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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La segunda abdicación del Rey

Se retira el patriarca porque puede y debe hacerlo

Juan Carlos, junto a su hijo, el Rey Felipe VI, durante la ceremonia de entrega de los Premios Nacionales del Deporte 2017.
Juan Carlos, junto a su hijo, el Rey Felipe VI, durante la ceremonia de entrega de los Premios Nacionales del Deporte 2017.Emilio Naranjo (EFE)

Juan Carlos I ha vuelto a abdicar. Renunció a la jefatura de Estado en beneficio de su hijo el 2 de junio de 2014, pero la retirada definitiva, anunciada este lunes, implica despojarse de cualquier responsabilidad subsidiaria, atmosférica, o de cualquier papel institucional, más o menos como si hubiera decidido emprender el camino de Ratzinger en el Vaticano. Benedicto XVI “desapareció”, se abstuvo de desempeñar un papel incómodo de pontífice ausente-presente.

La solemnidad de la decisión se reconoce tanto en la retórica de la carta remitida su hijo como en la fecha. Coincidirá la renuncia con el día de la “primera” abdicación. Y se produce cinco años después, a semejanza de un ciclo perfecto que ha predispuesto la transición hacia la retirada.

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Juan Carlos I era el padre del rey, del mismo modo que era el rey padre, una figura de la mitología constitucional cuya misión termina cuando el heredero ha demostrado volar sin que proceda temerse el desenlace de Ícaro en la emulación de Dédalo. Se retira el patriarca porque puede y debe hacerlo. Y porque las obligaciones protocolarias agotaban la expectativa de una jubilación en embarcaciones de recreo, celebraciones taurinas y cuadrillas de viejos amigos. Incluidas las excursiones a las satrapías del Golfo que tanto indignan a Pablo Iglesias.

Tiene ya 81 años el Rey, aunque el motivo de la capitulación de la vida pública no obedece a los especulativos motivos de salud. La prueba está en la asiduidad con que ha acudido estos días a la feria de San Isidro. Un hábitat propicio a sus aficiones pasivas que le han permitido reconocerse en la devoción de los toreros y en el las ovaciones cariñosas del público.

Cada tarde le han brindado la faena los matadores. O le han vitoreado el público vivas a la Corona y a España, más o menos como si Juan Carlos I representara un aliado de la tauromaquia, ahora que la exacerbación de la política ha convertido la corrida de toros en un fenómeno militante o en una transgresión al decorado de las correcciones.

Seguirá acudiendo el Rey a la feria. Y se le podrá reconocer en otras escenas privadas que se contrastan en la vida social, pero la segunda abdicación resuelve al mismo tiempo las incomodidades que suscitaban los conflictos de sobre representación monárquica.

Le disgustó a su majestad, por ejemplo, que no se le hubiera invitado a los actos oficiales que conmemoraron hace ahora dos años el 40 aniversario de las primeras elecciones democráticas. Le irritó al monarca asistir por televisión a la proeza que él mismo había protagonizado, del mismo modo que se produjeron otros episodios de colisión protocolaria, no por despecho hacia el Rey emérito sino por la misma peculiaridad que se localizaba en el Vaticano: dos papas en convivencia y coexistencia, pero solo un anillo del pescador.

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