Poliamor en la Asamblea de Madrid
La presidenta actúa como si quisiera por igual a Ciudadanos y a Vox
Se sabía como iba a terminar la película pero, con ocho horas de trama por delante, hacía falta alguien que sembrara algo de duda. Lo hizo la víspera Rocío Monasterio, que juega a ser a la vez oposición y gobierno y candidata a convertirse en protagonista de la próxima legislatura. Estaban todos los votos ya vendidos de antemano, pero Vox recordó a Isabel Díaz Ayuso que sin ellos no hay baile. Y la popular, que acabó el día convertida en presidenta de la Comunidad de Madrid, tomó nota y no la defraudó.
Habrá que seguir de cerca esta relación a tres en la que la presidenta actúa como si quisiera por igual a Ciudadanos y a Vox. Monasterio avisó por la mañana de que el cariño de la ultraderecha habrá que ganárselo cada día. Y que decir hoy sí a la investidura, no significa decir sí a los presupuestos. Que se cobrará caro cada apoyo y que no tolerará que se trate a sus votantes como "apestados". Tampoco permitirá, dijo, que el Gobierno autonómico pierda el tiempo con "el cambio climático, el bienestar animal ni con toda esa patulea". Ayuso tomaba nota con el bolígrafo en las manos. Ignacio Aguado, portavoz de Cs, miraba al techo.
Como en el poliamor, cosa de gente sofisticada, se había acordado de antemano que sí y que no, pero a la hora de la verdad Aguado siguió con su estrategia de escenificar que esto no es más que un matrimonio de los de siempre. Del PP y los suyos. Y que Vox no es más que aquel que pasa por ahí y que de pronto "presenta un documento". Tuvo que volver a salir Díaz Ayuso a remendar cualquier descosido que pudieran haber hecho las palabras de su socio, no fueran los de Vox a dar la espantada en el último minuto. Y en vez de responder a Aguado, como correspondía, la presidenta selló el sí definitivo de los de ultraderecha. "El documento de Vox lo asumo en su totalidad, y lo voy a cumplir, lo mismo que el acuerdo de 155 puntos con Cs". Amor a partes iguales.
Resuelta la aritmética, que para eso estamos aquí, la dialéctica brilló por su ausencia. Se habló mucho de ETA, de Cuba y de Venezuela y de otros problemas de primer orden de los madrileños. Se oyeron frases más de chiringuito -de playa, no político- que de Parlamento. Monasterio con sus ganas de "limpiar la ciénaga", de "librar a nuestros hijos del adoctrinamiento ideológico" en los colegios que dan charlas sobre diversidad sexual y de luchar contra el "consenso progre". Incluso a ella le daba la risa cuando lo decía y miraba a la bancada de la izquierda. Solo que no tenía gracia.
Se arrancó la presidenta hablando de feminismo y acusó a la izquierda de haber orquestado una "campaña machista en su contra". Y luego dijo aquello de que "los hombres también sufren". El intercambio entre ella y el líder de Más Madrid, Íñigo Errejón, fue el más bronco de la jornada. "Esto no tiene que ver con que sea mujer, sino con que no nos ha explicado qué hizo con el crédito de los 400.000 euros", dijo él. También le preguntó si "la mayor rebaja fiscal —que promete— la comenzó cuando decidió no pagar en cinco años en IBI del Ayuntamiento de Madrid". Se enchufó de tal manera Errejón que llegó a acusar a la presidenta de malas formas de "no tener capacidad de mantener un debate" por leer sus respuestas. Ella salió iracunda y lo acusó de "machista" y de hacerle mansplaining. También le recriminó ser "el mayor traidor político" de España por su salida de Podemos. Entonces la mirada que se perdió en el techo fue la del expresidente de la Comunidad de Madrid del PP Ángel Garrido, que en un quiebro inesperado antes de las elecciones abandonó a los populares y hoy se sienta con Ciudadanos.
Llegó la tarde y hasta el siempre tranquilo portavoz del PSOE, Ángel Gabilondo, acabó levantando la voz. "¡Qué bochorno!". "¿Podemos hacer política sin interpelar personalmente?", lanzó contra el hemiciclo el profesor socialista. Antes había lamentado no estar él en el lugar de Ayuso pese a haber ganado las elecciones. A buenas horas. Los cuerpos de los diputados se fueron encerrando como orugas cada vez más pendientes de las pantallas de los móviles. Ya nadie escuchaba nada. Qué más da. El final fue el que ya se sabía antes de arrancar.
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