándose de la situación de su cuñada, a la que jamás habían profesado mucho afecto debido a su carácter.
La viuda encontró consuelo en sus tíos, con los que se marchó a vivir. Solo unos meses después, el 5 de mayo, murió su tío, Luis Palmer, de 65 años, al que atendió hasta el final. El fallecido llevaba varios años padeciendo del estómago, incluso tomaba medicamentos para su dolencia, pero nada presagiaba que pudiera costarle la vida. El día anterior al desenlace padeció una crisis con vómitos y diarrea que finalmente no pudo superar. Las crónicas cuentan que el desconsuelo de la mujer durante el entierro fue muy exagerado. La influencia sobre su tía Juana se acentuó tras la muerte de su esposo, incluso consiguió que le considerara su única heredera. La anciana falleció el 18 de septiembre, apenas cuatro meses después de que lo hiciera su marido. Los vecinos observaban la situación con incredulidad. No podían entender que, de la noche a la mañana, una mujer que rebosaba salud muriese en unas condiciones misteriosas, similares a las de su marido. Es cuando los médicos comienzan a sospechar.
Segundas nupcias
Una denuncia anónima hizo que un juzgado de Mallorca se pusiera a trabajar en la posible vinculación de Catalina Domingo en las muertes de su círculo más cercano. Sin embargo, la mujer prosiguió con su vida como si no hubiese ocurrido nada. Había conocido a un taxista viudo de Pollença, Juan Vidalet, con el que decidió casarse. Lo hizo solo nueve meses después de enviudar, el tiempo mínimo que marcaba la ley para contraer matrimonio. El taxista mostró su alegría porque de esta forma su hija adolescente no tendría que quedarse sola durante sus largas jornadas de trabajo. Apenas tuvo tiempo, porque el juez dictó un auto para la exhumación del primer marido de la asesina y de sus tíos.
Las muestras demostraron que sus muertes habían sido ocasionadas por la ingesta de altas cantidades de arsénico, un compuesto letal que puede camuflarse en otros productos, como la harina o el azúcar. El arsénico no se descompone, es soluble, no caduca y no huele. Una vez ingerido, el cuerpo lo asimila con rapidez. Pasa del aparato digestivo al torrente sanguíneo y, de ahí, se distribuye a todos los órganos, especialmente a uñas, pelo, arterias y el hígado. Su actuación es lenta, pero implacable. Catalina fue detenida y acusada de acabar con la vida de sus hijos, de su marido y de sus tíos envenenándoles con un matahormigas de uso común.
La mujer admitió ser autora de la muerte de su esposo, pero negó las demás, quizás temiendo perder la cuantiosa herencia que recibió de sus tíos. El fiscal pidió 45 años de internamiento por cada caso, pero la Audiencia Provincial de Mallorca solo la condenó a 30 años de prisión. Apenas cumplió ocho en los centros penitenciarios de Palma, Alcalá y Yeserías. La reducción de la pena se debió a tres indultos y a dos reducciones especiales por su buen comportamiento. La mujer volvió a Mallorca. El 28 de noviembre de 1986 el rotativo Última Hora publicaba: “La envenenadora de Pollensa muere en extrañas circunstancias. La policía investiga un posible envenenamiento”. Catalina tenía entonces 64 años y la causa de su muerte no fue nunca aclarada.
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