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Vox busca ‘sherpas’

Ortega Smith, al terminar su discurso: “Sabéis cómo se sube la montaña, ¿no? Nosotros tenemos el campamento base, lo hemos colocado ya. Ahora vamos a por la cumbre”

Seguidores de Vox en la plaza de Colón de Madrid. En vídeo, declaraciones de Abascal.Vídeo: LUIS SEVILLANO | EPV
Manuel Jabois

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“Céntrico hotel madrileño” es el eufemismo con el que crecen los españoles de fuera de Madrid imaginando sótanos de El club de la lucha en los que las élites de la capital chocan las cabezas engominadas como los alces los cuernos. Lo cierto es que la fiesta de Vox en su “céntrico hotel madrileño” dejó de ser fiesta a las 21.30 para ser “encuentro” y a las 22.00 degeneró en misa. En las suites de este hotel se aloja Loquillo cuando viene a la capital para abrir las ventanas y poner a todo volumen Cuando vivía en la Castellana. Mejores tiempos.

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En realidad el “céntrico hotel madrileño” es una alfombra que va de un punto a otro, llena de japoneses y franceses, y por la que a estas horas, 23.01, camina Santiago Abascal, líder de Vox, entre aplausos de sus simpatizantes, algunos de los cuales se levantan de las mesas con el mismo espíritu que para ovacionar a un equipo cuartofinalista. “A por ellos, Santi, a por ellos”, dice uno. La frase anima a un chico con la bandera española al cuello: “A por eeeeeeellos, oé, a por eeeeeeeeellos, oé”. Pero no le sigue nadie, mira a todas partes y luego se calla: la noche no es para tanto. “La campaña ha sido maravillosa pero el resultado nos ha hecho daño, esperábamos 50 diputados”, dice Raúl, un chico con la escarapela de Vox al cuello.

El pequeño pasillo improvisado del Dry Martini, el bar del Fénix Meliá que Vox ha elegido para celebrar su noche electoral, es atravesado por Abascal y Ortega Smith con cuatro palmetadas en los bíceps de sus votantes, que mantienen la compostura a duras penas, asombrados de lo fuerte que viene lo ultra en esta primavera/verano. Saludos viriles, de lealtad y férreos códigos de valores; hostias que desmontan a cualquiera que no esté muy seguro de ser español. Si no lo tienes muy claro, un saludo de Ortega Smith te descolocará el omóplato hasta gritar “Viva España” por el dolor.

Abascal va acompañado por su segundo, Rocío Monasterio e Iván Espinosa de los Monteros; al salón desde el que siguen las estadísticas acceden familiares y círculos íntimos. Es como un tanatorio en el que se haya anunciado que resucitan 50 muertos y no reviven ni la mitad. Eso sí, “por España siempre, viva España, defendamos a España de los enemigos de España”, grita una señora. “Vamos a por todas”, había dicho Rocío Monasterio al salir del Dry Martini antes de que empezara el escrutinio.

Al volver del discurso, Abascal está más relajado. También Ortega y Espinosa; los tres se paran a hacerse fotos con fans como los Jonas Brothers feat Salvini. “¿Qué ha pasado, Javier?”, pregunta uno. “Sabéis cómo se sube la montaña, ¿no? Nosotros tenemos el campamento base, lo hemos colocado ya. Ahora vamos a por la cumbre. Calculad el dinero y los medios que hemos tenido [han vetado a casi todos los medios], y pensad que ahora desde el Congreso será diferente”. “¡Sois la resistencia!”, le grita una joven. Otras rompen a aplaudir. Una más llora al fondo con afirmación desconcertante (“qué cerca hemos estado”) y en la mesa grande del Dry, seguidores de Vox siguieron el discurso de Abascal con desconsuelo: “Todo lo que quieras, Santi, pero van a gobernar los otros”. A la media hora el hotel, el escenario y el bar eran una nevera; nada que festejar aquí, y eso que sí lo había. El daño de las expectativas.

El gatillazo de Vox tiene para el PP de Casado una lectura muy particular perfectamente visible desde el hotel de los ultras; son los ex-PP más ostentosos, a los que menos importa el qué dirán y los que dicen más claro lo que quieren: que nada altere la esencia española, entendiendo esencia por franquismo. Todos estamos bien como estamos, no demos poder a quien no lo gana por la fuerza, porque por la fuerza nunca lo ganará.

La mancha de Vox en un país que aún pelea por desenterrar a sus muertos de una dictadura traspasa varias capas. En la irrupción de los ultras hubo dos partidos que no solo no plantearon su aislamiento sino que los homologaron, les tendieron la mano y se aprovecharon de sus votos para llegar a un Gobierno autónomo. Hoy el hegemónico (PP) paga el precio de semejante afrenta. Y el supuestamente partido integrador y regenerador del centro español (Cs) anunció un cordón sanitario al PSOE, un partido que es más del sistema que el PP, y no a Vox.

Pero fue Casado el que se propuso imitar a Vox, espantando el voto responsable del PP que depositaba su confianza en el partido porque, con sus corruptelas, no avalaba traumas políticos ni graves rupturas sociales. Y así fue como el partido del "sentido común" y el partido "que más se parece a España", en palabras de Rajoy, corrió a invitar a la extrema derecha española a gobernar: un partido que ha elegido como representantes a un antiguo neonazi condenado por palizas, a un condenado por maltrato machista, a una candidata que dice que las violadas no deben abortar, al candidato que abomina de "mujeres piojosas, gordas, bolleras o putas", al candidato exlíder de juventudes de Fuerza Nueva condenado por apedrear buses llenos de niños, a candidatos de partidos fascistas o reconocidos y homenajeados por la Fundación Francisco Franco, a candidatos declaradamente sexistas y homófobos, a candidatos y cargos apartados por ser, uno, detenido por abusos sexuales a menores con discapacidad, otro por matizar el Holocausto nazi y uno más por grabarse riéndose de los "maricones".

Vox es el partido de lo mejor de cada casa, los desinhibidos que entienden por "complejos" mantener las formas y que insiste en trasladar un mensaje público desmentido automáticamente con sus candidatos. Son lo que sus candidatos son, no lo que su cinismo publicita.

Y si a ese partido no se les echase en brazos Casado y le hubiese plantado un muro Rivera, con todo el arsenal que tenían contra Sánchez, probablemente el resultado habría sido distinto. Pero España y los votantes españoles, también los que no tienen el mejor concepto del PSOE, han dicho que en este país con el fascismo y sus formas más parecidas no se juega. Y que los derechos conquistados no se devuelven, no al menos así por así. Necesitarán más intoxicación, más mentiras y más odio para obligar a la mayoría de los españoles a defenderse de minorías sin poder y sin influencia. Y los demás necesitaremos una derecha valiente que le plante cara, no la derecha cobarde que se ha arrodillado ante ellos pensando que el futuro era volver a los años cuarenta con su coro de palmeros en los medios cantando gestas ridículas y sus fans invocando la edad dorada del macho español. No se descarta que manden, pero ahora necesitarán cuatro años para retroceder ochenta.

El campamento base lo tienen puesto y los españoles decidirán si a Ortega Smith, que huyó de Gibraltar a nado después de la impactante hazaña de colocar allí una bandera española, la montaña se le hace eterna. Para colocar en la cumbre sabe Dios qué.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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